Veintinueve

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Harry

Emma no era tan pesada para cargarla y yo le sonreía mucho más fácilmente después de eso. Podía vestir la verdad como un traje a medida y tomar mis propias decisiones ahora. No hubo necesidad de analizar el porqué renuncié a mi cupo en la universidad antes de saber el resultado del ADN. La razón era obvia: Emma necesitaba que la cuidaran, sin que importara nada. Eso era todo lo que había que hacer. Y rechazar mi puesto en la universidad no significaba que no pudiese ir el próximo año o al siguiente o en algún momento en el futuro. Sólo había un problema. ¿Cómo se suponía que esto iba a funcionar en cuanto al dinero? Ahora tenía a Emma en mi vida, necesitaba velar por ella. Sin la universidad en el horizonte, eso significaba trabajar. Pero, ¿cómo se suponía que iba a conseguir un trabajo, sin mencionar conservar uno, con un niño a cargo? Ya podía verlo, yendo a entrevistas con Emma en su canguro sobre mi pecho. Eso podría derribar como una docena de globos. No me podía permitir una guardería privada ―un par de llamadas telefónicas para consultar los precios rápidamente lo confirmaron― y aparentemente Emma aún era muy pequeña para estar en una guardería. Además me dijeron que debí poner su nombre en una lista de espera en el momento en que fue concebida para tener algún tipo de posibilidad de conseguir un puesto antes de que ella misma tenga hijos. Así que ¿cómo exactamente se suponía que iba a trabajar? ¿Cómo lo hacían los otros padres? No tenía ni idea. ¿Me estaba perdiendo de algo crucial? ¿Era este algún secreto que solo le decían a los padres en sus veintes y treintas para mostrarles cómo manejarlo? Un par de sábados después de recibir el resultado de ADN, decidí llevar a Emma a caminar.

―Quieres ir a dar un paseo, ¿no es así? ―le pregunté a Emma mientras abría la puerta de niños arriba de las escaleras y la cargué hasta abajo en el vestíbulo. Colocándola en su moisés, abroché las hebillas de seguridad. ―Iré contigo ―dijo Adam mientras bajaba las escaleras detrás de nosotros.  Me sentía honrado ―y mis ojos se lo decían tal cual. ―Sip, sip ―dijo Adam, leyendo mi expresión―. Sé que no he estado mucho por aquí. ―¿Mucho? Intenta con “no he estado por aquí en absoluto”. ―Bueno, estoy aquí ahora. ―¿No te duele la cabeza hoy? ―le pregunté. ―Nop. Puse el dorso de mi mano sobre mi frente. ―¿Qué? ¿No hay “Oh, mi pobre cabeza. Debo ir a acostarme”? ―le pregunté, adoptando una voz femenina. Pausa. ―Calla y muere, Harry –dijo Adam con amargura. ―Por favor recuerda que hay oídos jóvenes presente ―le recordé con una sonrisa. Adam se agachó frente a Emma en su moisés. ―Perdona, Emma, pero ¡fui provocado! ―Entonces, ¿me vas a decir por qué te has levantado? ―pregunté. ―No. ―No estarás haciendo nada... estúpido, ¿verdad? ―Como ¿qué? ―Tú me dirás –dije. ―No, tú dime. ―Tú dime ―insistí. ―¿Por qué no me dices? ―¿Qué tal si tú me dices? ―Tú me has dicho que tenías obviamente uno o dos escenarios en mente. ―¡Oh, por Dios! Ambos díganse algo o déjenlo ―dijo papá, emergiendo de la cocina―. Ustedes me van a dar un dolor de cabeza. Y Adam, no más salidas de noche, por favor, no cuando tienes colegio al día siguiente. Y Harry, trata de recordar que debes dar un maduro ejemplo a tu hermano menor y a Emma. ―¡Adam comenzó!

―¿A dónde van todos? –preguntó papá. ―Probablemente al parque ―repliqué―. Le daré a Emma una oportunidad de estirar las piernas ―ella iba por todo el lugar ahora. Me mantenía en forma el tratar de mantenerla al día. ―¿Quieres que vaya contigo? Pasmado ni siquiera comenzaba a describir mi reacción a la pregunta de mi papá. Él dejó de acompañarnos al parque cuando tenía unos once o doce años. ―Sería grandioso, papá ―dijo Adam, antes de que pudiera recoger mi mandíbula del suelo. Así que salimos. ―Yo la llevaré ―dijo papá antes de que llegáramos a la acera. Di un paso al lado para dejarlo, caminando a su derecha entre el moisés y el camino. Se sentía un poco extraño el estar todos juntos caminando. No habíamos ido juntos al parque o al cine no sólo hace meses sino hace años. ―¿Cómo es que no hemos hecho nada como esto en un tiempo? ―pregunté. ―Tú comenzaste a salir con tus amigos y no querías que una torpe y antigua reliquia como yo estuviera alrededor ―se rió papá―. Y Adam siguió tu ejemplo, así que fue algo redundante. Las alegrías de la paternidad. Yo lo tomaba en cuenta. ¿No es cierto? ¿Fui yo quien hizo que se sintiera como si sobrara? Odiaba admitirlo, pero probablemente así fue. ―¿Qué hay de las vacaciones del último año? ―dijo Adam―. Entonces estábamos juntos. Papá nos llevó a un centro de vacaciones barato cerca de la costa. Era uno de esos lugares en el que “había una sonrisa forzada en cada oración” y “patatas fritas en cada comida”, pero al final eran unas vacaciones fuera de casa. La primera en un largo tiempo. ―¡Pff! Pagué por unas vacaciones y conduje hasta allá y regresé, y eso fue todo. Desde el momento en que llegamos al resort ustedes dos se fueron e hicieron sus cosas y no les vi ni la sombra ―dijo papá―. Y Harry, tú no me querías cerca de ti en la piscina en caso de que las chicas que rondaban me mirasen y huyeran. ¡Me hiciste sentir como Cuasimodo! Miré de mi papá a Emma y otra vez a él. ―Realmente lo siento, papá ―dije suavemente―. Y nunca te agradecí apropiadamente por todas las cosas que le trajiste a Emma y por tu ayuda con ella. 

Eso también lo lamento. Mi papá se sorprendió. ―No estaba recriminando, yo solo decía. ―Lo sé. Pero realmente lo siento. ―Disculpas aceptadas. Y no fue nada ―me sonrió papá. Le devolví la sonrisa. ―Chicos, por favor. Me están avergonzando ―dijo mi hermano. Todos nos reímos ―incluida Emma― y continuamos caminando. ―¡Hola! ―Buenos días. ―Hola. ―Hermoso día. ―Hey. ―Hola. ―Por Dios santo, Adam ―dije exasperado―. ¿Por qué de repente necesitas saludar a cada persona que vemos? ―Adam saludaba a cada persona que pasaba a dos metros de nosotros como si fueran amigos que hace mucho no veíamos. ―No seas gruñón ni antisocial ―dijo mi hermano―. Deja eso para papá. ―¡Oye! –exclamó papá. ―¿No puedo decir hola a la gente si quiero hacerlo? ―dijo mi hermano, ignorando la indignación de papá. ―Sí, pero tú permanente humor jovial me está poniendo de los nervios. Además es algo espeluznante ―le dije. ―Supéralo, Harry ―dijo Adam. ―Pahg... Pahg... ―balbuceó Emma, sus piernitas golpeaban a todos lados. ―¿Lo escucharon? ―le sonreí a mi papá y a mi hermano―. ¡Emma dijo “papá”! ―me puse en cuclillas frente al moisés―. ¡Emma, has dicho “papá”! Eres muy lista. Dilo otra vez. ―Dijo “papá” y mi nalga izquierda ―rebatió Adam. ―Harry, creo que ella solo lo dijo al viento para ser honesto ―bromeó papá. ―Ustedes dos obviamente tienen serios problemas de oído ―dije con amargura―. ¿Quieren que nos detengamos en una farmacia para que los chequeen? ―Pahg... ―¡Ven! Emma está de acuerdo conmigo.

―¿Así que “Pahg” no solo significa “papá”, sino que también “Abuelo y tío Adam, vayan a una farmacia”? ―preguntó papá. No había escuchado a papá citar erróneamente versos de Shakespeare en mucho tiempo. Su dicho favorito era: “Tan nítidos como los dientes de una serpiente son dos mocosos ingratos”. Era el que más le gustaba. ―Papá, Emma es un poco joven para tener tu versión de Shakespeare en ella ―dijo Adam. ―No, no lo es. Papá está en lo cierto. Ella es muy avanzada. Lo sacó de mí ―sonreí. ―Harry, sale del camino –papá me movió hacia un lado―. No soy Mary Poppins, no puedo volar sobre ti. Hice lo que me pidió y seguimos caminando. ―¡Hola! ―¿Cómo estás? Adam obtuvo dos saludos más de completos extraños antes de que apresara su boca con mi mano. Él luchó por quitarse mi mano pero eso no iba a pasar, no sin algunas garantías primero. ―¡Te dejaré ir cuando me prometas que dejarás de ser tan jovial! ―señalé. Adam finalmente asintió mientras que mi papá sólo sacudió su cabeza. Como sea, de momento lo dejé ir, mi hermano se apartó como un murciélago fuera del infierno. A una distancia segura. Adam se giró para darnos cara.  ―¡Hola, mundo! –gritó a todo pulmón. Me carcajeé. ―Harry, es bueno escuchar tu risa otra vez ―dijo papá. Se siente bien, también. ―Pahg... ―Emma estuvo de acuerdo.

Emma [H.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora