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Vegetta.

No sé qué hago en estas horas de la noche caminando, supongo que por la partida de Willy, no eh dejado de deambular por ahí. Sin importarme los mods de alrededor, pisaba el césped perezosamente, por alguna razón ningún monstruo aparecía. 

Hasta que mis oídos en la lejanía del oscuro bosque, escucharon un lamento, como si alguien pidiera auxilio, ya que no tenía nada que hacer, me acerque sin pensarlo mucho.

Entre medio del rio más conocido de Karmaland, cerca de dos rocas, se veía la silueta de un guerrero, que al parecer, había caído desde las alturas, o tuvo un encuentro con un animal salvaje.

Observe desde lejos, sus largas piernas y armadura es lo único que puedo ver con claridad, ya que la luna era mi única luz.

-¿Todo bien? –pregunte.

Sin respuesta, no dude en acercarme para confirmar que el hombre ya había muerto. Pero para mi sorpresa, movió una de sus piernas y levanto la mano, mostrando sangre en ella.

Al tenerlo de frente apoyado sobre una piedra note su cabello castaño y ojos verdes, ojos que llamaron mi atención, pues la Luna daba un reflejo muy lindo en ellos.

-Oye, ¿estás bien? –dije de manera desinteresada.

-¿T-tú crees que lo es..toy? –me respondió de manera molesta y casi sin poder hablar.

-¿Quieres que te ayude?

-…

-Hey… -patee la armadura que cubría su torso, algo que me hizo notar por no recibir ninguna señal, fue fijarme que ahora sus ojos estaban cerrados, al parecer perdió la conciencia.

Decidí dejarlo ahí y ya, pero otra parte de mi decía que en mi corazón era incapaz de hacer eso por alguien que perdía sangre y estaba severamente herido.

Maldecí para mis adentros, y como pude, levante al guerrero de ahí, no tenía la misma altura que él, pero si mantenía mi físico estable, era pesado pero lograba llevarlo a cuesta arriba. 

Lo lleve al médico de Karmaland, donde solo me recibieron enfermeras y curaron sus heridas sin problema. El medico estaba en cirugía por eso no pudo recibirlo. El verdadero problema fue, que al ver últimamente muchas minas por los alrededores, varios habitantes terminaron heridos, dejando así sin lugar aquellos que llegaban desesperados por una atención médica.

-Señor, ¿podría ser tan amable de llevar al joven a su casa? Ahora debe descansar –me dijo la enfermera más vieja de todas, la mire sin ganas por lo cual solo asentí y me lleve al joven guerrero a mi casa. ¿Por qué a mi casa? Porque no tengo idea de donde vive este hombre.

Como mi hogar estaba a la mitad de su construcción, y no tenía otra cama que no fuese la mía, lo deje ahí descansando en mi habitación. La enfermera le había dado un antibiótico, donde me dijo que dormiría por un largo rato, algo que le servirá para recuperar energías.

Cerré la puerta y me fui al sillón que tenía en la sala. No quería estar en casa, me traía recuerdos de la persona que decidió irse sin decirme nada, dejando una incógnita en mi vida,  aunque haya pasado un año, aun conservaba su regalo, una sudadera que llevaba puesta.

Abrí mis ojos al sentir el Sol en mi cara, amanecí en el suelo al lado del sillón. Supongo que me caí mientras dormía, no me sorprende. Suspire, me sentía realmente cansado, además de estar un poco adolorido por la mala posición en la que descanse.

Me pare y me fije la hora, eran las diez, subí a mi habitación y mire por la puerta, el joven aún seguía dormido, supongo que tendré que hacerle algo para comer.

Baje a la cocina y me puse a cocinar un poco de huevos, tostadas, te, cereales y agregue una fruta. Con eso sería bastante y suficiente para que se largue a su casa y deje de usar mi cómoda cama.

Mientras subía con el desayuno, escuche movimientos, así que solo toque la puerta para después pasar.

Lo que vi cautivo mis ojos por completo. El joven no era tan… ¿musculoso?, tenía una silueta delgada y poco marcada, el pelo castaño desordenado, un pantalón de algodón que compre, y sus vendas cubrían el torso y parte del brazo izquierdo, pero estas estaban manchadas con sangre, habrá que cambiarlas.

-Buenas…

Me miro con sorpresa en sus ojos, miro alrededor para después mirar la bandeja, como si fuese el manjar de su vida, entendí, tiene hambre.

-Está bien, te traje este desayuno así comes algo –dije al dejar la bandeja en el escritorio.

-¿Quién eres?

-¿De nada? Así simplemente le hablaras a quien te salvo la vida… eres increíble –dije al apoyarme en el marco de la puerta.

Escuche una queja de su parte.

-Gracias por salvarme, aunque no te lo pedí –tenia razón.

-Está bien, come algo mientras busco vendas nuevas.

Sin esperar que me responda fui a la habitación de al lado, baje unas cajas donde se encontraba el botiquín, y saque tres pares, junto con desinfectante que me recomendaron anoche.

Al entrar en la habitación, vi que lo que había en la bandeja desapareció casi por completo, ya que el té continuaba visible.

-Tenías apetito –logre decirle, me miro con la boca llena, y sus ojos mostraban una felicidad que me daban ganas de vomitar.

-Esto esta riquísimo. Muchísimas gracias joder, me has salvado… ehm…

-Samuel, pero también me dicen Vegetta –asintió mientras terminaba de tomar el té que había preparado- ¿y tú eres…?

-Rubén, pero me dicen Rubius, un gusto.

-Bien, ya que terminaste, siéntate en la cama, te cambiare las vendas.

Se movió dudoso, y una mirada de desconfianza apareció en su rostro, pero no me dijo nada, solo se sentó como yo le dije.

En un incómodo silencio, quite las vendas manchadas, y limpie con desinfectante los puntos que le hicieron en la atención médica, él no se quejó, solo me miraba atento a cada uno de mis movimientos.

-¿Qué paso que te hiciste esto? –dije en un susurro.

-Me enfrente a un enemigo, estábamos en la cima de la colina, y al matarlo cayó en mis pies, perdí el equilibro y caí.

-Ya…

-¿Sabes? No había notado que tu iris es violeta, pero es un violeta oscuro, y resaltan al estar bajo tus pestañas.

Me quede quieto sosteniendo la última venda, respire para tranquilizar lo nervioso que me puso su comentario, al parecer Rubius noto que me sobresalte, sin más agrego:

-Los ojos de mi madre eran parecidos –escuche nostalgia en su voz, levante mi vista y mire sus ojos, estaban fijos en mí, revelando una gran tristeza que me llego a tocar un poco, me sonrió, haciéndome notar las pequeñas arruguitas que se formaban al costado de su mirada, yo retrocedí.

-Bien, ya termine. –me levante del suelo donde me había arrodillado, para simplemente observarlo.

-Gracias, ya puedo ir hacia mi hogar, te debo una Samuel.

-No es nada, la verdad cualquiera lo haría.

-No estoy seguro de eso.

Yo simplemente le señale la puerta, se acomodó la remera que también había comprado y lo acompañe a la salida, al bajar unos pocos escalones se giró para verme.

-Quien diría que somos vecinos –rio- nos vemos Vegetta –dijo agitando su brazo no herido, yo solo sonreí de lado y cerré la puerta.

Así que la construcción de al lado, el nuevo vecino, era él.

Me tienes cautivadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora