✡ LIV

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Capítulo 54: Las Cinco Piedras

Raidel estaba horrorizado. ¿La princesa Misha moriría en menos de una semana si no recibía la cura?

—¿Ocurre algo? —preguntó Sylfer, un poco sorprendido al ver que Raidel había caído de rodillas y además parecía estar devastado.

Raidel miró alternadamente a Sylfer y al rey. ¡No podía dejar que ellos descubrieran sus sentimientos hacia la princesa!

—Bueno, me estoy preparando mentalmente para entrar en el temible Desierto Inder —mintió Raidel, quien aún estaba bastante consternado por la situación de la princesa.

Su desconsuelo no pasó desapercibido para el rey.

—Tranquilo, que no irás solo —dijo el anciano para intentar animarlo—. Te acompañará Sylfer, aquí presente —apuntó al enano con uno de sus dedos huesudos—. Él ya ha ido en una ocasión al Desierto Inder, así que conoce la localización exacta de las cavernas subterráneas que hay en aquel lugar.

—Entiendo —dijo Raidel, muy consciente de que lo que estaba en riesgo era nada menos que la vida de la princesa—. Será mejor apresurarse, ¿no?

—Así se habla —lo apoyó Sylfer.

—Bien —el anciano se puso en pie y acto seguido dirigió su mirada hacia Raidel—. Ve y recoge todo lo que vayas a llevar para esta misión. Un carruaje les estará esperando en la plaza norte del reino en una hora. De allí partirán hacia el Desierto Inder.

Raidel asintió con la cabeza. Estaba decidido a salvar a la princesa así tuviera que poner en riesgo su propia vida. No podía permitirse el lujo de fallar en esta misión. En sus manos estaba el destino de quien quizá era la persona que más le importaba en este mundo.

Si tuviera que elegir, prefería morir que fallar.

Y cuando Raidel salió del Salón del Trono, apresurado y pensativo, Legnar Astrom se interpuso en su camino.

—Espera un segundo —dijo el Comandante, mientras buscaba algo en sus bolsillos.

—¿Qué es lo que quieres ahora, Legnar? —dijo Raidel, bastante molesto—. Tengo prisa, ¿sabes?

Entonces el Comandante sacó cinco piedras pequeñas de sus bolsillos y se las entregó a Raidel.

—Estas piedras te serán de utilidad si las cosas se ponen difíciles en el Desierto Inder —aseguró Legnar—. Úsalas con moderación porque solo me quedan estas cinco.

Raidel observó las piedras por dos segundos y luego las tiró al suelo con algo de fastidio.

—Carajo, hoy no estoy para bromas —dijo el muchacho con el ceño fruncido—. ¡Metete esas piedras por donde no te llegue la luz del sol!

—Mocoso malcriado, ¿quién te enseñó a hablar así? —lo reprochó Legnar, muy atento del estado de las piedras que ahora estaban tiradas en el suelo—. ¡Ten cuidado de tirar a mis piedras de esa forma!

Raidel, muy seguro de que el descerebrado de Legnar había perdido la cabeza, se alejó de aquel lugar lo más rápido que pudo, pero lo que el Comandante dijo a continuación lo hizo detenerse en seco.

—¡Estas no son piedras normales, son piedras mágicas! —gritó Legnar.

Raidel se dio la vuelta para mirarlo de frente.

—¿P-p-piedras mágicas? —tartamudeó.

—Exactamente —dijo Legnar—. Las llaman Piedras Explosivas y no tienes idea cuánto cuestan cada una de ellas...

—¿Son piedras que explotan? —dijo Raidel, escéptico. Era difícil creer algo así, sobre todo si venía de la boca de semejante pendejo.

—Así es —asintió Legnar, mientras recogía sus piedras—. Te ayudarán contra tus enemigos. Úsalas solo en caso de urgencia extrema —volvió a entregarle las piedras a Raidel.

El muchacho las observó con detenimiento. No parecían tener nada en especial. Lucían comunes y corrientes como cualquier piedra normal.

Y por si no había quedado lo suficientemente claro, Legnar volvió a recalcarlo:

—Como ya te lo he dicho, estas son piedras mágicas, así que son prácticamente imposibles de conseguir —estaba bastante serio—. Dadas las circunstancias, no me queda más opción que dártelas a ti, pero más te vale que las uses con sensatez. No quiero que...

—¿Cómo se usan? —lo interrumpió Raidel.

—Aprietas fuertemente una piedra hasta que esta se parta en dos. Inmediatamente después debes lanzar las dos partes hacia tu objetivo —se encogió de hombros—. La explosión que se libera a continuación no es tan poderosa que digamos, pero si es lo suficiente como para aturdir y confundir a tu enemigo —sonrió—. Son de mucha utilidad en batalla...

—Veamos... —dijo Raidel, partiendo una piedra en dos y lanzándola directamente hacia la cara de Legnar.

El Comandante soltó una exclamación de horror al tiempo en que se tiraba al suelo para esquivar las piedras, las cuales no tardaron en explotar en un estallido violento. Tal y como había dicho Legnar, no había sido una explosión muy poderosa, pero tampoco estaba tan mal.

Ahora el Comandante, quien estaba tirado en el suelo, con la cabeza completamente negra gracias al polvo de la explosión, ya no parecía tan poderoso e imponente como antes. Raidel no pudo contener una sonrisa ante tal visión.

—¡Vaya, estas si que son piedras explosivas después de todo! —gritó Raidel, bastante entusiasmado—. ¡Gracias por dármelas, amigo! ¡Te garantizo que no las desperdiciaré! —y a continuación se marchó del lugar con sus cuatro piedras restantes mientras Legnar, más furioso que nunca, le gritaba cosas ininteligibles a lo lejos.

Después de haber recogido su guadaña portátil, una bolsa de provisiones y objetos útiles, y después de informar a los borrachos acerca de su misión, Raidel se dirigió hacia la plaza norte, en donde un carruaje empujado por dos caballos estaba esperando su llegada. Allí encontró a Sylfer y al conductor del carruaje, quienes también acababan de llegar.

Raidel y Sylfer se ubicaron en la parte trasera al tiempo en que el carruaje iniciaba su recorrido. Este sería un viaje bastante largo. El lugar al que se dirigían estaba muy lejos.

—¿Listo para entrar al Desierto Inder, mejor conocido como Las Puertas del Infierno? —preguntó Sylfer con una sonrisa que revelaba que él ya estaba más que preparado para matar a toda una horda de bestias inhumanas si éstas se interponían en su misión.

—Claro que lo estoy —dijo Raidel, sin dejar de pensar en la princesa. La salvaría así tuviera que enfrentarse y vencer al propio Dios. Haría cualquier cosa para que ella sobreviviera. Cualquiera.

—Más te vale que en verdad estés preparado, porque lo que nos espera en ese lugar hará que desees nunca haber nacido.

Raidel sonrió, bastante tranquilo, pensando que ya había visto y se había enfrentado a demasiadas personas en su corta vida, por lo que dudaba que algo fuese a sorprenderlo.

No sabía cuánto se equivocaba.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora