VIII (incertidumbre)

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Joaquín se subió al coche sin decir palabra, con el pecho lleno de sentimientos agridulces y una sensación de cansancio emocional.

Emilio entró al lugar del copiloto y una vez abrochado el cinturón de seguridad, Joaquín encendió el coche y comenzó a conducir.

Pasaron minutos de silencio cómodo, Emilio miraba a su novio concentrado en el camino y veía como las manos de Joaquín apretaban el volante, nervioso.

—Amor– rompió el silencio, Joaquín hizo un ruido para asentir —te quiero ofrecer una disculpa– murmuró, Joaquín aprovechó haber parado en un semáforo para mirar a su novio con el ceño fruncido.

—¿De qué hablas, Emi?– preguntó, regresando su vista a la calle para continuar su trayectoria.

—Lo que dijo mi papá– murmuró él rizado —sé que es delicado y en verdad siento mucho que lo haya mencionado de esa forma– le dijo

Joaquín, que se había aguantado las ganas de interrumpir a su novio, debido a que a Emilio no le gustaba ser interrumpido, soltó un gran suspiro.

—Mi vida– le dijo, dando vuelta al volante con destreza para entrar a una avenida menos concurrida —no tienes nada por qué disculparte– aseguró, Emilio le miraba con semblante serio —mi suegro está enfermo– mencionó con cautela —y son cosas que hace sin intención– dijo, Emilio no dejaba de mirarle profundo, Joaquín desvió la mirada del camino por un segundo para observar los ojos achocolatados de su novio, tiempo que bastó para que sintiera los vellos de su cuerpo erizarse y la piel de sus mejillas calentarse.

—No actúes como si no te hubiera molestado– pidió el rizado, regresando su vista al frente —vi como te pusiste y en serio lo siento– le dijo.

—No me molesté– negó Joaquín, Emilio giró los ojos.

—Te afectó– aseguró el rizado.

—Emi, tenemos muchos años juntos– le dijo el castaño —no es la primera vez que tu padre menciona a mi mamá, y estoy seguro de que no será la última– aseguró, Emilio soltó un suspiro —no tienes que pedirme disculpas cada que tú padre hace algo como eso– le dijo, frenando en un semáforo de nuevo, volteo a ver al rizado y tomó con cuidado una de sus manos, que descansaba sobre su rodilla, Emilio le miró —confía en mi, amor, no pasa nada– pidió, el rizado asintió y apretó el agarre de sus manos, Joaquín continúo conduciendo mientras Emilio sostenía su mano, como siempre lo había hecho desde hacía ya mucho tiempo.

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—¿Qué es eso?– preguntó Emilio mirando a Joaquín sacar del asiento trasero una bolsa pequeña de color café.

—Un regalo– contestó, Emilio le miró confundido, Joaquín cerró la puerta del coche y se acercó a él y tomó su mano con la mano libre —es un cumpleaños, Emi, a los cumpleaños se lleva regalo– le informó, Emilio alzó las cejas con falsa incredulidad y una sonrisa.

—Lo sé, no soy tonto, me refiero a qué le compraste– se explicó —¿cuál es el regalo?– preguntó curioso mientras caminaban juntos hacia la entrada de la casa y tocaban el timbre.

—Una corbata– contestó Joaquín serio justo antes de que alguien abriera la puerta, Emilio se rió y Joaquín sonrió ante su risa —hola Joana– saludó, la mujer frente a ellos era la esposa del oficial que les había invitado, la mujer les sonrió y con amabilidad les invitó a pasar, los chicos entraron a la casa y Emilio curioseó con la mirada mientras Joana recibía el regalo de la mano de Joaquín y les indicaba la entrada al jardín, Joaquín volteó hacia Emilio, quien miraba la casa con atención —deja de mirar, es de mala educación– le regaño con tono juguetón, Emilio le encaró con una sonrisa y se acercó a él para darle un beso en la mejilla —vamos– indicó Joaquín, los dos salieron al jardín aún de la mano.

Carnada (Emiliaco)Where stories live. Discover now