Capítulo 44

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Habían pasado varios meses desde la boda de Howard y Bernadette. Los felices recién casados volvieron a su rutina tras la luna de miel y parecía que nada había cambiado demasiado. Seguían reuniéndose cada jueves para cenar todos juntos, Raj seguía intentando conquistar el corazón de Amy, Leonard y Priya seguían cada vez más unidos y Penny... Bueno, Penny sentía que su vida era... ¿Cómo diría Sheldon? Ah, sí, una dualidad. No podía ser más feliz al lado de su excéntrico Moonpie, pero había dos cosas que enturbiaban su dicha para que fuera completa. La primera, que él seguía obstinadamente reacio a declarar sus sentimientos por ella con palabras. Y la segunda, que no soportaba a la nueva ayudante de Sheldon, Erika, una brillante y joven astrofísica, hija de uno de los más ilustres físicos del Caltech. Penny la odió nada más verla, simplemente porque advirtió su cara de sorpresa cuando Sheldon las presentó y le informó a Erika que la joven camarera era su novia. La chica la había mirado incrédula, como si el hecho de que Sheldon tuviera una novia como Penny fuese un desafío a las leyes de la física. Pero no sólo se trataba de eso. Lo peor era que esa maldita astrofísica se había ganado el favor de Sheldon en apenas una semana. El joven no comprendía el enfado de Penny. Le había explicado mil veces que necesitaba un ayudante, pues Raj estaba ocupado con sus propias investigaciones, y que Erika era realmente buena en su trabajo. Genial, eso era lo único que le faltaba. Y para empeorar las cosas, la chica no sólo era buena en su trabajo; también era bastante atractiva. Y más alta que ella. Y tenía un doctorado.

Penny bufó furiosa mientras sacudía con fuerza la ropa que acababa de sacar de la lavadora. En el fondo, sabía que no tenía sentido que tuviera celos de la asquerosamente perfecta Erika. Sheldon jamás se fijaba en otra cosa que no fuesen sus ecuaciones. En eso no había cambiado en absoluto. Sólo con ella parecía perder esa característica tan peculiar suya, aunque a veces incluso a Penny le costaba atrapar su atención cuando estaba ensimismado en sus hipótesis y teorías. Además, ella sabía que Sheldon jamás podría engañarla porque la traición, al igual que la mentira, era ilógica para el lógico doctor Cooper. Penny confiaba en él más que en nadie. La inquietud y la preocupación que sentía por aquella amenaza llamada Erika no tenían que ver con el físico teórico, sino con sus propias inseguridades. Meneó la cabeza, frustrada. De pronto, se encontró pensando que le ocurría lo mismo que a Leonard le había sucedido con ella. Su ex-novio siempre había sido extremadamente celoso e inseguro. Cualquier amigo o conocido de Penny le parecía una amenaza. Maldición, y ahora ella se comportaba de la misma forma.

Sacudió la cabeza con furia. No quería actuar así, ¡no quería! Pero sus malditas inseguridades, que ella creía ya superadas, seguían allí latentes. Sheldon era un hombre extremadamente brillante, un digno futuro ganador del Nobel de Física, una mente maravillosa... y ella era una eterna aspirante a actriz que compaginaba sus trabajos como camarera y secretaria con sus estudios en una academia de interpretación. La chica apretó los puños y los dientes, sintiendo la horrible impotencia en su interior. Nunca antes lo había considerado pero, ¿cómo se supone que dos personas tan distintas pueden ser pareja? Esa pregunta y todas las demás caían sobre su corazón como una losa. Llevaban un año juntos y no podía imaginar su vida sin él. Sheldon siempre había sido importante para ella, incluso cuando sólo eran amigos-enemigos, pero ahora simplemente sentía que no soportaría perderle. Sí, es cierto que casi todas sus rupturas con sus ex-parejas habían sido traumáticas, pero sólo pensar en perder a Sheldon... No, nunca antes había sentido morirse como ahora, sólo con imaginarlo. Los demás habían sido un juego de niños. Tenía la sensación de que hasta ahora no había conocido lo que era estar realmente enamorada.

Agitó de nuevo furiosa la cabeza, tratando de borrar los negros pensamientos. No, no debía pensar en eso. Sheldon la quería. Se lo repitió varias veces, como un mantra. Pero no pudo evitar que una lágrima triste bajase por su mejilla. De pronto, una mano se apoyó en su hombro.

La teoría es más sencilla que la realidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora