Se le escaparon lágrimas a causa del dolor y no pudo evitar sollozar. Pero se puso en pie de nuevo aunque le estuviese costando más que la vez anterior. Cuando enfocó la vista vio de nuevo a los lobos a su alrededor. Esta vez estaban mucho más cerca, tanto que si alargase una mano podría tocar sus hocicos.

Otro lobo la atacó pero esta vez le mordió el tobillo derecho antes de tirarla al suelo. No pudo evitar gritar al sentir los afilados dientes clavarse en su piel y en sus tendones. Intentó frenar la caída pero lo único que logró fue lastimarse la mano herida.

Nalasa se arrastró por el suelo mientras los lobos la seguían a una distancia prudencial. Malditos animales. Estaban jugando con ella, con su presa. Sabían que no podía escapar y habían decidido conjuntamente divertirse antes de devorarla. 

Pues habían dado con la persona equivocada. 

No iba a tolerar que aquellos lobos la torturasen hasta que se cansasen. Pelearía para defenderse y para que el final fuese rápido. Si iba a morir que la matara de una vez.

Con la mano sana palpó un trozo de cristal roto de su candil y lo cogió entre sus dedos. Lo apretó con decisión sin importarle el que le cortara la piel y la carne y se puso de nuevo en pié. Firme como una reina a punto de luchar en su última batalla, Nalasa miró a los lobos y escupió al suelo.

- ¡Venid a por mi sucias alimañas! - les gritó.

Uno de los lobos gruñó y arrancó a la carrera para abalanzarse sobre ella. Cuando el lobo saltó y expuso su vientre, Nalasa le clavó el cristal roto. El animal sollozó y los dos cayeron a la tierra del claro mientras la luna los iluminaba. La sangre caliente comenzó a machar la mano de Nalasa al igual  que su cara y cuello. De una patada, se sacó al animal moribundo de encima sin soltar su arma improvisada completamente dispuesta a matar a los cuatro lobos que quedaban en pié. Pero los lobos atacaron a la vez abalanzándose contra su cuerpo dolorido y herido.

No tardó en sentir los colmillos de los lobos. Uno le mordía el brazo derecho, otro el izquierdo, otro había clavado sus caninos en el tobillo ya rebosante de sangre y el que quedaba le estaba mordiendo el cuello. El dolor que la invadió fue tan o más insoportable que el que sintió por manos de Jioe. El instinto de supervivencia hizo que forcejease y que los lobos mordiesen con más fuerza para evitar que escapase.

Finalmente se quedó quieta e inmóvil esperando el final. Iba a morir y lo sabía. Lo aceptó. No fue difícil hacerlo. La muerte no podía ser tan despiadada como la vida. Dejaría de sufrir y se reuniría con sus padres.

La vista comenzó a nublarse y poco a poco sintió como el corazón le latía más y más despacio igual que su respiración que disminuía por momentos. Solo se arrepentía de una única cosa…

De no haber amado a nadie.

En su mente pareció escuchar la música de un vals cuando todo se estaba volviendo negro y aparecía ante ella un túnel con una luz al final. Aquella luz era tan cálida y acogedora, la misma que sentía cada vez que llegaba a su antigua casa y su madre le sonreía y le daba un bollo recién horneado.

Quiso alcanzar la luz.

Unas plumas negras cayeron del cielo y el peso de los lobos desapareció de golpe a la vez que el túnel y la luz. Los animales gimotearon de dolor, como si algo les estuviese atacando y dando muerte.

Su respiración superficial hizo volar una de las plumas negras que había caído sobre sus labios secos y agrietados. Aquella pluma era tan negra como el azabache y tan brillante como las estrellas. Parecía suave al tacto y seguramente lo fuese. Tenía ganas de tocarla y comprobarlo pero no sentía los brazos ni tan siquiera sentía dolor. Solo sentía que algo la estaba arrastrando a la deriva. La vista comenzó a emborronarse de nuevo y el túnel regresó nuevamente.

Algo la cogió con delicadeza por los hombros y le pareció sentir el tacto de unos dedos ¿o eran unas garras? Una caricia en el cuello hizo que recobrara algo de lucidez y le pareció ver la silueta de un hombre con dos grandes alas en la espalda. Parecían las alas de un cuervo. Nalasa quiso decir algo pero era incapaz de pensar en algo razonable que decir y tampoco tendía las fuerzas suficiente como para producir sonido alguno. Le pareció que el ser que la mantenía erguida decía algo y después escuchó un batir de alas y el frescor del viento en la cara.

Sintió como su cuerpo se elevaba envuelta en unos brazos fuertes y cálidos. El bosque quedó reducido a nada cuando fueron ganando altura y precipitándose hacia el cielo. La luz de la luna se hizo ahora mas evidente y pudo ver una mata de cabellos dorados meciéndose por el viento. Un olor a jazmín inundó sus fosas nasales y se le subió al cerebro embutido. Ella conocía aquel olor de jazmín, pues no era un olor normal y corriente; era demasiado intenso. 

Esta vez si le salieron las palabras.

- ¿Araziel?

Unos labios silenciaron su pregunta haciendo que reviviese unas sensaciones olvidadas y que la debilidad de su cuerpo fuese desapareciendo. Aquellos labios le dieron la respuesta que más ansiaba conocer y por fin pudo perder el sentido.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now