Se toma tiempo para anotar en la hoja varias cosas, así que nos mantenemos en silencio con la música de fondo aleatoria de la radio.

—¿Comes correctamente? ¿No te saltas comidas, tomas los suficientes nutrientes y calorías?

Niego sin decir nada, ni siquiera la miro a los ojos, pues no es algo que me enorgullece hacer.

—¿Cuántas horas duermes comúnmente?

—Depende, si estoy muy cansada, puede que seis, o hasta que dejo de llorar.

—¿Has perdido el interés por tus pasatiempos?

—Afortunadamente no.

—¿Te irritas con facilidad?

—No, pero sí me desilusiono con rapidez.

—¿En clase te concentras bien?

—Más o menos. Antes era muy buena en Matemáticas, pero ahora por más que intento no puedo con ellas.

—¿Pensamientos recurrentes de muerte o suicidio?

Me remuevo en la silla apretándome discretamente las mangas contra las manos para sentir cómo la tela roza las heridas dolorosas. Son incontables las veces que he deseado presionar más profundo la navaja en mi brazo, o las veces que me he desvelado pensando en si a la gente le importaría que yo muriese

—No, señorita.

—¿Segura?

Miro mis dedos mientras juego con ellos debajo de la mesa y asiento.

—¿Podrías mirarme a los ojos y contestar la pregunta, por favor?

Levanto la vista y la miro a los ojos: su mirada celeste y comprensiva espera una respuesta que no soy capaz de dar. Agacho de nuevo la cabeza.

—Eso es suficiente, Charlie. Puedes irte ahora, pero vuelve mañana, estaré esperándote con un café.

Me pongo de pie, tomo mi mochila y me la cuelgo al hombro izquierdo.

—¿Qué te parece si mañana nos vemos y traes a tus padres? Puede ser a la hora de la salida de clase, para no afectar tu horario escolar.

Mi madre no querrá venir, me dirá que es una tontería. Y a mi padre no le quiero decir lo que me sucede, no quiero crear una nueva pelea entre ellos, estar en medio una vez más, y esta vez sí sería por mi culpa.

—No pueden venir.

—Podrían hacer un hueco, les mandaré un mensaje.

—¡No! Yo se lo diré, pero no prometo nada.

Asiento con una sonrisa. Doy media vuelta y salgo del despacho; una vez que cierro la puerta, dejo de sonreír.

¿Por qué he decido hacer esto?

—Charlie, te estaba buscando —me llama la alegre voz de Jace. Viene corriendo hacia mí con una gran sonrisa. No sé ni dónde esconder la cara. Al llegar frente a mí, su sonrisa va desapareciendo y surge una expresión de confusión—. ¿Va todo bien?

—Claro. ¿Por qué no iba a ir bien?

—Tienes los ojos medio llorosos, estás al lado del despacho de la señorita Ámbar, y además estás jugando con los dedos.

De inmediato escondo las manos detrás de la espalda y me hago la desentendida.

—Todo bien.

—Puedes contarme si quieres.

—Ya te he molestado mucho con esos temas, mejor hablemos de ay

—A mí no me molesta que me cuentes todo lo que te inquieta, frustra o entristece. Al contrario, me encanta escucharte y me hace feliz saber que tenemos la suficiente confianza. Sabes que jamás me voy a reír de tus preocupaciones, ¿verdad?

Hasta el último de mis días. [EN LIBRERÍAS]Where stories live. Discover now