Veinticinco

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Harry

A pesar de que todos mis instintos me decían que volviera a casa, no lo hice. ¿Iba realmente a consentir que alguna persona vieja arruinara mi día? El veredicto ya estaba decidido. Tres calles y no demasiada conversación después, llegamos al parque, en el cual empujar el cochecito se hacía muy sencillo. En el camino, lo había tenido que girar hacia la calzada al menos tres o cuatro veces por los gilipollas desconsiderados  que aparcaban sus coches más dentro que fuera de la acera, haciendo imposible el paso a un cochecito. Antes de tener a Emma, ni siquiera lo había notado. Ahora quería rayar cada coche que obstaculizase mi camino. Una vez que alcanzamos el campo de juego de los niños, puse a Emma en un columpio para bebés, después de comprobarlo cuidadosamente para estar seguro de que no había forma de que ella pudiera escaparse. Luego empujé su espalda suavemente hacia delante. Le encantaba, reía sin parar. Sonreí conforme la escuchaba regocijarse por una cosa tan pequeña como era un columpio de bebé. Mientras la risa de Emma me envolvía, la tormenta que todavía rugía en mi interior comenzó a desvanecerse y morir. Eché un vistazo al campo de juegos, notando que los otros niños se divertían. Había pasado bastante tiempo desde que yo había jugado allí. Escuchar las risas y los gritos me traía recuerdos lejanos de cuánto solía gustarme este lugar. Lo extraño era que debía haberlo olvidado. No es que no hubiese considerado tener una esposa y mis propios hijos algún día. Para ser honesto, era una de esas cosas que consideraba inevitables, como una hipoteca o pagar impuestos. Si esto sólo fuera diez o quince años más adelante, entonces no tendría problema en hacerlo. Ningún problema en absoluto. No era Emma la que estaba equivocada, sólo lo era la sincronización del tiempo. Sólo mi mala sincronización del tiempo. ―Esto resulta extraño ―dijo Colette. ―Sí, lo sé ―estuve de acuerdo.

Nos quedamos allí de pié, juntos pero separados. Continué columpiando a Emma. ―Entonces, ¿cómo estuvo el Bar Belle anoche? ―pregunté al fin. ―Para serte sincera, llegué unos treinta minutos después que tú. Realmente no tenía muchas ganas de festejar ―dijo Colette. Intercambiamos una mirada llena de significado. Sonreí a modo de disculpa. ―¿Se dijo algo sobre mí mientras estuviste allí? ―No mucho. ―Ante sonrisa torcida, Colette se rió―. Vale, fuiste… mencionado. ―Por supuesto. ―Uno o dos estaban sorprendidos de que tuvieras una niña y pensaban que fue algo un poco inesperado. Logan dijo que por lo menos eso demostraba que no eras impotente, sólo tonterías, pero eso es algo que él diría. Lucy pensó que tenía que ser una tomadura de pelo y Josh… no importa. ―No, dímelo. ¿Qué dijo Josh? Collette cambió su peso de un pie al otro, incapaz y reacia a encontrarse con mi mirada. ―Collette, ¿qué fue lo que dijo? ―No fue gran cosa. Sólo hizo algún comentario sobre tu hija y tu hermano. ―¿Qué tipo de comentario? ―Era como intentar sacarle sangre a una piedra. Sólo cuando Emma protestó me di cuenta de que había dejado de columpiarla. Volví a hacerlo otra vez. Collette suspiró. ―Dijo que vivir con Emma era probablemente lo más cercano que Adam estaría nunca del sexo opuesto. Pero no te preocupes,  Adam le dijo a dónde ir. ―¿Josh le dijo eso a Adam? ―pregunté bruscamente. ―Adam estaba caminando un poco más allá de nuestro grupo y Josh se sobresaltó. Sabes que le gusta cuándo Logan está cerca, lo incita, pero Adam las daba tan bien como las recibía. Maldita sea. Eso era lo que me temía. ―No te preocupes. Adam es muy capaz de cuidarse a sí mismo. ― Sí, lo sé ―dije. Adam tenía una lengua que era como una cuchilla, apostaría mi dinero a que ganaría cualquier discusión, pero no todas las discusiones se libraban con palabras. Necesitaba tener unas palabras con mi hermano. Realmente no entendía esa antipatía entre mi hermano y Josh. Ambos tenían un sentido del humor similar, el mismo grado de confianza en sí mismos y ambos vivieron sus vidas al menos quince minutos antes que el resto de nosotros, así que ¿por qué tanta hostilidad? Recordaba una excursión escolar a París cuando tenía catorce años. En nuestro camino de vuelta al hotel desde algún museo u otra cosa, la señora Caper, nuestra profesora, nos dijo que había algo realmente extraño en la siguiente calle por la que bajaríamos. Era un famoso hecho que por alguna razón inexplicable, viajar por esa calle hacía que los dedos de los pies de todo el mundo cambiasen de color. Bien, por supuesto todos quisimos ver eso. Había un auténtico murmullo de excitación en el autobús mientras todo el mundo empezaba a sacarse los zapatos y calcetines, yo incluido, y comenzaba a mirarse los pies. Todos excepto Josh.  ―Ooh, es verdad. ¡Los dedos de mis pies son naranjas! ―dijo alguien, creo que era Ben. ―¡Estúpido! ―Josh me dio un codazo desde donde yo estaba inclinado aún, examinando mi enorme pie. ―¿Eh? ―Mira por la ventana ―dijo Josh. Perplejo, me senté bien y lo hice. Al momento siguiente mis ojos estaban como platos y mirando. ¡Sex shops por todas partes! Las cosas que vi en aquellas ventanas fueron la mejor educación que recibí a lo largo de todo el viaje a París. Miré alrededor del autobús. Todos excepto Josh y yo, y los profesores, estaban comprobando los dedos de sus pies. ―La señora Caper sólo dijo eso para que no miráramos por la ventana y viéramos todas las sex shops ―dijo Josh confirmando sólo lo que yo justo acababa de notar.  ―¡Mis dedos son azules! ¡Los dedos de mis pies son azules! ¡Funciona de verdad! ―exclamó Paul. Josh y yo ahogamos una risa para nosotros mismos. Incluso ahora, sólo pensar en eso trae una sonrisa a mi cara. Y cuando se lo conté a Adam aquella noche se supuso el engaño mucho antes de lo que yo lo lograra. Adivinó la estratagema que la señora Caper había hecho para impedirnos mirar por la ventana. Como dije, quince minutos antes que el resto de nosotros. ―Harry, ¿qué pasa si… ―la voz de Collette me trajo de vuelta al presente. ―¿Si? ―¿Si Melanie no regresara nunca?

Emma [H.S]Where stories live. Discover now