Capítulo 11

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Gypsy:

Despierto abrumada por los lengüetazos de un perro. Un animal color marrón me mira inspeccionándome; asustada, me acuerdo que yo no tengo ningún perro y me levanto de donde sea que estoy.

Uff

Una punzada en la cabeza me obliga a tensarme en el lugar. ¿ Dónde estoy? ¿ Por qué siento como si me estuvieran taladrando el cerebro? El perro me sigue mientras recorro el lugar en donde aparentemente dormí toda la noche. Lo primero que noto es un olor nauseabundo, sigo el olor hasta que me encuentro con dos bolsas de supermercado arriba de una gran mesa de mármol blanco. Por curiosidad, averiguo que hay ahí: unas milanesas. ¿ Eso estuvo toda la noche afuera de la heladera? Que asco.

Abro la otro bolsa y encuentro una barra de chocolate con almendras, mi favorito. Abro los ojos ¡Ya me acuerdo!

Yo triste. Yo borracha en un supermercado. Yo encontrándome con Nacho. Yo diciéndole que me diga "gitana".

Dios, que papelón.

A pesar que el recuerdo de lo que pasó ayer me envuelve, no puedo parar de pensar en Nacho, en lo bien que se portó trayéndome a su hogar; que ridículo, le digo de evitarnos y duermo en su sillón. Aplausos, Gypsy.

Ayer fue un día de mierda, ese sería mi resumen.

Después que le dijera mi confirmación a Juan para filmar el video, llamó a unos cuantos contactos, y en menos de media hora se encontraban en mi departamento dos camarógrafos, artefactos raros iluminándome y una persona que desconozco explicándome lo que tenía que decir.

Me sentía abrumada, con mucha impotencia y decepción de mi misma; en el momento en que la cámara prendió su luz roja se me vino a la mente mi abuela. Pero no la abuela que supuestamente traicionó a mis padres. No. La abuela que me cuidó de chica. La abuela que me hacía pasteles de chocolate cuando volvía del colegio. Esa abuela que me llevó por primera vez a una academia de baile. Y la misma que me dijo antes de partir hacia no sé qué destino que siguiera mis sueños, que sea feliz.

¿Te estoy traicionando, abuela? ¿ O me estoy traicionando a mí misma?

Me obligo a no pensar más en eso y tratando de hacer el más mínimo sonido posible, me dirijo a la enorme cocina para preparar algo de desayunar. Me fijo en el reloj del microondas y son las 10 de la mañana, Juan me dejo otro día faltar, pero recuperaré estos dos días en horas extras; tardé en convencerlo, pero me niego a tener coronita en el trabajo.

Abro la heladera: no hay absolutamente nada. Solo un morrón y un queso untable. Una rara combinación.

Mi estómago pide a gritos comida, y no me puedo ir porque no sé en qué parte de Buenos Aires estoy. Otra opción es ir a despertar a Nacho, pero me da cosita. Sería demasiado atrevido. Lo que me queda es comer ese chocolate que había en la bolsa.

Sacrificios que uno hace...

Tanteo el bolsillo trasero del short debajo de mi remerón para ver revisar mi celular. Me siento arriba de la mesada, los pies me quedan colgando, y muerdo mi chocolate. Juan, al saber que me había quedado sin celular, mandó a su asistente personal a que me comprara uno. Obviamente al principio no se lo acepté. Pero al final me convenció. Como siempre. Con su típico discurso repetido de no ser un buen padre en su momento, etc, etc.

Reviso las notificaciones: 5 llamadas pérdidas y 1 mensaje de voz.

Intrigada, escucho el mensaje de voz al tiempo que devoro mi chocolate.

-Buenas noches, le hablo de la Academia de Baile Argentina para informarle que tiene que venir mañana a las 12 del mediodía para ordenar los horarios de sus clases de flamenco. Le aviso que admiramos la puntualidad. Hasta entonces.

Gitana ··completa··Where stories live. Discover now