Epílogo

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Siempre la Esperanza.


Me pongo la camisa blanca, ocultando el "Live" que me tatué en su honor semanas después de su muerte. A continuación, me pongo la chaqueta y me cuelgo del cuello la medalla de la hermandad.

Me es imposible no recordar como, el día que nos conocimos, comenzó exactamente igual que este momento. El incienso que sale del nazareno de mi habitación, inunda mis pulmones. Los nervios se apoderan de mí, con ansias de hacer sonar de una vez mi instrumento. Sin embargo, en esta ocasión no tengo ninguna marcha de fondo. Esta vez, he decidido elegir el silencio como acompañamiento a este ritual que hago siempre antes de salir con mi banda.




Dentro de unos minutos me encontraré entonando marchas con la virgen de la Esperanza delante de mí. Cientos y cientos de personas vitoreándola, llamándola guapa, reina. Ella será el centro de atención durante unas horas. Todos los años deseo con ansias que llegue este día con la ilusión de ofrecerle mi música, sin embargo, esta noche debe perdonarme, porque a quien se la ofreceré será a Ezra. Esta noche no escucharé a la gente aplaudir. No escucharé la música. No veré los ojos de la Esperanza, más bien, me identificaré con sus lágrimas. Esta noche quiero ofrecérsela a ella, sé lo que le hubiera gustado acompañarme en este día tan especial para mí, como también sé lo orgullosa que me hubiera sentido si Ezra hubiera estado acompañándome. Pero no, si la veo no será a mi lado, será en mis recuerdos. Por eso cada interpretación que haga esta noche será pensando en ella y en nadie más.

A lo lejos escucho las bambalinas chocando con los varales. Los pies de los costaleros racheando, aproximándose a la puerta. La voz del capataz mandando. Los murmullos de la gente van convirtiéndose en silencio. Algunos de mis compañeros alzan la cabeza tratando de ser los primeros en verle la cara a la virgen. Los primeros varales salen y veo su cara entre ellos, y me da un vuelco el corazón porque hasta me ha parecido ver que me miraba, de reojo, y que sonreía. Está con ella, lo sé. Y está conmigo en estos momentos, aunque no pueda verla. Respiro hondo, me llevo la boquilla de mi saxofón a la boca y comenzamos a entonar la marcha real, enmudecida por los aplausos y vivas de la gente. Esto va por ti, Ezra.


                                                                                            FIN 

Yo te vi pasar...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora