Capitulo XXlll

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Al fin había heredado todo lo que le correspondía desde el momento en que había nacido. William Albert Ardlay estaba firmando un par de documentos que le entregaba su asistente George Johnson, un hombre callado y amable que le había visto crecer y que le había cuidado durante su anonimato acordado entre los miembros del concejo Ardlay.

En cada firma venia una responsabilidad nueva, su vida era arrancada de él, sus esperanzas y sus ilusiones de ser libre se esfumaban y el apellido Andley jamás se había sentido más pesado sobre sus hombros.

Había intentado todo. Desde disuadir a George para que le dieran más tiempo, o bien escapando con disfraz y otra identidad, trabajo en lugares como un simple joven sin muchos recursos, pero al final le habían encontrado.

Italia había sido el momento decisivo, si tan solo hubiera subido a ese tren. 

Pero la verdad era que había permanecido más tiempo en Inglaterra esperando por Candy.

Ahora ella estaba con ese muchacho del que tanto se quejaba en el colegio, Albert había visto el brillo en sus ojos cuando hablaba de él y como de pronto su sobrino Anthony había pasado a ser solo un recuerdo de enamoramiento juvenil, su muerte por supuesto muy sufrida por sus más allegados como Candy entre ellos, pero estaba en el pesado, ese pasado que cubría de desdicha a la familia Ardlay.


Ahora era Terry ese chico especial en su vida. Por su parte, Albert había intentado cuidarle, Mucho antes que sus sobrinos le pidieran la adopción de ella, Albert le recordaba como esa pequeña niña huérfana que lloraba amargamente y sola...

Nadie sabía de su breve encuentro. Y el nunca lo había comentado a nadie, era un recuerdo demasiado personal, para Albert,  después de todo, Candy bien y podía haber sido esa parte de el que estaba perdida, sentía que era un espíritu afín, de cierta forma la entendía, aunque claro el se sabia mas afortunado.

Huérfano desde muy pequeño, pero con una herencia comparable a la riqueza de un pequeño país, siendo parte de una de las familias mas ricas de America y con un libro de nombres de todos sus ancestros, su llegada al mundo había sido esperada. 

Ultimamente recordaba que no era libre, una vida nueva y algo aburrida le esperaba.

Después de todo ya era un hombre y no podía seguir huyendo.

— Nadie escapa de sus obligaciones. — Le había dicho la tía Elroy con una mirada seria, la matriarca escondía la mortificación en las marcadas líneas que adornaban su cara. Ahora tenía más arrugas que la última vez que le había visto, y su pelo estaba más cano.

El primer asunto en arreglar seria su pupila, le había dicho Elroy. La mujer contenía el reproche en sus labios pues comprendía que William era aún muy joven e iluso, si bien no había aprobado la adopción de esa chiquilla ahora por fin tomaría un descanso y lo dejaría todo en manos de William.

Por su parte Albert ya había mandado a George a investigar el paradero de su "hija". Este le había encontrado rápidamente no solo a ella también a su amigo ingles viviendo en un barrio cercano a Broadway. Sabía que hacían y que vivían juntos, si la tía Elroy se hubiera enterado de ello seguro hubiera montado en cólera, los colores se le hubieran subido y también exigiría sus sales.

La joven inocente que había conocido tal vez ya no era tan inocente. Albert no había querido visitarles tan pronto, les había estado dando tiempo que él no tenía y leía cada informe que George le hacía de la joven pareja.

Al parecer Terry se metía en peleas, trabajaba en la construcción y Candy en una pastelería. También habían estado trabajando antes en un teatro pero les habían despedido porque la estrella protagónica jamás se había presentado haciendo que se cancelara la obra.

Si fuéramos mayoresOnde as histórias ganham vida. Descobre agora