Capítulo 23

430 61 3
                                    

Todo comenzó a dar vueltas y me estaba mareando el asqueroso olor a cigarro. No duró mucho, a los pocos segundos ya estábamos en mi habitación. Pude ver en la mirada de la pelirroja que estaba muy asustada, pero se esforzaba por hacerse la fuerte. Ella me soltó como si mi mano la quemase y se separó unos cuantos metros de mí.

— ¿Quién eres? ¿Por qué me trajiste? — preguntó con voz temblorosa. Le sonreí con simpleza.

— Mi nombre es Kamila. ¿Cuál es el tuyo?.

— ...Amelia — musitó y la miré con ternura.

— Muy bien, Amelia. Si quieres, puedes tomar una ducha — dije señalando la puerta del baño — y tengo un cepillo de dientes nuevo en el lavado. En la última gaveta de la peinadora hay ropa que me quedaba hace algunos años, puedes ponértela. Te voy a traer algo de comer, solo déjame... — me vi interrumpida por unos eufóricos brazos que me rodearon por la cintura. Inmediatamente le correspondí el abrazo. La sentía temblar en mi pecho y humedecer mi chaqueta. En mi garganta se instaló un nudo que a medida que pasaban los segundos se hacía más grande. ¿Por qué se niega a deshacerse?.

— Gracias — gimoteó —, gracias. No sabes lo mucho que te debo.

La separé de mí y le sonreí.

— No me debes nada — dije tratando de que mi voz no se quebrara —. Ahora vuelvo — avisé antes de salir del cuarto y cerrar la puerta detrás de mí.

— Eres demasiado buena para ser real — logré escuchar gracias a lo desarrollado de mis oídos.

<<Diablos, no puede estar hablando en serio.>>

Bajé a la cocina tratando de ser lo más silenciosa posible y calenté tres porciones de pizza en el microondas. Los segundos iban pasando mientras yo servía un vaso de agua para mi invitada. Saqué las porciones y subí de nuevo a mi habitación. Apenas entré escuché el ruido de la regadera. Coloqué la comida sobre el escritorio.

— Soldado, lléveme a la habitación X. — Le pedí. No hizo falta que dijera algo más para aparecer en el cuarto secreto.

Las luces se encendieron de manera automática y me asusté. Mierda, debo dejar de ser tan gallina.

Me saqué el rollo del suéter y lo contemplé. Wao, nunca había visto nada más perfecto. Bueno, sí, el rostro de Alex mientras duerme.

Todo de él era de oro. Su bordado, sus marcos. ¡Joder, esto es una maravilla! ¡Y debe costar una fortuna!.

Y entonces fue que caí en cuenta de que había robado una de las reliquias más caras, famosas y secretas del mundo. La policía me debe de estar buscando para meterme a la cárcel. Y como si fuera poco, dejé un desastre en la escena del crimen.

Maté a cinco personas, rompí un cristal que debe costar más de cincuenta mil dólares, deambulé ilegalmente por un prestigioso museo, quemé un sistema de seguridad altamente avanzado y robé.

Me pegué a una pared y me dejé caer al suelo, abracé mis rodillas y oculté mi cara entre ellas. Me permití soltar todo lo que me estaba ahogando y torturando. Lloré y desgarré mi garganta sollozando y gritando de impotencia. ¿Por qué me tocó esto a mí? ¿Por qué no a alguien más fuerte? Y lo peor de todo es... que disfruté y odié al mismo tiempo todo lo que hice. ¿Puede algo ser más confuso? Y efectivamente la respuesta es un rotundo sí.

Me escoce el remordimiento cada vez que ocasiono una muerte, pero algo de mí grita victoriana, y lo único que hago es llorar porque no sé porqué me siento así o simplemente ignorarlo. En resumen, todo es una auténtica mierda.

Krístals: El fin de la maldición [A.C. II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora