Restos de viento

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Entre giras de prensa, filmaciones, viajes, trabajos nuevos, contratos...El tiempo pasó y los años se desvanecieron y junto con ellos mi ingenuidad y mi inocencia. Tener dieciocho años me daba extrañas impresiones; ahora todos me llamaban a mi y no a mis padres y su consejo era que siempre tuviera cuidado de las personas. 

Les había contado a mis amigas del sexo, omitiendo detalles y nombres, los cuales, como un secreto que debe ser resguardado con blindaje de hierro decidí dejarlo como una información que solo yo debía saber. Tomé la iniciativa de dejar las relaciones por un tiempo y no involucrarme con nadie nuevo en ningún sentido romántico y mientras paulatinamente mis amigas eran desfloradas por sus novios, comencé a reparar en lo triste que había sido sacrificada mi virginidad entre las fauces de un hombre que no me amaba con intereses mundanos rayando en estúpidos. Aun sentía pena por ello y una nostalgia me inundaba a recordar a Bill sosteniendo a esa delicada bebé en sus brazos.

El sexo ahora una experiencia limitada y a la vez frustrada, pues al restringir mi contacto con las relaciones también mi interés por el mismo se había debilitado al grado de no sentir ni siquiera un deseo mínimo por satisfacerme por mí misma. Tal vez mi libido había muerto junto con mi deseo por Bill.

A mis manos llegó un proyecto curioso, un proyecto en el que Wyatt también podría encajar, y aproveché la amistad y simpatía que había creado con el director para incluirlo en una serie con una paga relativamente buena. Después de todo, trabajábamos bien juntos.

Wyatt y yo habíamos logrado rescatar una amistad que parecía haberse forjado con oro y diamantes y sin importar las adversidades o la lejanía, él siempre se encontraba cerca y dispuesto a ayudarme...Él y sus dos sanguijuelas: Jaeden y Erin. Ambos actuaban como los tres mosqueteros y yo fungía como un cuarto en el grupo, pero solía mantener cierta distancia ya que esto hacía que mi frialdad y estabilidad se mantuvieran a raya cuando estaba acompañado de sus monos cilindreros. Sus padres ayudaban, ya que los suyos y los míos parecían mantener una camaradería sólida, que nos hacía frecuentarnos bastante a pesar de que estuvieran en los Ángeles. Nos veíamos constantemente, especialmente porque mi trabajo y los proyectos solían efectuarse allá. 

Erin era una niña dulce y sensible, pero bajo todo ese velo de reserva se escondía una mujer de apetito voraz. Era evidente que Wyatt había sido su primera vez y cuando salíamos podía notar como lo provocaba para que la tocara creyendo que nadie los veía. Erin estaba loca en deseo, algo típico de las niñas de su edad, aunque su arquetipo de persona hacía que Wyatt no fuera un buen partido puesto que conocía el sentimiento de saber que deseaba y sabía que con un niño como él no lo conseguiría. Algo que jamás hubiera pasado conmigo.

En el sentido romántico Wyatt no podía importarme menos y una nube negra de insistencia siempre me rodeaba con Jaeden tras de mi falda. Ambos eran niños fáciles de impresionar y ojalá me hubieran preocupado más por ellos. Solo un par de corazones fáciles de romper y de manipular, sin embargo, ya había jugado mucho tiempo ese juego y me sentía como una vieja cansada de comer corazones jóvenes. Aunque a veces también me aburria.

-       Es muy lindo verte cuando nadie más te está mirando – me dijo, mirando mi espalda y acariciándola con los dedos mientras me sentaba en un costado de la cama. Ignoré sus palabras y me incliné para tomar mis bragas del suelo y comenzar a vestirme. Una vez más sentía frustración y abatimiento.

-       Es gracioso que lo menciones Wyatt, yo también te observo mucho cuando crees que nadie te ve. Erin parece estar instruyéndote bien – contesté, rodando la mirada en tono cansino. De pronto el brillo de sus ojos cambio a un gris totalmente apagado. – Sabes que no me gusta insultar tu relación, pero no creo que debas venir a buscar sexo conmigo solo porque no estas conforme con ella. Si no te agrada simplemente déjala.

El TerciopeloWhere stories live. Discover now