40. Son preciosos.

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Luego del festival, la Omega se sentía afortunada al saber que gracias a su aroma el ambiente estuvo relajado toda la noche, lo suficiente como para hacer que un par de lobos suicidas que la habían visto además, no murieran o eso era lo que merecían según su Alpha.

Nadie notó en ese entonces, el aroma que conducía al castillo en el que más que solo los mejores guerreros cuidaban un sótano con Alana y Jared dentro, quienes se jugaban la vida casi cuidando una noche a los cachorros del Alpha.

Que aunque Tawny estuvo de acuerdo en que ya estaban lo suficientemente grandes para soportar estar sin ellos unas horas. Su Alpha simplemente no quería terminar matando a medio continente porque sabía que su Omega se enojaría.

Además de que ya había escogido el festival como uno de los rituales para que no olvidarán que les había perdonado la vida una vez, pero no lo haría dos veces. Así que todos se habían mantenido desde el festival, en perfecta armonía. Y eso sería así porque nadie quería morir en manos de Hell, menos perder a su manada.


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— Entonces ¿Qué piensas? — Preguntaba su Omega cargando a su hijo menor con una sonrisa.

— Ambos se parecen a mi. — Decía Cole cargando al mayor con orgullo esperando que en el futuro sus caracteres fueran como el de su madre, porque si se parecían a él, sabía que el mundo podría estar perdido si se lo proponían.

— ¡Hey! — Reclamó su Omega. — Sus labios se parecen a los míos. — Se quejaba amamantando con ternura a su pequeño cachorrito, su latido era pausado y lento a veces, pero los doctores mencionaron que estaba perfectamente sano.

Sujeto con cariño su pequeña manita mientras veía su regordete cuerpecito, sus ojos verdes oscuros como los de su padre y pestañas espesas como las suyas, el aroma en el aire de su Alpha era sobreprotector, pero estaba feliz. Estaba contento, jamás pensó que dos bolitas de carne pequeñas lo harían sentir con un sentimiento llamado felicidad en el pecho, al menos no uno bastante parecido a lo que sentía cuando estaba con su madre.

— ¿Cuando crees que puedan transformarse? — Preguntaba meciendo al mayor, Cole.

— ¿Crees que querrán que les enseñe a cazar? — Se preguntó.

— Voy a enseñarles a cazar. — Su Omega carcajeó muy feliz.

— No sé cuando tengan su primera transformación a voluntad, pero creo que pronto van a poder transformarse inconscientemente. Ahora pasame a Gael creo que es hora de comer. — Le pidió a su otro hijo, mientras él sostenía al menor.

— ¿Quién crees que sea más competitivo? — Preguntó pensando en las peleas que organizaría con sus hijos, y las apuestas que realizaría. Algo le decía que sea lo que sus hijos escogieran hacer, serían grandes guerreros así no fueran Alphas, llevaban su sangre.

— Mis hijos no van a ir a peleas. — Habló su Omega leyendo sus ojos al instante. Tawny estaba al tanto de que ninguno de los dos tenían buenos ejemplos de padres, porque el padre de Cole lo había sacrificado, y los padres de Tawny había pasado más tiempo en el propio castillo que cuidando de su hija.

— Tú no vas a decidir por ellos. ¿Verdad que no hijo? — Decía Cole haciendo sonreír al menor mientras este sonreía también.

— Cole, no quiero ser una madre de nombre. — Le reprochó. — Quiero ser la mejor madre que puedan tener. Así que no quiero saber que tú eres una mala influencia para mis hijos porque...— Su Alpha la calló con un beso.

Hell ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora