✡ LXXXIV

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Capítulo 84: Toren y Sylfer

Los borrachos de Dantol y Threon no traían consigo otra cosa más que dos espadas oxidadas y sus ridículas pijamas de ositos azules. No obstante, ya que la situación actual se había puesto bastante grave, no les quedó más opción que luchar en la guerra como todos los demás.

Dantol esquivó torpemente una lanza que fue arrojada en su dirección. A continuación, el borracho usó su espada para cortar la garganta del hombre que la había lanzado. La sangre salió cuantiosamente de la herida, salpicando la sucia pijama de Dantol.

El borracho se miró sus atuendos ensangrentados con gesto lamentable.

—¡Mierda, esta era mi pijama favorita! —escupió.

—No importa, no importa —dijo Threon, intentando tranquilizarlo—. Si quieres te presto la mía.

Dantol no le hizo caso, ya que se había fijado en algo interesante.

A treinta metros delante de ellos, se encontraba el tonto de Stanferd, quien en aquel momento se estaba enfrentando a cuatro guerreros enemigos él solo.

Dantol le hizo señas a Threon y luego ambos se dirigieron hacia Stanferd, cuyo verdadero nombre era Slumpy Lumpy.

Agitando su imponente bola de espinas de un lado a otro, Stanferd iba aplastando las cabezas de sus desdichados rivales, como si éstas estuvieran hechas de gelatina.

Y cuando al fin aniquiló a los cuatro que tenía en frente, Slumpy Lumpy soltó una malévola carcajada... Y luego, de un instante a otro, cayó inconsciente al suelo.

Dantol lo había golpeado por la espalda.

—¿No recuerdas cuando te dije que cuidaras tu espalda? —dijo el borracho con una sonrisa.

—Qué buen golpe —lo alagó Threon.

—Solo lo suficiente para enviarlo directo al hospital, a donde pertenece.

Al ver que su compañero se detenía para enfrentar a la bestia, Raidel aulló:

—¿QUÉ DEMONIOS ESTÁS HACIENDO?

Las tenazas del Rey chocaron contra las dagas de Sylfer con una potencia demoledora. Y pese a que las armas del enano estaban forjadas con el acero macizo de más alta calidad, el impacto hizo que éstas se agrietaran ligeramente. Además, Sylfer salió disparado hacia una de las paredes de aquel túnel y luego cayó al suelo.

—¡Alto ahí! —gritó el muchacho, mientras iba en ayuda de su compañero.

Raidel lo ayudó a ponerse de pie.

El Zirgo quedó intrigado ante aquel comportamiento altruista. Muy pocas veces había visto algo parecido. Era raro ver entre las bestias que alguien ayudara a algún compañero en problemas.

Pero lejos de estar complacido, Sylfer parecía furioso.

—¿Acaso no te ordené que te marcharas?

—No me interesan tus ridículas "órdenes" —dijo el muchacho, más serio de lo habitual—. ¡Yo jamás abandonaría a un amigo en una situación tan grave como esta!

—Tu compasión va a terminar matándote —replicó Sylfer, sombrío.

—Tonterías —murmuró Raidel—. Si luchamos juntos tenemos una oportunidad.

A continuación, el muchacho desplegó su inmensa guadaña negra y la prendió en llamas.

Sylfer se colocó en posición de batalla.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora