Capitulo XXXlX

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Lakewood parte ll

Candy había florecido en Lakewood, junto con el resto de las rosas de Anthony Brown.

Era inevitable no ver lo mucho que disfrutaba de Chicago y sus alrededores, de lo bien que la pasaba conversando con el personal de la mansión de Lakewood, después del segundo día se había presentado una mucama llamada Dorothy de la que Candy parecía muy amiga.

Ambas unas muchachas que reían mientras tarareaban rimas infantiles y jugaban con los hijos de los sirvientes, apenas y Dorothy se hacia tiempo para ello, a su rubia amiga Candy le gustaba meterse en la cocina y ayudar al personal que le decía que no se molestara en ello, pues a pesar de la ostentosa vida de sociedad de los Ardlay, la vida era simple y calmada a lado del patriarca Ardlay y su pupila.

Terry pudo apreciar lo apacible de las noches en vela, porque a pesar de su insomnio había algo que lo incitaba en el aire fresco cuando abría las puertas de cristal de su habitación de par en par mientras se sentaba en una silla con un libro de poesía que había tomado prestado de la biblioteca de los Ardlay.

Miraba abrumado hacia las copas de los arboles, las ramas meciéndose rebeldes contra el viento soplando algunas veces tranquilo, otras rebelde e ingobernable.

Se sumía en las sombras como alguien sin rostro en la oscuridad, con el cabello colgándole en la cara, pues aun hay cosas que le atemorizan mas que ser ridiculizado por aquel extraño, o ser lastimado.

Es curioso como ha estado solo prácticamente toda su vida, y después de conocer a Candy ya no cree poder soportarlo. A veces cuando sus ojos están hundidos con la mirada de la desesperanza piensa en lo mucho que esta echando a perder su vida.

No la suya, por supuesto.

La suya el la ha echado a perder desde que tiene memoria. Siempre ha sido un sin sentido de arrebatos que solo lo llevan a un montón de emociones que no quiere tener y que no puede controlar.

Lo desquicia tener todos esos sentimientos que parecen embargarle de manera doble que a la persona normal.

Es por eso que el es un caso perdido, siempre lo fue, vive con temor de

los pequeños momentos de felicidad que le son brindados, porque sabe que solo son pasajeros y en el momento en que quiera aferrarse a ellos se habrán ido en un abrir y cerrar de ojos.

No puede disfrutar la vida de la misma manera que lo hacen otras personas, ya no...

Pero, Candy, ella todavía es buena para la vida y la vida es buena para ella, solo le han bastado unas vacaciones en el sol para ponerse como una mariposa a revolotear en los jardines, ha reconocido esa misma mirada vivaz que encontró en ella las primeras ocasiones de conocerle.

Noches como esta, es inútil dejar de pensar. Acostarse solo en la cama envuelto en frazadas no hace absolutamente nada para mantener el cuerpo caliente.

Es curioso, de una manera triste, porque se fue de Inglaterra porque estaba cansado de no hacer y no hablar y no pensar, pero eso no era nada, nada, en comparación con tratar de no pensar en él por completo.

Como autómata se baja de la cama y se pone sus zapatos para ir de nuevo a la biblioteca, es media noche ya y probablemente todo estén dormidos plácidamente.

Ignora la bata de noche que Albert le ha prestado en caso de que tenga que salir a deambular en la madrugada por los pasillos, y solo sale con la ropa de dormir que usualmente usa, apenas un pantalón claro y una camisa de franela que han visto mejores días, de un pijama que le ha durado algunos años ya, sin mencionar que ahora le queda algo corta, a pesar de sus dieciocho años cumplidos las extremidades de Terry se han seguido alargando, probablemente llegue a ser tan alto como el duque pero es algo que carece de importancia para el muchacho.

Si fuéramos mayoresWhere stories live. Discover now