XVIII (red)

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—A ver amor, pásame esa pieza– pidió Emilio, apuntando a una de las piezas de cartón que estaban desparramadas sobre la mesa, Joaquín lo hizo y Emilio inmediatamente colocó el pequeño pedazo de cartón moldeado en las manos de su padre, que la colocó en medio de las otras piezas armadas y sonrió cuando encajó.

Era domingo otra vez, habían pasado varios días de aquella casi infame sesión fotográfica con Diego que empezó mal y terminó, para sorpresa de Joaquín, bien, Diego había obtenido las fotografías que quería y habían pasado junto con Marissa la mayor parte de un día de trabajo acomodando todo para construir el perfil falso de Joaquín, se sorprendió también al saber que incluso su jefe estaba al tanto de todo lo planeado y también de los procesos y justo como él había dudado pero aceptado al final gracias a la garantía de Rivera de que tanto Joaquín como todo lo que tenga que ver con su integridad personal estarían a salvo.

Joaquín veía con atención a su novio ayudarle a su padre a armar un rompecabezas que el hombre había pedido prestado de la sala de recreación de la clínica, en momentos intervenía pero prefería quedarse admirando la suavidad con la que Emilio trataba a su padre; mientras pensaba en el fondo de su mente en todo lo que estaba pasando en su trabajo y que no podía decirle a Emilio.

Ciertamente era una carga muy pesada para una persona; además de tener que guardarse la situación por ser delicada y cómo Diego lo dijo, confidencial, tenía que guardarse sus pensamientos, los secretos ajenos que había tenido la mala suerte de conocer y por si fuese poco, sus propias inseguridades.

Y es que tenía miedo, miedo de que el asesino picara el anzuelo que le habían colocado, miedo de que todos los planes de Rivera, Diego y su equipo salieran como ellos querían y no como Joaquín deseaba, miedo de no volver a sentirse seguro ni siquiera en su trabajo, miedo de que se le llamara cobarde por temer sobre el incierto trabajo que se le pedía, miedo de que las cosas no salieran a su favor y saliera lastimado, o algo peor.

Lo único que le mejoraba los días era que las cosas con Emilio habían mejorado notablemente, ya no se sentía inseguro sobre su relación, no tenía dudas dentro de sí, casi todo volvió a la normalidad; casi todo volvió a ser amor, mimos y apapachos, con la excepción de que Joaquín seguido llegaba al departamento vacío y Emilio llegaba después, y de que, a pesar de haberlo reducido de manera considerable, aún se perdía en su teléfono de vez en vez.

Sabía que Emilio notaba su cambio, sabía que Emilio le conocía como la palma de su mano y que no podía esconderle absolutamente todo; pero también sabía que por más que él quisiera, no podía contarle nada, y agradecía infinitamente que Emilio no preguntara nada, porque se conocía, sabía que si Emilio le cuestionaba la más mínima cosa, fuese lo que fuese, él le diría absolutamente todo lo que sabía, poniéndose en riesgo y potencialmente arriesgándolo a él, y era lo que menos quería; no quería que por un desliz de su increíblemente chismosa boca y su naturaleza confianzuda los dos estuvieran en un peligro que desconocían y que pudiera ser inminente.

La carcajada de Juan al festejar que habían terminado de armar el rompecabezas le sacó de su ensimismamiento, Emilio le miró con una sonrisa en la cara que correspondió inmediatamente.

—¿Estás bien?– le preguntó el rizado, estirando su mano por encima de la mesa con la intención de sostener la suya, Joaquín asintió y correspondió el gesto, entrelazando sus dedos con los de Emilio, sintiendo una calidez recorrer desde la punta de sus dedos al nacimiento del cabello en su nuca, cómo si fuese la primera vez que se tocaban, Dios, estaba tan enamorado de él.

Juan tomó el teléfono de Emilio de la mesa, que Joaquín agradecía que no hubiera sonado en toda la mañana y en lo que parecía un repentino momento de lucidez les tomó una foto, dejándoles sorprendidos por la súbita acción del hombre; Emilio soltó a Joaquín para tomar el teléfono de las manos de su padre y apuntarlo hacia ellos para sacar una foto de los dos, Joaquín vio su sonrisa y admiración interrumpidas por el tono de su propio teléfono sonando en su bolsillo.

Carnada (Emiliaco)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ