CHARLIE

Pintar es muy relajante. Es la forma en la que puedo expresarme sin decir ni una palabra y me hace sentir exultante.

Llevo tres pinturas en total: una de Leo, otra de Ken y la última de Daph. Toda la mañana he estado sentada frente al lienzo con diferentes imágenes en mi cabeza, pero siempre con la misma musa. El objetivo no cambia.

Mi madre llegó tarde ayer. Ni siquiera vino a ver si estaba bien o algo; aunque no me hubiera gustado que lo hiciera, porque no quiero verla, no por el momento. Hoy se ha ido muy temprano al trabajo, y nuevamente no me ha dirigido la palabra, ni siquiera cuando nos hemos encontrado en la cocina. Prefiero que sea así, de esa manera no peleamos ni gritamos, aunque no entiendo por qué lo hace. Ha ganado, ¿no es lo que ella quería? No, lo único que quería era lastimar a mi padre, no volver a comenzar conmigo.

En la escuela he estado todo el día al lado de Jace. Él ha tratado de que yo estuviera cómoda, y ha sido un lindo gesto. Sé que cree al cien por cien que me siento mejor, pero me alegra que ya no insista tanto con el tema del psicólogo.

Al terminar de secarse la pintura de Daph, la tomo con cuidado y la coloco sobre un papel café para envolverla. Cubro cada espacio con delicadeza y luego tomo un listón color amarillo para que sea más presentable. Así hago con cada uno de los cuadros que voy a regalar, cada uno con papel café y listón amarillo. En una tarjeta blanca y con rotulador negro, escribo una dedicatoria en cada uno de los regalos:

Una pequeña parte de mi vida siempre estará a tu lado con este regalo. Siempre estaré contigo y tú conmigo, no importa cuántos kilómetros nos separen.

C. H. D.

Después de colgar cada tarjeta en cada cuadro busco una caja grande. Cuando termino de armarla, meto todos los cuadros con cuidado de no maltratar la envoltura. Al terminar dejo todo mi trabajo, pongo una canción tranquila que quiero escuchar, me recuesto en mi cama mirando al techo y suspiro.

Desaparecer de la faz de la tierra a veces suena tan tentador

JACE

Al finalizar la última clase todos salimos directos a mi casa, pero Charlie me ha pedido que recojamos algo en la suya, así que allá vamos. Ahora estoy doblemente asustado porque su ánimo ha cambiado de nuevo, ha estado callada y no ha tomado mi mano, ni siquiera ha querido poner una canción.

La miro cuando hacemos un alto en un semáforo. Coloco mi mano sobre la suya haciendo que me mire, me dedica una sonrisa melancólica que no parece genuina. Pero supongo que es por sus padres, por qué más puede ser, no ha pasado demasiado tiempo desde el juicio. Está triste y eso es entendible, así que no hago preguntas, solo la dejo pensar. No quiero abrumarla más con mis preguntas y mi insistencia en algo que evidentemente no quiere hacer.

Cuando llegamos a su casa, sale del auto. Al verla entrar en casa, suspiro.

Aunque sus cambios de humor son extraños, no me molestan, pero no me gusta que aparente que está bien cuando no lo está. Ella sabe perfectamente que sus amigos nunca la juzgaremos, aunque creo que no quiere compasión o piensa que sus problemas no nos importan. Cuando es todo lo contrario, al menos para mí.

Quiero que ella sonría, que esté sana, feliz y estable

Unos cuantos segundos después sale con una caja grande llena de algo envuelto en papel café y listones amarillos. Pone la caja en el suelo, abre la puerta trasera, y mete la caja en el auto.

— ¿Qué es eso? —pregunto cuando ya está en su asiento. Arranco y mientras se coloca el cinturón contesta a mi pregunta.

—Regalos.

Hasta el último de mis días. [EN LIBRERÍAS]Место, где живут истории. Откройте их для себя