27: Peligrosa y tú sumisa

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27 de Julio, un mes después.

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Alba P.o.V

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Terminé de secar los vasos y de ponerlos en su sitio, bufando por la calor. Me sequé con la muñeca el sudor de la frente. Hacía un sol que quemaba, menos mal que el chiringuito tenía los aspersores estos que echan agüita en las terrazas...

—¡Alba!—de camino a la cocina, Adriá me llamó con la mano—Que te puedes tomar el descanso si quieres, ¿vale?

—¡Vale, cuando atienda aquella mesa lo cojo!

—Ya les tomo nota yo—se acercó a mí con sus dos metros, que me hacían sentir un taponcillo, despeinándome por encima— Bastante haces con ayudarme en este tinglado de forma voluntaria. Anda, tómate lo que quieras de la cocina y a descansar.

Le sonreí alegremente, y acabé cediendo. Cogí de la nevera un refresco y un bocadillo de tortilla de los que había preparados. Adriá siempre había sido un buen amigo mío, desde que estando en primaria me invitó a jugar al fútbol con unos cuantos más. Y ahora se había aventurado a abrir un chiringuito vegetariano en el paseo marítimo de Valencia. A mí me encantaba la idea, y sabía que era complicado llevarlo, así que me ofrecí con mucho gusto a ayudarle. Además...

—¡Adriá! ¡Adriá, Adriá!—grité desde la puerta del personal, haciendo que se girase—¿Quieres que esta noche haya concierto otra vez?

—¿Quieres tocar otra vez? Sería genial, la gente se me revoluciona cuando anuncio tu nombre—mencionó entre risas, recogiendo unas cajas de naranjas para llevarlas al almacén— Pero hoy no te podrá acompañar Pablo con el teclado.

—¡No te preocupes! Con la guitarra me las apaño—le hice con los dedos la señal de victoria, y salí por la puerta para sentarme en la escalerita de madera—.

Pues sí, sé tocar la guitarra, aparte del ukelele... y de vez en cuando en el bar aprovechábamos yo y un par de amigos de Adriá para hacer mini-conciertos. Gustaban bastante, porque esto se llenaba de gente cada vez que tocábamos.

Mientras observaba la playa de la Malvarrosa, me puse a pensar qué canciones estaría guay tocar hoy.

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Unos minutos después, el móvil empezó a vibrar en mi bolsillo, y al momento sonó mi tono de llamada, 'Unbreakable Smile'. Un pequeño cosquilleo al corazón y una gran sonrisa llegaron a mí al ver de quién se trataba. Deslicé la pantalla y la llevé a mi oído.

—¡Hola Nat!—tras eso le di un trago al refresco, con la ilusión reflejada en mi voz—.

Fruncí el ceño al ver que nadie respondía. '¿Hola?', pregunté otra vez. Por la otra parte seguía habiendo silencio, pero se escuchó cómo trasteaban con el móvil, un par de golpes y un suspiro.

Estuve a punto de preguntar otra vez, pero al momento un sonido familiar comenzó a sonar. Con algo de torpeza, unos cuantos acordes se oyeron, enlazándose. Y con ellos, un murmullo que seguía el tono. Un 'joder' al fallar una nota, un 'eso es' al volver a encaminarla.

Me mordí el labio mientras sonreía como una tonta. Sí, Natalia se había puesto a tocar mi ukelele en una llamada para que escuchase la melodía y cómo iba mejorando. Desde Pamplona, hasta Valencia.

Heroes Of Our Time // AlbaliaWhere stories live. Discover now