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Narrador omnisciente.

En el faro que se encontraba en la mansión, reposaba sobre su techo un pelinegro pensativo que observaba el gran cielo nocturno.

El tiempo dejo de percibirlo hace bastante, varios amigos mantenían sus visitas rutinarias para saber el bienestar del oji morado. 

Aunque rara vez eran recibidos, este siempre se mostraba con una sonrisa, ayudando en lo que necesitaran y apoyando a cada uno cuando requerían de su presencia.

Todo parecía normal, todo se mantenía normal.

Y esa normalidad es la que condenaba al pelinegro, “¿Cuánto más debo soportar?” se preguntaba la mayoría de las veces en su día a día. 

Mantener la mansión solo era bastante difícil, así que contrato a una compañera, su nombre es Akira. Una mujer adulta que realizaba las tareas ligeras.

Constantemente se preguntaba porque su jefe mantenía esa frialdad con todas las personas que lo visitaban. Varias veces logro observarlo desde lejos, cuando este se detenía por un momento a mirar el cielo, como buscando algo que jamás lograba encontrar.

"-Señor… -dijo con su suave voz.

-No me digas señor, dime Vegetta –respondió amablemente –¿Qué sucede?

-Disculpe mi intromisión, pero… ¿usted se encuentra bien?" –aquella pregunta nunca fue respondida, solo recibió el gesto de una sonrisa pequeña, llena de misterio donde solo le dejo la clara tristeza que se reflejaba en ella. 

Desde entonces no volvieron a cruzar tema de conversación, solamente para decir lo justo y necesario. 

Akira varias veces intento hablar con sus amigos, pero jamás entendían su punto, decían que él siempre era así, y que no debía preocuparse de la manera en que el pelinegro vivía. 

No podía conformarse, se preocupaba, es decir, ella vive veinticuatro horas, los siete días de la semana junto a él. ¿Cómo podían decir que nada sucedía? Si era claro que algo lo atormentaba.

Cuando ella conoció por primera vez la mansión, se sorprendió no encontrar fotos o cuadros de los familiares del dueño, solo habían plantas o ventanales que formaban juego con la decoración. Ni retratos, ni pinturas, nada que le diera un sentido a esas vacías paredes.

Escuchó por el pueblo rumores que le costaba creer, se decía que Samuel había estado casado por un tiempo, todos los habitantes del pueblo y sus amigos mencionaban que eran una pareja perfectamente extraña, pero que se amaban a pesar de todo. 

Pensar en que su jefe vivió una historia de amor, le hacía dudar, ¿Dónde estaba la marca de esa persona que se decía haber sido su amante?

Un día soleado, mientras recibía ordenes de limpiar y ordenar los libros de la biblioteca, Samuel le aviso que saldría por todo el día. Era algo habitual de esas fechas. Siempre se vestía formal, y compraba unas rosas en la florería, después, desaparecía y nadie conocía su paradero. Al menos ella no tenía noción de ello. 

Al quedarse sola, pudo trabajar tranquila entre los miles de libros que reposaban en esa habitación. Miraba curiosa los títulos y se intrigo bastante con saber de qué se trataba cada uno.

Mientras estaba concentrada, no se percató de que había dejado mal puesta la escalera que le permitía subir a los estantes más altos, esta cayo haciendo un fuerte sonido que retumbo por toda la mansión. Agradeció que en ese momento, su jefe no se encontrara cerca. Se agacho para tomar nuevamente la escalera pero una pequeña abertura llamó su atención.

Me tienes cautivadoWhere stories live. Discover now