El Señor B

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Había tenido un llamado días después de pasar mi primera vez en la cama con Bill (o con cualquier otro hombre). Aunque había sido mi primera experiencia sexual la sentía tan familiar en mí como comer un delicioso pastel o tan común como usar un sostén con varillas. Había sido maravilloso y suave, me había sentido tierna por muchos días, pero ahora deseaba más y no habíamos hablado desde entonces. En mi cabeza solo estaba su erección húmeda entre mis piernas.

En el llamado de este día estábamos experimentado con una especie de nuevo peinado sexy para Beverly, el maquillaje y el cabello largo me sentaban bastante bien, lucía hermosa y natural, sin embargo, simplemente no me sentía como yo misma. Mi personalidad era más tímida y mi aspecto normal era más práctico...Por lo menos mi aspecto para los demás.

Me dirigí hacia las fotos.

A decir verdad, no es como que posara demasiado para las fotos. Solo me ponía de pie frente a la cámara y daba una ligera mirada seductora, entre emulando llanto y entereza. Ya sabía que el cabello largo me sentaba de maravilla y que me hacía ver como una niña totalmente distinta, tal vez me hacía lucir como en realidad era mi alma; como la de una perfecta y sensual puta. Sí, tal vez era por eso que odiaba el cabello largo. Sacaba a relucir mi verdadero yo y en Hollywood no se vería nada bien aquello.

Estaba fastidiada. Deseaba largarme de ahí. Necesitaba los brazos del Señor B.

Señor B era un buen nombre, especialmente si lo que quería evitar era enamorarme de Bill. Convivir con él tanto en el set como en la cama era demasiado cercano y si comenzaba a llamarlo Bill demasiadas veces terminaría por gustarme de más. Así que por ahora señor B sonaba bastante bien para mí.

Sentí una pesada mirada a lo lejos. Era él observándome en la gran cortina de la entrada de aquel gigante estudio de luz.

- ¡Hemos terminado! Estuviste fabulosa mi linda Sophia – me dijo la pequeña mujer (más o menos como de mi estatura), camarógrafa. Una chica delgada y muy rubia que no rebasaba los 25 años, bonita.
Ella sabía que yo no había hecho nada más que ponerme ahí de pie y lucir estática, pero la adulación era parte de su trabajo y era buena en ello debido a su simpatía y belleza ligeramente aniñada, agradable solo a la vista.

- Gracias Diane – le dije con simpleza, mientras formaba una sonrisa en mis labios. Era una chica linda.

Aun con la cámara en mano vio como mi mirada se dirigía al Señor B, que se alejaba de la gigante puerta después de haber estado ahí recargado observándome. Volteó en esa dirección y alcanzo a observar cómo nuestras miradas se habían cruzado.

- Mhhh – escuche como Diane fruncia los labios.

En seguida fui presa del pánico en mi cabeza. ¿Acaso Diane se había dado cuenta?

- ¿Sabes? Yo también era así – me dijo de pronto – a veces extraño esa sensación. Disfrútalo mientras puedas. El tiempo vuela, pero las experiencias se quedan ahí para siempre...

Abrí los ojos como platos. Diane era mi fotógrafa de cabecera, siempre me hacía las fotos porque nadie las trabajaba mejor que sus manos...Y ahora entendía por qué. Diane fotografiaba el alma, no a la persona...Y no hay nada mejor que retratar un alma similar a la tuya.

- No te preocupes. No diré nada, Sophia – me dijo con una mirada peculiar reflejada en sus ojos. Diane sabía lo que vivía con el Señor B porque alguna vez Diane también había sido una pequeña Sophia jugando con leviatán. Ella mejor que nadie conocía lo que pasaba por mi mente – Hemos terminado ¿qué esperas? Se que estas ansiosa por marcharte desde que llegaste.

Me limite a dedicarle una gran sonrisa con los labios y me marche directo al camerino del Señor B. A paso veloz abrí la puerta sin tocar y de un portazo la cerré siendo precavida de que nadie viniera tras de mí.

Bill se encontraba de pie en la cocineta del remolque con un cigarrillo en la mano. Volteo a verme, pero no le di tiempo de pensar nada, y de un salto rodeé sus caderas con mis muslos. Él estrechó fuertemente mi cintura y nos fundimos en un acalorado beso. Tenía el sabor a tabaco en sus labios y ese peculiar licor que me enloquecía.

Con rapidez subió mi vestido aun conmigo levantada mientras yo desabroche su cinturón y de una estocada lleno mi interior haciendo ligeramente a un lado mis bragas. Su sudor se escurría por el pecho y sentía su aliento en mi boca, era tan sucio, pero tan maravilloso...Poco a poco comenzó a volverse más húmedo y los vidrios del remolque comenzaron a empañarse.

Se movía dentro de mi como meciéndome en una cuna, con un compás que parecía una música frenética pero rítmica. De pronto, se sentó en aquel sillón ya bien conocido por ambos y me dio la vuelta aun con el vestido puesto. Bajó mi vestido blanco desde el hombro exponiendo solamente mis pechos, los cuales ahora lucían firmes y pequeños, podía ver como mi gargantilla rebotaba sobre ellos y sentía como mi centro estaba hecho un mar que se humedecía más y más. Sentía sus dedos recorrer la línea de mi espina dorsal y como llegaban a mis nalgas y las tomaban debajo del vestido. Me miraba con lujuria. El Señor B ahora hacía honor a su nombre y parecía un hombre fuera de sí.

Sentí una presión inmensa y deliciosa, de mi centro hacia el resto del cuerpo y tuve que hacer un gran esfuerzo por no gritar. Bill salió de mi y dejo caer en seguida un esmegma blanco sobre mi vestido. Sentía que estaba en el cielo y su rostro parecía una nota única de sorpresa y temor.

- Sophia...Yo...Yo te amo... - soltó de pronto y me abrazó por la cintura con una fuerza que casi me deja sin aliento. Su cabeza se recargó en mi pecho desnudo, cómo ocultándose con vergüenza.

Aun no podía dejar de jadear y la sorpresa y el terror me habían invadido después de haber arruinado ese ardiente momento con esas palabras

¿Bill me amaba? No. El Señor B lo hacía. Pero y yo ¿qué sentía?

El TerciopeloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora