Capítulo 46

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Sheldon frunció el ceño con la más absoluta expresión de concentración, mientras sostenía el rotulador como si fuera a escribir en la pizarra. Tenía la vista clavada en la última ecuación y parecía estar en trance.

- Doctor Cooper, ya he terminado de escribir los datos.- dijo una voz tras él.

El físico no reaccionó y siguió sumido en sus profundos pensamientos. La joven que estaba inclinada en la mesa alzó la mirada. Erika lo contempló, aprovechando esos momentos en los que Sheldon estaba en su propio universo con sus propias dimensiones. Una leve sonrisa maliciosa curvó los labios de la joven. Desde luego, el doctor Sheldon Cooper era más que famoso y conocido en el Caltech no sólo por su excéntrica personalidad, sino también por su extraordinario talento, su perfeccionismo, sus manías, sus exigencias y su insuperable orgullo. Todos le habían dicho que se había vuelto loca al ofrecerse como su ayudante, pero Erika no lo lamentaba en absoluto. Cierto, al principio había resultado duro acostumbrarse a trabajar en el mismo despacho que él, pero a ella le gustaban bastante los retos. Cuanto más difíciles mejor. Su talento crecía con los desafíos y estaba dispuesta a demostrarse a sí misma y a todos que su ambición podía superar al mismísimo doctor Cooper. Estaba aprendiendo mucho, aunque su propio orgullo le impedía reconocer que seguir los razonamientos teóricos de Sheldon a su misma velocidad era realmente… complicado. Pero eso no la rendiría. Además, había otro aliciente, otra motivación extra. Sus astutos ojos oscuros lo estudiaron sin perder detalle. Sheldon Cooper era un hombre realmente… interesante, en todos los sentidos. Su mente era una maravilla, cierto, pero el resto de su cuerpo tampoco estaba nada mal. Lo recorrió con la mirada, desde los pies a la cabeza. –"No, nada mal…"

De pronto, el físico pareció despertar de su trance y empezó a escribir febrilmente, mientras murmuraba algo ininteligible para sí. En unos segundos, la pizarra estaba llena de ecuaciones.

- Pues claro…- murmuró.-… Si descomponemos matricialmente…

Erika sonrió. En verdad, era todo un espectáculo verlo trabajar. Un espectáculo para la mente… y también para la vista. Aprovechó un momento en el que él se separó levemente de su pizarra y carraspeó, acercándose.

- Doctor Cooper, ya he terminado con los datos.

Sheldon apartó un momento la mirada para dirigirla hacia ella, pensativo.

- Bien.

Sin más, el joven físico volvió a escribir una fila entera de ecuaciones.

- Sheldon, ¿necesitas ayuda con eso?

- Nunca necesito ayuda con una ecuación, pero agradezco tu ofrecimiento. Lo tendré en cuenta cuando un aneurisma cerebral reduzca mi C.I de 187 a 150.

Erika reprimió una sonrisa. Oh, sí, curiosamente ese orgullo que resultaba aborrecible para todos ella lo encontraba extrañamente… excitante.

- Entonces, ¿en qué puedo ayudarte ahora?

- Erika, tienes un completo y detallado diario de tus tareas para hoy en el ordenador. Dudo mucho que hayas terminado todas. Así que ahí tienes la respuesta.

Ella hizo una mueca. Vaya, sí que era complicado traspasar esas barreras…

- Está bien, ahora mismo me pongo con ellas. Solamente intentaba romper el silencio de tres horas.

- Ya lo has roto. Además, el silencio es necesario para poder trabajar.

- Creía que tu privilegiada mente era capaz de trabajar aún con 110 decibelios… Igual que Mozart.- le picó.

Sheldon frunció el ceño y la miró.

- Mozart odiaba el ruido cuando interpretaba sus obras. A mí me pasa lo mismo, sólo que tocamos instrumentos diferentes… aunque sean ambos de cuerdas.

La teoría es más sencilla que la realidad Where stories live. Discover now