✡ XXXII

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Capítulo 32: La Competencia de Insultos

No fue sino hasta que transcurrieron dos días que el rey mandó a llamar a Raidel al Palacio Real. Dantol lo acompañó hasta la entrada, y luego se marchó, ya que a partir de ahí el muchacho sería escoltado por otros dos Capitanes de Escuadrón.

Lo llevaron dentro, por unos pasillos estrechos y sombríos, hacia la que ellos llamaron Sala de Jerarquías, en la que Raidel suponía que se otorgaban los rangos.

Doblaron por varios pasadizos, subieron escaleras, y finalmente se detuvieron ante unas puertas gruesas de roble, las cuales estaban pintadas de rojo.

Raidel pudo observar que, extrañamente, Un General de División estaba haciendo guardia en el lugar. Tras verlos llegar, el General abrió las grandes puertas, dejando al descubierto un enorme salón. Ahí dentro se encontraba el rey, quien estaba sentado en un magnífico trono negro. Diez Capitanes lo protegían de cerca, y otros quince de lejos, los cuales estaban repartidos por todo el Salón.

Raidel avanzó al interior de la estancia. Al pasar al lado del General, dijo:

—¿Qué onda, viejo? ¿Qué te cuentas? —saludó. A continuación, se dirigió hasta el centro del salón. Las puertas de roble se cerraron tras de sí.

El rey le quedó mirando fijamente por unos segundos, antes de decir:

—Bueno, ya sabrás para qué te he llamado.

—Por supuesto —asintió Raidel, hurgándose uno de los orificios de la nariz con un dedo. Posteriormente se sacó una cosa larga y verde que tiró al suelo con despreocupación.

El silencio se hizo presente.

Los mirada del rey estaba fija en Raidel. Pasó unos cuantos minutos en esa posición. El pelirrojo bostezó varias veces del aburrimiento. Parecía que lo único que quería era tirarse en el piso, al lado de su moco, y echarse una buena siesta. Al final el rey dijo:

—Tu combate del otro día fue espectacular. Tus oponentes no pudieron darte ni un golpe.

—Gracias por sus amables palabras —dijo Raidel—, pero en realidad el combate fue una mierda total —todavía no se olvidaba de todas las desgracias que habían ocurrido aquel día... nunca lo haría.

El rey se encogió de hombros.

—Bueno, te convoqué para otorgarte oficialmente el rango de Capitán de Escuadrón...

—Yo creí que oficialmente ya era Capitán —dijo Raidel—. Ya hasta me dieron la placa —la sacó del bolsillo y la levantó ante los ojos del rey. Se trataba de un pedazo de metal cuadrado de bronce puro con el emblema de un jabalí persigiendo a su presa. Tenía las palabras "Capitán de Escuadrón" inscritas en ella.

—Sí, pero ahora te entregaré la armadura y te diré en dónde será tu Centro de Comando.

—¿M-mi Centro de Comando? —repitió Raidel, extrañado.

—Sí, es el lugar en el que te reunes con tus cien hombres para darles instrucciones y ese tipo de cosas —explicó el rey—. Tu escuadrón será el número treinta y cuatro.

—Está bien —dijo Raidel, sin terminar de entenderlo del todo.

A continuación el rey le había dicho los horarios en los que trabajaría; le había explicado qué debía y qué no debía hacer; le había dicho la localización exacta de su Centro de Comando: le había dado un mapa con las regiones del reino en las que él y sus hombres trabajarían; le había especificado con todo lujo de detalles acerca de qué era lo que tenía que hacer en los distintos casos que se le podían presentar; y por último le había dado un inmenso libro de las normas y reglamentos del reino.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora