XIX (sorpresa)

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Lunes, 7:32 a.m.

—Buen día, Sofi– dijo Joaquín en un murmuro apenas audible, la mujer desde la recepción le volteó a ver y se extraño de que ese día el chico no tuviera la sonrisa en el rostro que le caracterizaba.

—Buenos días, Joaquín– contestó, mirando como el castaño se dirigía directamente al ascensor —¿Joaquín?– le llamó, Joaquín volteó a verla, deteniendo su paso —el comandante Valdés pidió verte en su oficina– le dijo, Joaquín asintió con la cabeza y reanudó su recorrido hacia el aparato.

El trayecto en el elevador se le antojó lento y un poco mareante, sabía qué era ese día, sabía lo que iba a suceder y definitivamente no le gustaba, no se sentía ni un poco seguro.

Las puertas metálicas se abrieron y Joaquín caminó directamente a la oficina del comandante, cuando tocó la puerta quien le abrió no fue el comandante, sino Diego.

—Buenos días, Joaco– le saludó, Joaquín se quedó en silencio en el umbral, mirando hacia dentro; en la oficina además de Diego está el comandante Valdés, que se puso de pie de su silla detrás del escritorio y la comandante Rivera, y los tres parecían estarle esperando.

Diego se hizo a un lado en la entrada para permitirle pasar, Joaquín se sintió observado, y no era para menos, si los tres pares de ojos que se hallaban en esa habitación le miraban a él. 

El comandante Valdés hizo un ademán con la mano, indicándole que se sentara en una de las sillas frente al escritorio, la otra la ocupaba Rivera y Diego se quedó de pie entre los dos, el comandante Valdés no volvió a sentarse.

—Bueno, Joaquín, sobre esta noche– comenzó la comandante Rivera luego de que el comandante Valdés le hiciera un gesto con los dedos de su mano, Joaquín la miró sin decir palabra —la cita esta concordada para las nueve de la noche– explicó Joaquín no separaba la mirada de ella —pero vamos a tratar de repasar todos los puntos y preparar la estrategia desde temprano, así que hoy después de mediodía vas a quedarte en homicidios con nosotros– dijo la mujer, Joaquín frunció el ceño y miró a su jefe.

—Alguien va a cubrirte en evidencias, no te preocupes por ello– le dijo, desechando rápidamente el tema con una negación con la cabeza, Joaquín lo observó y le vio un poco nervioso, soltó un suspiro y bajó su mirada a sus manos, que descansaban sobre su regazo —ahora lo mejor es que te vayas a organizar tu oficina para la persona que va a reemplazarte y después acudas con Rivera y con Diego, para que te digan más sobre esta noche– dijo el hombre, Joaquín se quedó sentado en la silla tratando de procesar todo lo que le habían dicho, que si bien no había sido mucho, era más que suficiente.

Cuando notó que los ajenos a la oficina estaban saliendo, se levantó con extrema premura y amagó salir de la habitación.

—¿Joaquín?– le llamó su jefe, él dirigió su mirada hacia él, escuchó la puerta cerrarse y el silencio inundó la oficina.

—¿Pasa algo, comandante?– el hombre rodeó el escritorio y quedó frente a él, Joaquín le vio levantar los brazos y después colocar las manos en sus hombros.

—Sé que estos no son métodos convencionales, hijo– le dijo en voz baja, mirándole a los ojos, Joaquín asintió lentamente y bajó la mirada —sé también que no es la mejor manera de manejar un caso y que no es el mejor plan que se les pudo haber ocurrido pero también sé que Rivera y su equipo están desesperados, Joaquín– explicó, Joaquín suspiró y entre el suspiro dijo "lo sé", ni siquiera asegurándose de que su jefe lo escuchara —me consta, lo he visto, y también sé lo que es estar desesperado, hay muchos cuerpos, hay mucha presión, hay mucha incertidumbre, lo que también sé es que tu les ayudarás, extrañamente dependen mucho de ti– le dijo, Joaquín no dijo palabra, le miró a los ojos y el hombre desvió su mirada de la suya, le tomó de los hombros y le envolvió en un abrazo paternal que Joaquín internamente agradeció, nunca había sentido un abrazo así.

Carnada (Emiliaco)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant