1. La boda.

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Capítulo uno.

Me encuentro en mi habitación, terminando de colocarme el vestido blanco empalagosamente angelical que mi mamá escogió para su día. Me hace lucir como una niña de diez años, pero es su boda, ¿Quién soy yo para arruinarle la ilusión de verme vestida así?
Me acerco a la ventana y deslizo la cortina unos centímetros para observar el jardín, los invitados van llegando y todo está listo. Debería estar presente allí abajo, saludando a todos con una enorme sonrisa, pero sinceramente prefiero seguir aquí hasta que alguien suba a exigirme lo contrario.

Mis padres se conocen desde los quince años, cuando se pusieron de novios, y treinta años después creen que deben dar el si.
No es que odie el matrimonio, pero me parece algo innecesario, las parejas sólo lo llevan a cabo cuando se sienten inseguras y creen que eso fortalecerá su unión, cuando quieren aparentar que viven en un cuento de hadas o solo necesitan una excusa para derrochar dinero.
Y no es ninguna de las razones por las que mis padres se casan, por eso no termino de entender que buscan con esto.

Siento unos golpecitos sobre la puerta de mi habitación, sacándome de mis pensamientos. Elevo la voz, así la persona del otro lado puede oír cuando le permito entrar y me doy la vuelta para ver de quien se trata. Mi padre aparece unos segundos después con su elegante esmoquin negro y la resplandecientemente blanca camisa que lleva debajo. Se acomoda la corbata y sigue caminando hacia mi, junta nuestras manos y sube la mía hacia su rostro para depositar en ella un cálido beso.

-Estás hermosa.

-Gracias, papá. Tu tampoco estás nada mal. -sonríe.

-¿Que te parece si bajamos? Ya casi es la hora.

-Está bien.

Camino a su lado por el largo pasillo en el que se encuentran el resto de las habitaciones.
Bajo las escaleras con cuidado de no tropezar y pasar la vergüenza de mi vida. Aunque pensándolo bien, dudo que alguien vaya a verme, todos deben hallarse ya en sus asientos.
Mi papá aún no afloja el agarre de nuestras manos y deduzco por sus acciones que está nervioso.
¿Nervioso de qué? Está claro que mi mamá no saldrá corriendo antes de llegar al altar o le dirá que no quiere casarse con el. Aún así me está cortando la circulación.

-Hey, todo va a salir bien -intento tranquilizarlo una vez que mis zapatos tocan suelo firme. Me sonríe.

-Te amo. Vé a buscar a tu mamá -asiento y el besa mi mejilla.

Entro en la cocina y la veo, está de perfil y sus enormes ojos morenos espían por la ventana. Se me hace inevitable sonreír cuando confirmo lo hermosa que es. El vestido la hace lucir como una princesa. Lleva su cabello colorado, el cual herede, recogido en un moño perfecto rodeado de florecitas.

-¿Ya es la hora? -pregunta nerviosa cuando se percata de mi presencia.

-Si, ya es hora.

-Me muero de nervios -se lleva las manos a la boca sin dejar de dar vueltas en círculo. Pongo los ojos en blanco.

-Mamá, no hay nada de que preocuparse. Papá y tu están juntos desde que tienen uso de razón, esto es sólo una fiesta -suspiro- Y si te arrepientes puedo ayudarte a salir por atrás y huir con tu amante -finalizo de manera dramática.

Me abraza. Mucho cariño por hoy.

-Está bien, pero antes, ¿Crees que puedas hacerme un favor? -dice en cuanto nos separamos.

-Si, claro. Pero que sea rápido, papá ya debe estar en el altar.

-Necesito que subas a mi habitación y tomes de mi tocador el anillo de la abuela. Es importante para mí.

Vuelvo a poner los ojos en blanco. ¿Alguien puede hacerles entender que es solo una boda? No necesitan amuletos, ni nada de eso. Pero no hay tiempo para discutir.

-Ya regreso.

Abandono la cocina y subo nuevamente las escaleras con prisa. Camino hacia el final del pasillo donde se ubica la habitación de mis padres.
No sé explicar porqué mi casa tiene tantas habitaciones cuando me lo preguntan. Tal vez sea por el hecho de que planeaban tener más hijos pero, por culpa de un diu mal colocado, mi madre quedó estéril. Y aunque existen otros métodos, algunos acontecimientos tristes para mi familia hicieron que pierda completamente las ganas de ser madre otra vez.
Pero claro, no me gustaría explicar eso a cada persona que se interese por las habitaciones, así que me limito a encogerme de hombros.

Entro en su cuarto y busco el anillo. Una vez que lo tengo en mi mano salgo del cuarto y camino rápidamente de vuelta a las escaleras.
Paso por delante de las otras puertas y...¿Porque la mía está abierta?
Le he dicho a mis padres que la mantengan cerrada, no quiero que se llene de niños tocando mis cosas o saltando en mi cama.
Me acerco a cerrarla y es cuando escucho ruidos que provienen del interior. Las luces están apagadas y no logro ver con claridad. Las enciendo. Mi prima y un chico que no termino de reconocer están besándose como si no hubiese mañana.

-Fuera de mi cuarto. Ahora.

Mi prima me fulmina con la mirada y acomoda su vestido para luego salir a trote. El chico solo sonríe. Idiota.

-¿No escuchaste?

-Si, lo siento, es que me perdí en tu mirada.

-Bueno, utiliza el GPS de tu celular para encontrar el camino hacia el jardín -su sonrisa se amplía y aunque es contagiosa hago un esfuerzo por mantener mi postura.

Cuando los dos desaparecen de mi campo de visión vuelvo con mi mamá y le entrego lo que me pidió.

-Gracias, Lottie.

-No me digas así, mamá -ríe.

Mi nombre es Charlotte, Charlotte Payne. Pero desde niña mis padres me llaman Lottie. Un sobrenombre del que, aún con dieciocho años, no me he podido despegar.

-¿Por qué tardaste tanto?

-Ah, no importa. Salgamos.

Me acerco al jardín y le hago señas a mi tía de que está lista. Ella me guiña el ojo y se acerca al sonidista para pedirle que le de play a la marcha nupcial.
En cuanto la música comienza a escucharse todo lo demás se convierte en absoluto silencio, mi padre acomoda su corbata por décima vez y sonríe.
Soy la primera en entrar. Camino por el pasillo que separa a los invitados, el cuál está adornado con pétalos, telas y flores. Todos, más que nada los mayores, me miran con ternura y me dedican una sonrisa orgullosa. A pedido de mi papá, no pondré los ojos en blanco.
Llego al altar y me quedo de pie a un lado luego de saludar a mi padre.

A los pocos segundos es mi madre la que entra y se roba todas las miradas. Mi papá está totalmente embobado.
Camina con delicadeza, moviéndose con la elegancia que solo ella puede desprender. Sonríe dejando ver sus dientes blancos y perfectos a la vista.
Coloca uno de los mechones rojizos que lleva suelto detrás de su oreja y se posiciona frente a mi padre, el levanta su velo para despejarle la cara y poder apreciarla sin obstáculos.

Lo único interesante que sucede después es que ambos aceptan unirse en sagrado matrimonio, se besan, y todos rompen en aplausos.

© Bajo Las Reglas -𝙅𝙐𝙉𝙂𝙆𝙊𝙊𝙆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora