XIII (negativa)

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Joaquín cerró la caja de plástico que guardaba evidencias y la levantó con cuidado del escritorio para llevarla a su lugar.

Después de varias semanas en el puesto había por fin terminado de re-acomodar todo a un sistema que él entendía y se le facilitaba usar.

Se sacudió las manos y se dirigió de vuelta a su escritorio.

Diego entró casi corriendo antes de que se sentara en su silla y cerró la puerta con fuerza de más, provocando un estruendo y que las paredes delgadas de madera se sacudieran.

—Oye, tranquilo, ¿qué pedo?– se quejó Joaquín, pues Diego traía cara de pocos amigos y miraba al suelo con una mano en la barbilla. Extendió la otra mano, donde llevaba una carpeta de color café claro, Joaquín reconoció el sello del tribunal de distrito en la carpeta y la tomó.

Abrió la carpeta mirando a Diego, que se había sentado en la esquina del escritorio, dándole la espalda, dirigió sus ojos a la única hoja que resguardaba el folder y leyó.

—No chingues– soltó, Diego soltó el aire y Joaquín vio por el rabillo del ojo como sus hombros se destensaban.

—Te dije ¿o no?– murmuró Diego con la voz endurecida —que no nos iban a dar ni madres, Joaquín, ¡no nos dieron ni madres!–gritó, Joaquín cerró los ojos cuando Diego golpeó el escritorio con la mano abierta y causo otro estruendo.

—Cálmate– murmuró Joaquín, volviendo a pasar los ojos por encima de la hoja, releyendo, por más que repasó las letras en su mente, lo escrito no cambió; el juez les había negado la orden para revisar los perfiles de las víctimas.

—¿Cómo chingados me calmo, Joaquín?– murmuró Diego, pasándose las manos por la cara y levantándose del escritorio —ésta madre– dijo, girándose y apuntando la hoja en las manos de Joaquín —era el último recuerdo que teníamos– espetó —ya no tenemos nada más–

—Diego, no te agobies, van a encontrar algo– dijo Joaquín en un intento de animar a su amigo, el chico le miró y entrecerró los ojos, Joaquín pensó que entonces parecía que los tenía cerrados por completo, pero se guardó el comentario.

—No, wey– le dijo, negando con la cabeza, jalándose el nudo de la corbata —ya no hay nada– murmuró, Joaquín suspiró y pasó los ojos del rostro afligido de su amigo a su reloj de pulsera.

—Vente– le dijo, caminando al rededor de su escritorio, pasando de Diego y abriendo la puerta, haciendo un gesto con la mano que sostenía la carpeta del tribunal para que Diego saliera delante de él. El chico le miró confundido pero no desobedeció, Joaquín salió de la oficina y cerró la puerta tras sí, le entregó la carpeta a Diego —te invito un café– le dijo caminando hacia los elevadores, Diego no dijo nada y le siguió.

Bajaron hacia el vestíbulo en silencio, habían antes pasado por el piso de Diego para dejar la carpeta en la sala de investigaciones donde había estado trabajando.

El vestíbulo estaba vacío a excepción de Sofi, que tecleaba con avidez en su computadora, giraron para salir pero se encontraron con la muralla de reporteros que ahora parecían invadir la comisaría, se miraron al mismo tiempo y regresaron a los elevadores para dirigirse al estacionamiento y salir por ahí.

Caminaron sin decir nada, invadidos por un silencio cómodo, Joaquín no sabía que decir y Diego no quería que le dijera nada; simplemente quería despejar su mente de la mierda de caso que era su primer caso serio.

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—¡número veintisiete!– gritó el barista, Joaquín se acercó a la barra y tomó su café y el de Diego.

Carnada (Emiliaco)Where stories live. Discover now