32. 𝗡𝗢 𝗠𝗘 𝗙𝗜́𝗢 𝗗𝗘 𝗘́𝗟

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—Desde luego, Percy es muy ambicioso, lo tiene todo planeado; quiere llegar a ministro de Magia... —dijo Ron a Harry, Hermione y Sara en voz baja, cuando salieron dejando allí a Percy.

  Una hora después, se encaminaban a Flourish y Blotts. No eran, ni mucho
menos, los únicos que iban a la librería. Al acercarse, vieron para su sorpresa a una multitud que se apretujaba en la puerta, tratando de entrar. El motivo de tal aglomeración lo proclamaba una gran pancarta colgada de las ventanas del primer piso:

GILDEROY LOCKHART

firmará hoy ejemplares de su autobiografía

EL ENCANTADOR

de 12.30 a 16.30 horas.

—¡Podremos conocerlo en persona! —chilló Hermione, sacudiendo a Lucy por el brazo como loca, mareando a la pelirroja—. ¡Es el que ha
escrito casi todos los libros de la lista!

  Sara abrió los ojos exageradamente y un brillo apareció en sus ojos.

—¡Sí, sí, sí! ¡Jefa, vamos, ¿sí?! ¡No sea mala, vamos, vamos! —chillaba Sara, sacudiendola por el otro brazo.

  Harry y Ron miraban divertidos la situación, Hermione y Sara sacudían a Lucy como si fuera su madre para que les diera permiso de ir.

—¡Vamos, vamos, Lu! —rogaba Hermione.

—Ya qué —soltó Lucy rodando los ojos y dejándose llevar por ambas niñas. Seguidas por el azabache y el pelirrojo.

  La multitud estaba formada principalmente por brujas de la edad de la señora Weasley. En la puerta había un mago con aspecto abrumado, que decía:

—Por favor, señoras, tengan calma..., no empujen..., cuidado con los
libros...

  Lucy, Harry, Ron, Hermione y Sara consiguieron al fin entrar. En el interior de la librería, una larga cola serpenteaba hasta el fondo, donde Gilderoy Lockhart estaba firmando libros. Cada uno agarró un ejemplar de Recreo con la «banshee» y se unieron con disimulo al grupo de los Weasley, que estaban en la cola junto con los padres de Hermione.

—¡Qué bien, ya están aquí! —dijo la señora Weasley. Parecía que le
faltaba el aliento, y se retocaba el cabello con las manos—. Enseguida nos tocará.

  A medida que la cola avanzaba, podían ver mejor a Gilderoy Lockhart.

  Estaba sentado a una mesa, rodeado de grandes fotografías con su rostro,
fotografías en las que guiñaba un ojo y exhibía su deslumbrante dentadura. El Lockhart de carne y hueso vestía una túnica de color añil, que combinaba perfectamente con sus ojos; llevaba su sombrero puntiagudo de mago desenfadadamente ladeado sobre el pelo ondulado.

  Un hombre pequeño e irritable merodeaba por allí sacando fotos con una gran cámara negra que echaba humaredas de color púrpura a cada destello cegador del flash.

—Fuera de aquí —gruñó a Lucy, retrocediendo para lograr una toma
mejor—. Es para el diario El Profeta.

—¡Vaya idiota! —exclamó Lucy, frotándose el pie en el sitio en que el
fotógrafo lo había pisado.

—¡Oiga! —gruñó Sara enojada, pero antes de que hiciera algo, Lucy la detuvo por el antebrazo.

—Ya déjalo, Sara —dijo Lucy para que le quitará importancia, pero aún así, la rubia seguía fulminando al pequeño hombre.

  Se había metido con su jefa, por lo tanto se había metido con ella.

  Gilderoy Lockhart lo oyó y levantó la vista. Vio a Lucy y luego a Harry, y se
fijó en él. Entonces se levantó de un salto y gritó con rotundidad:

✓ DRAGONS, harry potter [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora