Capitulo XXV

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La tormenta se ha calmado inesperadamente, tal pareciera un capricho de la madre naturaleza, lágrimas de cielo que corren desesperadas, abrumadas, descargando toda la emoción en un momento.

La rabieta del cielo se ha moderado y ha dejado las calles con algunos charcos, peatones con ropas húmedas y narices propensas a estornudar.

Albert se encuentra sentado con una taza de café y un periódico que ha tratado de leer dentro de las pasadas dos horas que ha estado esperado para que Candy salga de su trabajo.

Si bien la cajera que le atendió hace un rato salió ya de la pastelería, ahora ha pasado más de media hora y Candy sigue adentro.

Albert es un hombre muy paciente y tranquilo, pero está preocupado, no le ha gustado la Candy con la que se encontró hace momentos, porque no la reconoce.

Su cabello, sus ojos, sus pecas, sabe que es ella pero hay algo que falta. Así que más pronto que tarde se levanta de su silla y deja unas monedas sobre la mesa, ignora el letrero de cerrado que tiene la puerta del negocio y entra sin más, ahí nota que la muchacha está barriendo atrás del mostrador. Esta tan ensimismada en ella misma que si un ladrón se hubiera metido ella seguiría barriendo.

— Buenas tardes.

La joven alza la mirada, no sin antes limpiarse algunas gotitas de sudor de la frente. — Lo siento, ya cerramos.

Candy no le ha reconocido, solo responde como autómata.

Y como hacerlo, Albert ya no es más el señor Albert de barbas misteriosas o el chico pre- adolescente con su gaita y su kilt, inclusive a él le está costando acostumbrarse a su nueva vida como cabeza de la familia Ardlay, aún le falta un año de universidad que dejo postergado tan pronto pudo volver a huir y ahora está firmando contratos de miles de dólares con asesores de los Ardlay y la ayuda de George, ahora usa un traje de tres piezas todos los días de la semana y lleva el cabello recortado por las orejas, también afeito su barba y vuelve a sentirse como el chico de aquellos años solitarios, solo que ahora tiene el poder que se le ha heredado con un montón de responsabilidad incluida.

Y tiene más años. Pues es un adulto joven, pero un adulto a fin de cuentas.

El señor Albert se ha tenido que ir, William Albert es quien es el en realidad, pero quien no le conozca solo vera a un joven atractivo adinerado.

El joven hombre aprieta sus labios, y se encoge de hombros, tía Elroy quiere que la repudie en cuanto sea posible, pero es solo un consejo, las ordenes ahora las dará el.

— Candy. Soy yo, Albert.

La chica rubia tira la escoba y le mira con ojos muy abiertos. — ¿Albert?

Candy no lo puede creer, el hombre le dedica una sonrisa triste, no lleva gafas de sol ni barba y se ve tan diferente, el traje que trae es muy elegante.

— ¿Albert? ¿De verdad eres tú? — temerosa pregunta de que esto sea una mala pasada que le esté jugando su mente, podría ser que solo este imaginando, todo es obra de su cabeza, porque ultimadamente es ahí a donde va cuando todo va mal.

El hombre asiente, tiene los mismos ojos celestes y parece el príncipe de la colina en adulto, es muy guapo, probablemente Anthony se parecería a él cuándo fuera mayor si este no hubiera muerto.

De repente el rubio saca unos papeles de su chaqueta, son cartas, sus cartas, las cartas que él nunca contesto porque le fueron entregadas hasta hace poco tiempo y le duele al pensar como el mensaje fue cambiando a lo largo de ellas.

Las pone sobre el mostrador.

— Siento no haber podido responderlas, yo creía que estabas bien, en cuanto las leí...

Si fuéramos mayoresTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang