X (discreción)

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Joaquín no se pudo concentrar en su trabajo, era la hora de la comida y no tenia ánimos de salir del edificio ni apetito para comer, así que se quedó en la zona del comedor de la comisaría, que estaba vacía, analizando la situación en la que tal vez se encontraba.

Unos pasos interrumpieron sus pensamientos y vio entrar a Diego con un montón de periódicos bajo el brazo, le miró sentarse frente a él en la mesa y colocar los papeles en la mesa.

—¿Estás bien?– preguntó Joaquín frunciendo el ceño confundido, notando el semblante callado de Diego, conociéndole, Joaquín sabía que su mejor amigo no era de pocas palabras, y siempre tenía algo que decir, fuese bueno o malo —estás muy pensativo– le dijo, Diego se quedó en silencio, mirándole —¿es por la investigación?– preguntó.

—Si– contestó el chico.

—Estoy seguro de que pronto van a encontrar algo– le dijo, tratando de animarle, Diego le miró —¿qué?– preguntó.

—Estoy también preocupado por ti– murmuró, Joaquín le miró confundido.

—¿Por mi?– preguntó, Diego asintió lentamente —¿y por qué?– preguntó de nuevo, imaginándose la respuesta de su amigo.

—Joaquín, puede que sea una coincidencia enorme– explicó, haciendo énfasis con las manos y acercándose a Joaquín sobre la mesa —pero al final del día luces igual a las víctimas– murmuró, Joaquín soltó un suspiro y aguantó el impulso de rodar los ojos —no es de locos pensar que tal vez puedas estar en peligro– dijo.

—Mira, yo también lo pensé– dijo Joaquín, incorporándose en la silla para ver mejor a su amigo —pero no creo ser un objetivo– aseguró.

—Joaquín– habló Diego en tono incrédulo —¿cómo puedes estar tan seguro de que no lo eres?– preguntó, mirando hacia la puerta, asegurándose de que nadie se acercara —¡te pareces a todos los muertos!– enfatizó mientras miraba a su amigo a los ojos.

—Diego, relájate– le dijo, Diego soltó el aire de sus pulmones y tomó su tiempo para respirar tranquilamente con los ojos de Joaquín encima —no hago nada más que salir de mi casa para trabajar y salir del trabajo para ir a casa– explicó, con una sonrisa un tanto nerviosa, pero tranquila —no estoy en peligro– negó con la cabeza, Diego soltó un quejido incrédulo hacia su amigo —además aún no saben de donde saca el asesino a sus víctimas, no saben cómo los conoce o cómo los escoge– dijo, Diego frunció el ceño, era verdad, no tenían nada.

Y eso le frustraba, tenían ocho víctimas, ocho expedientes apilados, cientos de notas locales y nacionales, la comandante Rivera estaba segura de que no iban a poder evitar que la noticia se esparciera a otros países y estaban comenzando a tener incluso presión gubernamental. Un asesino serial suelto en la capital del país, en la ciudad más grande de México no beneficiaba a nadie.

Y la policía no sabía nada.

Diego miró a su amigo, notando que Joaquín, a pesar de sentirse seguro de que no era un objetivo, seguía teniendo un semblante nervioso.

—¿Tu que tienes?– preguntó.

—No sé– dijo, subiendo una mano a su cabeza para rascarla y peinar un poco sus rizos alborotados —estoy pensando en la reacción de Emilio– dijo, Diego frunció el ceño —cuando se entere me va a querer encerrar– soltó con una sonrisa pequeña, un tanto falsa, sabiendo que aunque él asegure que nada le sucedería, su novio activaría su modo sobre-protector y querría impedir que saliera de casa.

—No le vas a decir a Emilio ¿o si?– preguntó Diego con tono serio, Joaquín le miró con las cejas alzadas —Joaquín no le vayas a decir nada que no esté en las noticias– pidió, casi exigiendo.

Carnada (Emiliaco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora