32.- A fuego lento

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—Cariño, cuando nos enteramos la verdad sobre América ya era un poco tarde —le explicó Daxa—. Intentamos rechazarla y pedimos a la líder del aquelarre que la comprometa con otra para evitarnos problemas. Pero luego llegaste tú a decir que no te importaba, que te gustó, que sí te querías casar. Solo te digo una cosa, si te arrepentiste, a costa de una amonestación, rechazo el compromiso, ¿si? Se hará lo que tú quieras —la miró con un nudo en la garganta por un instante algo largo. Una salida. Podía echarse atrás en ese momento, nadie la culparía, ni la misma América.

—No puedo hacer eso —murmuró. No tuvo el valor para dejar a esa bruja a la deriva—. Ella no puede volver a Castasur, yo no voy a permitirlo. Ya me las arreglaré —agregó encogiéndose de hombros.

—Siempre puedes pedirnos ayuda, que eso te quede claro —habló Ranea, y ella solo asintió—. Ahora solo desayuna rápido, que tengo mucho trabajo que hacer en tu cara para cubrir esas ojeras.

—Kilos de base, ya sé —resopló. El maquillaje era más cosa de Aurea. En realidad, Ranea disfrutaba mucho pasar largas horas probando bases, iluminadores, sombras y labiales en el rostro impecable de su amiga.

—Ya escuchaste, disfruta esa delicia de desayuno y luego a alistarse, ¿si? No vamos a ser impuntuales —agregó Daxa. Ella solo asintió. Solo le quedaba seguir adelante y sobrevivir a ese día.

Sybil y sus madres pasaron media mañana arreglándose, en realidad, ella dejándose arreglar por ambas. Llevaría el cabello suelto y ondeado, el lindo maquillaje, y para terminar el vestido rojo corto. Su vestimenta para ese día tenía mangas largas, de cintura alta, y de encaje. Estaba lista, pero sus madres aún tenían que darse un retoque, así que ella aprovechó para salir al jardín exterior y respirar aire puro. Una vez más se le iba el aire.

Parecía que iba a ser un día bueno de aquellos. El sol brillaba tal como predijeron, la brisa era suave, el calor reconfortaba. La bruja cerró los ojos hasta que escuchó algo extraño y fuera de lugar en el barrio. Un auto, y una grande. Las brujas solían usar bicicletas o coches móviles encantados. Al girarse empezó a reconocerlo.

—Pero qué mierda...— El que se acercaba era un jeep. Y no uno cualquiera, quienes iban en ese vehículo descapotable con el logo de la Academia eran Abish y Alicia. Por un instante pensó que ellas seguirían de largo, pero poco a poco empezaron a descender la velocidad hasta detenerse justo delante de ella.

—Sybil, ¿verdad? —preguntó la cazadora Abish. Parecía algo abochornada, como si no hubiera esperado ser descubierta ahí.

—Ajá —respondió mirándolas sin entender—. Disculpa, pero, ¿qué hacen aquí?

—Ehhh... creo que podemos explicarnos —dijo Alicia algo nerviosa. Entonces la miró, se miraron. Si antes la cazadora ya había enrojecido, de pronto estaba rojísima. Y Sybil sonrió sin querer. A la luz de la noche era una belleza, y bajo la luz del sol se veía aún mejor. Preciosa, adorable, bellísima. Descubrió que su corazón seguía latiendo rápido, pero no por su ansiedad. Era por ella.

—Verás —empezó a decir Abish—, estamos en busca de una maestra Bruanne para un asunto confidencial de la Academia.

—Ohh... ¿Y por eso han venido hasta acá?

—Bueno, no sabemos donde encontrarla, pero nos dijeron que había una ceremonia especial en la sede principal del aquelarre, así que vinimos por aquí —explicó la cazadora.

—Se refieren a mi compromiso —dijo, y no se sintió muy a gusto diciendo esas palabras. Notó como de pronto Alicia aparataba la mirada, incómoda.

—No lo sabía, y felicidades... supongo —le dijo Abish, Sybil se encogió de hombros.

—Supones mal. Como sea, ¿a quién buscas? Quizá pueda ayudarte.

Memorias de Xanardul: Las escogidas [#1]Where stories live. Discover now