Luz Neón

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No es como que fuera necesariamente tímida y aunque mi atuendo siempre pareciera aburrido, cómodo e incluso recatado, no reflejaba mis comportamientos, especialmente en las últimas semanas.

Era una adoradora de los jeans y las prendas básicas. Tenía suficiente vestuario colorido y diverso dentro de los sets, y aunque no era precisamente una fan de la ropa pensaba mucho en ello ya que nunca conseguía reflejar con ella lo que deseaba de mí misma. Sin embargo, la única manera de reflejar mis deseos más profundos era desvistiéndome totalmente. Así es como me sentía verdaderamente libre y yo misma.

Llevaba cerca de cuatro minutos exactos sentada en la silla del rincón de aquel popularmente conocido como el café purpura: Debía su nombre a la luz negra que iluminaba el interior, que asemejaba un club, pero sin dejar de ser un tranquilo café que ofrecía discreción a sus comensales debido a la peculiar luminaria. Uno de los pocos lugares cool que ofrecía Canadá en toda su extensa gama de lugares aburridos en los pueblos en los cuales la paz y la quietud brillaban con excelencia. Este hecho me hacía comenzar a añorar Nueva York y todo su ruido.

Cinco minutos...Que habían parecido una eternidad. Comenzaba a sentirme nerviosa; mi estomago me jugaba una mala pasada y no podía dejar de sentir esa opresión en el pecho combinada con nausea. Bill ya estaba retrasado y eso era angustiante para mí. Justo cuando comencé a pensar que no vendría, un alto hombre cruzo el umbral hasta donde yo estaba, y, caminando con gracia hasta mi lugar, se dirigió hacia mis labios atrapándolos entre los suyos en un beso impío y elegante. Mi único reflejo fue congelarme como una estatua. Me sentía una pequeñez a su lado, tanto literal como de manera figurativa. Solo se sentó a mi lado colocando su vaso de café caliente sobre la mesita situada frente a nosotros.

-          No pretendía sorprenderte, linda – dijo Bill

-          ¡No estoy sorprendida! – contesté ruborizada – Solo considero que no deberías hacer esto en público. Es evidente que eres mayor y si nos reconocen...Tendremos muchos problemas Bill, sobre todo tú.

-          Conozco este lugar. Nadie nos verá – aseguró Bill con total seguridad en su voz – Además, hasta ayer tú eras la imprudente...

- Pensé un poco mejor las cosas. Deseo esto, pero lo haremos bien - mencione encogiéndome un poco de hombros. Siempre debía existir alguien con prudencia dentro de la situación.

Bill siempre actuaba sereno. No entendía como hacía para guardar la calma, sin embargo, era una cualidad que pocos hombres tenían. Su humor era discreto y apropiado, por lo cual siempre te hacía reír cuando quería en el momento adecuado y estar a su lado te obligaba a guardar la compostura debido a su gran altura que imponía hasta al hombre más fornido. Mi centro comenzaba a derretirse una vez más ante estos hechos.

-          ¿A dónde iremos? – pregunté - ¿No planeas que estemos aquí besándonos todo el tiempo, o sí? – dije en tono mandón, como niña malcriada.

-          Antes que algo más, Sophia...Necesito saber... ¿Qué deseas exactamente? – me pregunto con un dejo de vergüenza en la voz, algo que jamás había escuchado en él ni en ningún otro hombre. Colocó sus manos entrelazadas sobre la mesa y me miró directo.

-          Ya te lo había dicho. Te quiero y te deseo. Solo quiero probar estar contigo. – mentí a secas – Si esto sale bien, podremos hacer que funcione en algunos años ¿qué opinas?

Declararle mis deseos a mis anteriores prospectos, con esa claridad, jamás me había resultado una buena idea, sin embargo, él no era como los otros.

La expresión de Bill era de no creerse. Mostraba una sonrisa de júbilo oculta por un pequeño gesto de contención, como cuando deseas estornudar o dar una gran carcajada, pero por discreción y compostura no lo haces.

-          Deseo lo mismo. Hablaré con Alida – dijo Bill, con una oculta expresión de desolación en la voz

-          Mhhh ¿Te parece si discutimos esto en un lugar más privado? – le dije en respuesta, colocando mi mano sobre su muslo y ejerciendo un poco de presión.

Dicho esto, Bill no dudo en ponerse en pie y salir con rapidez del lugar. De una forma apresurada y desesperada subí al copiloto de su auto y condujo hacia un departamento que rentaba en un edificio elegante pero modesto, en la ciudad. En menos de ocho minutos estaba con él su habitación, besándonos con desesperación y teniéndome encima de él a horcajadas en su cama.

Solo escuchaba un pitido en mis oídos. Sentía cada roce, el latir de su corazón y como su miembro de iba endureciendo cada vez más bajo el roce de mi entrepierna. Me sentía en un borde de sensaciones. Creía que seria el fin del mundo. Me encontraba encima de él y me miraba con ternura y deseo. Recorrió sus manos con delicadeza desde mi cara, pasando por mis pechos y dirigiéndola a mi centro, lo cual hizo que echara mi cabeza hacia atrás de placer. Ansiaba saber que se sentía, que era tenerlo al fin en mi interior. Sentía miedo, pero estaba fascinada...

Se retiro la camisa dejando a la vista sus pectorales definidos, pero no exagerados y su bragueta estaban listos para dejar expuesto su miembro, el cual podía sentir debajo de mí, caliente, húmedo e imponente. Estaba ansiosa por verlo.

Desabotono mi camisero mirándome como si estuviera abriendo un regalo que esperaba hace mucho. Me sentía desnuda pero no expuesta. La luz de su habitación tenía un ligero tono azul neón, similar a la del café, y él me vio. Me toco, despacio, como un hombre debe tocar a una dama. Y yo ya estaba abierta como ese regalo que él esperaba.

Sus ojos me recorrían por completo de pies a cabeza, desnuda y delicada. De pronto la vida parecía clara.

-          ¿Quieres que lo haga ahora? – me pregunto Bill empujando un poco su pelvis hacia mi centro ya expuesto

-          Muéstrame lo que tienes ahora, por favor – le conteste. A continuación, Bill estiro la mano hasta el buro de noche, extrayendo de él un objeto plateado y pequeño.

Una vez habiendo preparado el terreno Bill comenzó a introducirse en mi con lentitud y delicadeza. Sentía como me abría, pero no tenia dolor. Me sentía cómoda, relajada y su pene comenzaba a sentirse como un objeto raro y delicioso en mi interior. Era un efecto placentero más para la mente que para el cuerpo en realidad. Me encantaba, deseaba que se moviera y cuando lo hizo comencé a sentir más, especialmente cuando su mano se posó cerca de ahí, tocando más partes, sintiéndome toda...Mi mente se puso en blanco y mi interior estallaba en un montón de espasmos y de explosiones en mi corazón.

Bill se acercó a mi oído y entre suspiros, sudor y jadeo - Sophia...Oh Sophia...Eres tan linda y pequeña – tomo mi cintura y me estrecho hacia él, volteándome y haciendo que me sentara a horcajadas en su regazo sin sacar su pene de mi interior – Te desee desde la primera vez que te vi. Te adoro.

Una lagrima de emoción rodo por mi mejilla. Se sentía bien escuchar que me deseaba, especialmente cuando era un deseo tan puro, mutuo y genuino. Quería quedarme ahí y que me hiciera el amor una y otra vez. Su cuerpo encajaba perfecto con el mío a pesar de la diferencia de tamaños y yo me sentía protegida.

De pronto escuche un crujir, como si algo dentro de mi se quebrara he hizo que mi espalda se arqueara. Estaba fascinada y al fin, satisfecha. Mi virginidad se había desvanecido sobre las sábanas y ahora un hilo de sangre bajaba por mis muslos y se perdía inmaculado.

Bill se recostó en la cama y se cubrió con una ligera sabana, tapando mi desnudez de la misma manera. Tomo mi rostro con su enorme y suave mano y me miro con los ojos brillantes y expresamente felices. Sonrió para mi enarcando sus labios, extraordinariamente. Verlo sonreír era una experiencia bíblica.

Había resultado perfecto, hasta que abrió la boca:

-          Debo decirle a Alida que se acabó – soltó Bill de repente.

Su novia. Tenía que mencionar a su puta novia...

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RABBIT HOLE

El TerciopeloWhere stories live. Discover now