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Capítulo 39: Subalia

Dyler, el rey de Subalia, quien en aquel momento tenía treinta años de edad, se encontraba sentado cómodamente en su gran trono de color azul. Era un tipo diminuto y regordete, a quien habitualmente se le veía comiendo algo de naturaleza grasosa.

En aquel momento tenía un plato con un gran pedazo de carne sobre sus piernas, al cual lo estaba devorando gustosamente, mientras pensaba en los conflictos que tenía con Ludonia.

No entendía cómo el rey de aquel reino podía mostrarse tan obstinado en ignorar todas las exigencias y amenazas que le llegaban. ¿Acaso no le importaba que Subalia le declarase la guerra? ¿O no creía que aquello fuese a suceder?

Mientras más lo pensaba, más creía que el rey de Ludonia era o muy estúpido o muy inteligente, ya que la verdad era que Dyler en realidad no quería declararles la guerra, sino solamente intimidarles para que ellos cumplieran con las exigencias de Subalia.

Dyler sabía que si ambos reinos entraban en guerra, Subalia terminaría con muchas bajas, pese a que estaba seguro de que al final ganarían. ¡Su ejército le doblaba en número al de Ludonia! Era imposible que perdieran... Sin embargo, la guerra reduciría considerablemente el número de soldados del ejército de Subalia, y eso era algo que Dyler no quería.

De pronto las puertas del salón se abrieron de par en par, y por allí entró un hombre con el cabello largo, el cual estaba teñido de un azul oscuro. Su rostro estaba surcado por una cicatriz en forma vertical que le atravesaba el ojo derecho, y que iba desde la mandíbula hasta la frente. Llevaba puesta una armadura negra con el emblema de Subalia inscrita en ella.

El hombre avanzó por el salón hasta detenerse frente al rey. A continuación clavó una rodilla en el suelo en señal de reverencia.

—Le traigo noticias, su majestad —anunció.

—¿De qué se trata, Comandante Naikon? —inquirió Dyler, levantando con sus dedos el pedazo de carne y dándole un mordisco.

—Acaba de llegar la respuesta de Ludonia a nuestro mensaje —dijo Naikon levantando una carta que tenía en la mano.

Dyler se vio los dedos grasosos y luego dijo:

—Abre y lee. Veamos lo que dice.

Naikon abrió la carta y sacó la hoja de papel que había dentro de ésta. Enseguida notó que no había mucho escrito en ella, pero aún así la leyó en voz alta:

—"Estimado Dyler, déjeme recordarle que ya le he indicado mil veces que Ludonia no aceptará sus exigencias. Jamás nos inclinaremos ante Subalia, ni tampoco haremos nada que pueda ser considerado como tal. Espero que esta vez entienda que no les daremos ningún trato especial por más amenazas que nos lleguen de su parte, así que por lo que a mi respecta, pueden irse a la mierda. Atentamente: Lakmar Wenrich IV".

Naikon había leído esa última frase con un tono de voz algo vacilante. ¿En verdad el rey de Ludonia había escrito semejante... bazofia?

En su trono, el rey Dyler frunció el ceño.

—No nos queda otra opción —dijo, resignado—. No quería hacer esto, pero no hay otra forma... —apretó los puños—. Conseguiremos lo que queremos como sea.

—Se hará lo que se tenga que hacer —lo apoyó Naikon con una sonrisa.

—¿Una subasta? —repitió Raidel, entusiasmado. No entendía muy bien la situación, pero la emoción de sus compañeros era contagiosa.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora