6: Malentendidos

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Natalia P.o.V

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Pues nada, la rutina ha vuelto.

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El fin de semana nos sirvió a todos para despejarnos y asimilar que a partir de ahora, la academia sería como nuestra segunda casa... o al menos eso nos querían hacer ver. Para mí seguía siendo un lugar obligatorio.

Miles de llamadas perdidas por parte de mis padres me corroboraron lo que ya suponía. Y no, no iba a aparecer por mi casa para escucharles parlotear sobre lo bien que hicieron inscribiéndome y lo bien que me vendrá. Tampoco estaba dispuesta a escuchar sus constantes comentarios acerca de cómo hacía yo las cosas. 'A ver si en esa academia aprendes a usarlo para algo útil de una vez'. Esa frase aún seguía grabada a fuego en mi mente.

Por ello tanto sábado como domingo los gasté estudiando y entrenando en el gimnasio que aquí tienen, a excepción de la noche en la que salí con mis compañeros. No eran mala compañía. Y no había sido para tanto la primera semana, lo he de reconocer. Reconoceré también que no había entrado como la chica más flexible a los cambios. Pero poco a poco nos vamos haciendo un lugar todos.

Y quizás me haya pasado un poco con la chica Arcoíris.

Que sí, que la actitud que tiene de estar siempre echando rayos de luz me sigue dando un poquito de urticaria... Pero quiero creer que no es mala persona, porque me ayudó el día de Fortalecimientos cuando me caí—aunque claramente fuese su culpa—. Y es tan fácil tomarle el pelo a la pobre que me da hasta pena a veces...

Lo que me partí el culo a las afueras del local el sábado no fue normal. Lo de que fuese virgen fue buenísimo.  Supuse que me la estaba intentando colar, pero si fuese verdad, tal como le dije en broma, era lo más parecido a una monja.

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Hoy era martes, habíamos acabado la clase de Control con Mamen, y eso significaba que era hora de almorzar. Todos nos lanzábamos como fieras a la comida después de las clases, el hambre parecía devorarnos por dentro.

Miki y yo nos pusimos en la cola con las bandejas, esperando a que nos echasen un buen plato de... mierda, son acelgas.

—Nada Miki, tío. Que la has cagado—me reí con ganas dándole un codazo—.

—¡Que no la he cagado! ¡Lo he dicho bien!

—Vamos a ver, que está genial eso del lenguaje inclusivo, pero no intentes defender eso de 'todas las tíos', porque no.

Se puso de morros de una forma muy cómica que hacía que sus gafas se le cayesen por el puente de la nariz. Me carcajeé en su cara y avancé a donde estaba el cocinero. Me dio el plato lleno. Genial. Bufando, me paseé hasta donde estaban los aderezos y acompañamientos, que al menos eso sí lo dejaban elegir. Detrás de mí escuché un sollozo fingido de descontento.

—¿Acelgas? Nooo, si son lo peor...—dijo una voz de cachorrito—.

Me giré para ver si se cumplía mi sospecha. Efectivamente, esa era Alba, la arcoíris andante, junto a María, Marta y Sabela. Esbocé una sonrisa al ver la cara de asco mal disimulado cuando le echaron las acelgas. Es muy graciosa cuando quiere.

Ahora que lo pienso, en estos dos días, ninguno de ellos la he visto por los pasillos. Ni tampoco se ha llegado a la puerta a decir buenos días alegremente a todo el mundo, como lo hizo toda la primera semana. ¿Se le habrá pasado ya la fase de bienvenida feliz?

Heroes Of Our Time // AlbaliaWhere stories live. Discover now