Cuarenta Y Seis

1.1K 67 1
                                    

Harry

Me desperté a la mañana siguiente, sintiéndome no sólo bien, sino muy bien. Adam finalmente había dejado ver su cara a Emma. Eso tenía que ser una buena señal. Yo no esperaba milagros, por lo menos no los inmediatos, pero me negaba a tomar los acontecimientos de la noche anterior como algo más que un buen augurio. Y me habían llamado para una segunda entrevista para trabajar como cajero nocturno en la gasolinera local. No era exactamente glamoroso pero al menos me gustaría estar haciendo algo de dinero. Así las cosas, yo sólo había sido capaz de obtener una tarjeta para Adam en su cumpleaños. No me podía permitir otra cosa. Pero de ahora en adelante las cosas sólo podían mejorar. Saqué a Emma de su cuna y después vestirla, la llevé abajo para el desayuno. Papá ya estaba allí. Me había ganado. ―Buenos días, papá. ―Buenos días, Harry ―respondió mi padre con una sonrisa―. Buenos días, cariño. He hecho el desayuno para todos.  ―Tocino, huevos revueltos, salchichas y frijoles sobre pan tostado? ―pregunté con esperanza. ―Croissants ―respondió papá. Me conformaría con eso. Me pareció algo un poco más sabroso que el cereal habitual esta mañana. ―¿Debería subir y ver si Adam quiere venir y unirse a nosotros? ―Le pregunté mientras ponía a Emma en su silla alta. ―¿Es probable? ―preguntó papá. ―Podría serlo. Él dejo que Emma viera su rostro ayer por la noche. ―Sonreí. ―¿En serio? ―dijo papá, sorprendido―. ¿Cómo lo lograste? ―Yo no lo hice. Emma lo hizo. ―Chica lista ―Papá sonrió, antes de volverse hacia mí―. Bueno, no perdemos nada con intentarlo. Dio un beso a Emma en la parte superior de la cabeza. ―Papá volverá enseguida. Subí las escaleras de dos en dos. Llamé a la puerta de Adam.

―Adam, ¿puedo pasar? No hubo respuesta. ―¿Adam? Aún no había respuesta. Abrí la puerta y entré a la habitación de Adam. Las cortinas estaban abiertas y la luz del día bañaba la habitación, pero Adam todavía estaba profundamente dormido. ―Despierta, cumpleañero ―sonreí―. ¿Vas a venir abajo y acompañarnos para el desayuno? ―Me acerqué a él―. Despierta, ¡cabezota perezoso! Te tenemos un pastel de cumpleaños. ¿Quieres soplar las velas ahora, o después de la cena de esta noche? Me acerqué. Algo crujió bajo mis pies. Me agaché para recogerlo. Eran los fragmentos de una píldora. Una píldora para dormir. . . Pero sin duda se las había terminado hace meses ¿cómo podía quedar alguna por aquí todavía? A menos que. . . ¿a menos que Adam las hubiera guardado? ―¿Adam? ―Me incliné sobre él, sacudiendo su hombro. La cabeza de Adam se dejó caer hacia un lado. Lo sacudí más duro―. Adam, ¡despierta!― Lo sacudí ahora con todas mis fuerzas. Todo su cuerpo estaba lacio como espagueti cocido y sus ojos permanecían cerrados. ―¿ADAM? ADAM, DESPIERTA. ¡PAPÁ! ―grité. Apenas estaba consciente de que papá estaba corriendo escaleras arriba mientras yo seguía sacudiendo a Adam una y otra vez, diciéndole, suplicándole que se despertara. Pero su piel estaba fría y pegajosa y yo estaba tan asustado de que fuera demasiado tarde… Los diez minutos siguientes fueron un torbellino. Papá se puso pálido cuando le mostré la pastilla para dormir aplastada en el suelo. De inmediato le comprobó el pulso. En todo caso, su piel se volvió aún más gris cuando él retiró la mano de la muñeca de Adam. Papá inclinó la cabeza hacia el rostro de Adam para comprobar y ver si mi hermano estaba respirando. . . ―Harry, el teléfono para pedir una ambulancia ―ordenó. Yo no necesitaba que me lo dijeran dos veces. Llamé por teléfono mientras mi padre ponía a Adam en posición vertical y lo sacaba de la cama. Envolviéndose uno de los brazos de Adam sobre los hombros, papá empezó a caminar de un lado al otro. ―Adam, camina. ¿Me has oído? Un pie delante del otro. Camina. Papá se paseaba de allá para acá, arrastrando a Adam con él. Yo quería ayudar pero Emma se puso a llorar abajo. ―¿Papá? ―gimió lastimeramente.

―Ve y quédate con tu hija ―me ordenó papá. ―Voy a traerla arrib… ―No ―dijo papá con fiereza. ―Pero… ―Harry, ella no necesita ver esto. Quédate con ella en el piso de abajo y deja entrar a los paramédicos en cuanto llegan aquí. Por mucho que yo quisiera discutir, sabía que mi padre tenía razón. ―Adam, camina. Vamos. Camina ―lo engatusó papá. Adam se quejó, con la cabeza colgando hacia atrás, a continuación se desplomó hacia adelante como si todos los huesos de su cuello hubieran desaparecido. ―Harry, ve. Emma te necesita ―dijo papá. Sí, al igual que mi hermano. Pero hice lo que me dijo y me dirigí hacia las escaleras. ―Papá ―Emma dejó de chillar y extendió sus brazos hacia mí cuando entré en la cocina. ―Lo siento, amor ―dije, levantándola de la silla―. No fue mi intención dejarte sola. ―Parque ―dijo Emma. ―No, Emma. Hoy, no. ―Parque ―insistió Emma, rompiendo a llorar de nuevo. ―No. Emma aullaba como un alma en pena, su llanto iba directamente a través de mi cabeza. ―Emma, no iremos al parque y se acabó. Vamos a ir otro día ―traté de razonar con ella. No estaba funcionando. La dejé en el suelo. De repente volvió tan pesada. Pero a ella tampoco le gustó eso. Su llanto se hizo aún más fuerte. ―Parque. . . parque. . . ―pidió entre gritos. Yo no podía aguantar más. ―Emma, por amor de Dios, cállate. Me miró por un momento aturdida, entonces realmente se largó a llorar. Si hubiera pensado que era fuerte antes, no era nada comparado con lo que estaba saliendo de su boca ahora. Ella realmente estaba rompiéndome la cabeza. La fulminé con la mirada, apretando mis puños lentamente. Estaba a punto de perder la cabeza. Así que corrí. Fuera de la cocina y al cuarto de estar. Me escapé tan rápido como pude. Arrojándome en el sillón, hundí mi cabeza en mis manos, horrorizado de mí mismo. No podía creer lo que había estado a punto de hacer. El llanto de Emma se estaba acercando. Ella asomó la cabeza por la puerta, todavía sollozando, y me miró con una incertidumbre que retorcía mis tripas. Tomé una respiración profunda. ―Lo siento, Emma ―Abrí los brazos.

Emma corrió hacia mí y la cogí... Sus lágrimas fueron amainando mientras me abrazaba con fuerza. ―Lo siento, papá. ―No tienes nada que lamentar ―le dije, alisándole el pelo una y otra vez―. Siento haberte gritado. Estoy preocupado por el tío Adam, pero no debería haberme enojado contigo.  ―Pobre Tito ―suspiró Emma. Me tomó un tiempo antes de que yo pudiera confiar en mí mismo para hablar. ―Sí, pobre tío. ―¿Beso, papá? Tragué, luego tragué de nuevo. ―Sí, por favor ―le susurré. Emma me besó en la mejilla. La besé. Y todo el tiempo, no podía dejar de tragar. Me tomó un tiempo, pero finalmente fui capaz de decir las únicas palabras que me importaban en ese momento. ―Te amo, Emma. Te quiero mucho, mucho.

Emma [H.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora