Capitulo XX

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Terry cargo las últimas tablas de madera de esa tarde. El día estaba más cálido que otros y su camisa de algodón algo húmeda por el sudor. La coleta que se había hecho se había desatado y el cabello le caía a los hombros pegándose a su cuello con pequeñas gotas transpiración, traía las manos algo callosas y una pequeña astilla enterrada en un dedo, los labios rotos y los tirantes de su pantalón un poco aguados.

Termino su trabajo y fue a la pequeña oficina donde les entregaban su paga.

Apenas eran un par de monedas para subsistir a diario,  nuevamente se sintió culpable sabiendo que tenía una bolsa con alhajas inútiles en casa. Podría comprar lo que quisiera con ellas. Inclusive un lugar mejor donde vivir, pero con su facha de jovenzuelo y su indisposición  por fingirse en una mejor situación no le dejaban actuar de otra manera.

La gente que se creía respetable no quería hacer tratos solo así, también querían referencias y el no tenia ninguna, a menos que se quisiera delatar a si mismo, arriesgándose a que se burlaran en su cara. 

Terry no recordaba haber tenido tantos problemas en el corto viaje que había hecho antes para visitar a Eleanor, pero incluso entonces viajaba con el estatus del hijo de un duque.

Tenía miedo, mucho miedo. Era irónico como el gamberro de la familia, el hijo de un duque, el joven que vagaba por todo Londres sabiéndose defender solo, se encontrara indefenso en una ciudad como Nueva York que apenas comenzaba a crearse a sí misma. La ciudad de los sueños para muchos inmigrantes como él.

Una ciudad nueva para los Europeos, un escape para los pobres y rechazados, una segunda oportunidad. Una ciudad variada con personajes oscuros o llenos de luz.

Con las manos dentro de la chaqueta y la boina vieja que usaba para la labor, Terry camino pensativo, esperaba no encontrarle de nuevo, era cierto que todos los días pensaba en aquel mal episodio que le producía pesadillas y que lo había hecho volverse más desconfiado y apático.

Una pesadilla. Eso era lo que se repetía últimamente para no perderse a sí mismo... Después de todo, recordar siempre le había hecho mal. Su cabeza no dejaba de analizar las cosas una y otra vez, cada error, cada decisión tomada en un acto temerario, las palabras que había escogido en algún momento o los gestos.

Y sería un secreto que guardaría por siempre consigo y con el cual tendría que aprender a vivir todos los días, porque ciertamente no iba ser posible olvidar.

Aquella tarde desvió su camino y decidió pasar por Candy a la pastelería. Tal vez podrían ir juntos a tomar algo antes de llegar al pequeño departamento, o ir al parque donde ella se ponía a alimentar a los patos, a veces se juntaban tantos que terminaba dándoles el pan para la cena.

A Terry no le molestaba, disfrutaba de ver escenas como esas porque le daban paz, le gustaban los animales, le hacían sentir feliz, ellos no lastimaban por malicia, su único instinto era la supervivencia, la vida de los animales era tan simple.

Tal vez al pequeño coati de Candy le hubiera gustado Nueva York, con sus edificios en construcción como en donde él trabajaba ahora, o el verde Central Park donde se puede patinar en invierno, tal vez le hubieran podido llevar escondido a la estatua de la libertad.

Cuando abrió la puerta de la pequeña pastelería sus sentidos del olfato se llenaron con el olor dulce del azúcar y la vainilla, en las vitrinas había incontables pastelillos con merengue y confitería de mucha.

— ¡Terry! — chillo la muchacha rubia. — ¡Que sorpresa!

Terry saludo a Susana quien le miraba con ojos de adoración detrás del mostrador.

Si fuéramos mayoresWhere stories live. Discover now