Capitulo XXXlll

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No hay nada más atemorizante que la vida real, porque en la vida real no hay ningún monstruo en tu armario, pero hay uno viviendo en tu misma calle, yendo a trabajar, tomando una copa con un socio o simplemente es esa persona que te sonríe por las mañanas deseándote un buen día.

Terry no quería verlo así...

Solo le quedaba vivir con miedo o superarlo y esa tarde lo iba a hacer, por dios que lo iba a hacer, con las joyas que le dio a Charlie a vender y el cheque de Eleanor, solo le había sobrado para pagar la renta y comida, pero sobre todo había guardado la cantidad, era la misma suma de dinero que ese sujeto, John, le había dado.

Terry llevaba el fajo de billetes guardado en su chaqueta, era verdad que jamás pudo recordar la dirección, pero casualmente ese día sus pasos le llevaron a ese lugar. El centro de Manhattan, no estaba seguro, pero podría estar entre la calle 34 y la 59. El joven estrujo el fajo de billetes con fuerza. Estaba decidido.

En la esquina de la acera donde estaba parado se erigía un lujoso edificio de departamentos donde solo vivía la gente de la clase alta. Sabía que estaba en el lugar correcto pues aun tenia recuerdos borrosos del cochero llevándolos a su residencia, o cuando salió de ella dando pasos tambaleantes.

No iba a mentir, el sitio le daba escalofríos, solo de haber llegado no quería más que marcharse y olvidar todo de una buena vez, pero sus pies no lo dejaban irse, era como si las plantas de sus pies estuvieran pegadas al pavimento y le fuera imposible alejarse un metro más.

Con temor de que alguien notara sus intenciones el muchacho se escondió en su sombrero, su vieja boina era un poco más grande que su cabeza por lo que le cubría muy bien, también había traído una bufanda para el resto de su cara. Y decidió esperar.

Si tan solo hubiese sabido su nombre completo esto sería más fácil.

Terry se puso a fumar, por los buenos tiempos... y los últimos.

El cielo estaba muy gris, aun así, en el ambiente se tenía una sensación de bochorno, había llovido mucho anoche, tanto que la calles estaban llenas de charcos y sus zapatos estaban con un poco de lodo, pero no le importaba. Esperaría hasta media noche de ser necesario, así y se viniera una tormenta él no se movería de ahí. No sin enfrentarle.

Algo que le gusta a Terry de la lluvia es que le tranquiliza y el olor a la tierra mojada le recuerda a sus días explorando el internado cuando estaba solo; básicamente toda su vida en Londres. La lluvia siempre causa el mismo efecto en él, otra cosa que le gusta es que vacía las calles como si no le importara el mundo, endulzando el aire con ese aroma fresco y dulce.

Es como si viniera a llenarle de consuelo, esperanza y nuevos comienzos, y algo que no sabe cómo explicar.

A Terry no le molesta empaparse, hay algo purificante en la lluvia.

Pero ya no ha tenido el efecto esperado, en vez de eso Terry solo ha dejado que la oscuridad lo abrase, envolviéndole como una manta cálida y familiar, ocultándole de todo. Protegiéndolo, tal vez en algún momento se tomaría un descanso para encender un cigarrillo, y mirar al cielo y recordar porque está aquí. El momento es ahora.

Ahora observa a una señora forrada en pieles salir del edificio y a otras entrar, aunque no les presta mucha atención.

Han pasado muchos meses de aquello, pero no puede olvidar y sabe que nunca lo hará, esto es algo que se ira con él a la tumba, mas puede vivir con ello, lo está haciendo y se está esforzando, es por eso que ha venido, tiene que arreglarlo a su manera, Terry palpa dentro de una bolsa del pantalón la navaja suiza que se ha comprado hace algunos días, siempre le gustó tener estos objetos con él para sentirse más seguro... En aquella ocasión le pescaron desprevenido y solo hay que mirar en que termino todo.

Si fuéramos mayoresWhere stories live. Discover now