Capítulo 1

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Gypsy:

Correr. Todo lo que tengo que hacer es correr. Y mi Dios, en este momento mis pulmones me estarían odiando.

Mi respiración agitada me obliga a parar, por lo que me escondo en un árbol grande. Volteo mi cabeza para ambos lados verificando si alguien me siguió. El miedo se me instala en la garganta, tanto que me dan ganas de llorar, sin embargo, desisto. Tengo que ser fuerte por mi abuela, ella se lo merece.

Sigo mi camino media hora más, cuando diviso a lo lejos una estación de servicio. El frío me cala los huesos, tiritando me dirijo al empleado regordete y le pregunto en dónde queda el baño.

Apenas ingreso al sanitario, se me sube la poca comida que ingerí hoy a la mañana por la garganta, el olor es repugnante. Con unas toallitas húmedas que siempre llevo en mi mochila, limpio una mesita que está en una esquina de los lavabos, y ahora sí, puedo apoyar tranquila mis pertenencias. Lo primero que saco es una caja de madera donde está la tintura. Si quiero que no me reconozcan, debo hacerlo bien.

Me miro al espejo lleno de rastros de bichos muertos, y no me reconozco. Mi nariz roja por la escasa temperatura de Nápoles en esta época del año, mis ojos marrones irritados de tanto llorar, acompañado de unas ojeras pronunciadas y los labios con un tono azulado. Me repito que todo lo que hago es por la abuela y procedo a agarrar un mechón de mi pelo rubio rizado para teñirlo de negro.

Al terminar, limpio todo rastro de esta improvisada sesión de peluquería y cuidadosamente salgo del baño. Tengo el pelo mojado por el enjuague de la tintura (todavía no sé cómo me lo pude enjuagar en esa canilla) , por lo que me golpea una ola de fría que me hace estremecer; controlo que no haya moros en la costa y corro como si mi vida dependiera de ello

-Porque lo hace- grita una voz en mi cabeza.

Después de un largo recorrido, logro llegar al aeropuerto, en momentos así agradezco vivir cerca.

-¿Buenas noches?-pregunto apoyando todo el peso con mis brazos en el mostrador, en el cual no hay nadie. La gente a mi alrededor tiene ese aire de paz, de vacaciones.

-Oh, hola-aparece la empleada con un plato de ensalada en la mano-Dígame, ¿qué se le ofrece?

-Necesito un pasaje para el vuelo con destino a Buenos Aires, Argentina .El que salga más rápido.

-Déjame chequear-dice mientras teclea en su computador- Justo sale un vuelo en 2 horas, pero solo queda en primera clase y sale mucho más caro. ¿Lo desea igual?

-Sí-digo sin dudar.

***

Después de lo que se me hizo una eternidad, aquí estoy, sentada observando la ciudad de Nápoles desde arriba. Todo desde arriba es más pequeño, pareciera como si hay alguien allá arriba manejándonos la vida, como si fuéramos sus títeres. Y ese alguien me debe odiar.

Recuerdo como llegué a donde estoy ahora, y ahora sí, me permito derrumbarme.

24 horas antes

El ruido de los zapatos resuena por toda la plaza. Mi falda parece tener vida propia. Mis manos se mueven al compás de la música. La gente vitorea y me deja dinero en la pequeña cajita roja. Mi cuerpo se mueve como si no lo pudiera controlar. Punta, talón, patada. Punta, talón, patada.

Al terminar mi show del día de hoy, voy caminando por mi barrio y observo las casitas de todos los colores hasta que me detengo en la mía: la de color rojo.

Abro la puerta de algarrobo; coloco las llaves en su respectivo cajón y, sorpresivamente, noto que también están las de mi abuela, lo que significa que se encuentra en casa –que raro-pienso. Ella siempre a esta hora está conversando con doña Carmela, nuestra vecina de años. Paso por la cocina, cuando veo la puerta de atrás rota y forzada.

Corro rápidamente por las escaleras hacia la habitación de mi abuela, encontrándola llorando arrodillada, envolviendo entre sus delgados brazos un sombre de color madera.

-Ey, abue-la llamó con dulzura mientras me arrodillo junto a ella- ¿Qué pasó? ¿Nos robaron? ¿Te pegaron? ¿Pudiste ver sus caras? - le pregunto atropelladamente.

-Mi niña , lo lamento tanto, tanto-dice sorbiéndose la nariz-Nunca debí mentirte, por favor, perdóname.

-¿Perdonarte qué, abuela? No te entiendo- me abraza y me susurra en el oído que la deje hablar.

-Mi gitanita, solo te pido que cuando te termine de contar todo te tomes un vuelo a Buenos Aires y refugiate. Por favor, Gypsy. Prométeme que serás esa bailarina que tanto queres ser, prométeme que abrirás una academia de baile como cuando me decías de pequeña. Enamorate. Toma riesgos, equivocate. Vive Gypsy, solo te pido eso.

Gitana ··completa··Where stories live. Discover now