Capítulo 18: los ojos ocres...

1 1 0
                                    



El reloj marcaba las siete en punto, en la sala, la abuela Rosses abrazaba fuertemente a la joven de manto negro, sentada al lado de náyade.
Rosses: -oh!… Oscar que feliz me has hecho. Por fin encontraste a mi nieta.
Oscar: - sabes que como abogado de la familia jamás te he fallado Rosses. Me costó trabajo pero aquí esta, 20 años más tarde, tu nieta: Mila.

Rosses se levantó de la silla y sostenida por su bastón de marfil exclamó:
- veo rostros de confusión, y no los culpo; especialmente a ti náyade, que eres quien mas desconoce de la historia de nuestra familia. Déjame contarte:
Tu madre Ángela, no fue hija única como lo creías; 4 años antes de su nacimiento, di a luz a un primogénito al que llamé Diecco.
Ambos, tu madre y Diecco eran inseparables. Hasta que tu tío cumplió la mayoría de edad y decidió enlistarse en el ejército, fueron los meses más atormentantes de mi vida, y de la de tu madre.
Por fin, una mañana de abril vimos como Diecco regresaba, ésta vez no lo hacia solo, sino con su esposa y su hija, quien hoy nos acompaña.
Mila, fue la alegría de esta casa durante 2 años. Hasta que un día… Diecco había bebido demás; le insistimos que no lo hiciera, pero tu tío siempre fue un testarudo de corazón, le pedimos que esperara a que la tormenta amainara, pero para él el torrencial aguacero no representaba un reto. Así que encendió el auto y partió junto con Mila y su madre para nunca regresar.
A unos kilómetros de aquí, horas después encontraron el auto destruido de Dicco, junto con los cadáveres del padre y la madre, pero jamás encontraron el cuerpo de la hija. Los rescatistas dijeron que tal vez algún animal se había llevado su cadáver; Pero yo jamás perdí la esperanza. Seguí buscando hasta que la encontré. Aquí esta mi nieta Mila.

La cara de sorpresa de todos en le lugar, contrastaba con la alegría de la anciana, que abrazaba a una aparentemente monja-zombi, que se movía a voluntad del tedio.
Después del conmovedor relato, la anciana Rosses se dirigió a náyade:
- llévale a tu habitación y ayúdale a prepararse para la celebración.
Náyade aceptó complacida. Pero recordó que debía ir a casa de Gabriel. Su abuela Rosses ya lo había previsto. Llamó a una de las criadas que estaban y le entregó la invitación con instrucciones precisas.

Mientras subían las escaleras, náyade notó como el hombre con el que chocó accidentalmente las seguía. Llegaron a la habitación, náyade encendió la luz, tomo de la mano a su prima y le indicó al hombre que esperara afuera, pero este de igual manera entró.

Sobre la cama, un vestido de seda verde oscura y corsé de encaje de igual color, esperaba por Mila.
Seguramente te preguntarás por que las sigo de forma insistente. Dijo el hombre con mirada cautiva.
Náyade no articuló las palabras que el joven dijo, solo se ocupo de observarlo. Tenía unos grandes ojos turquesa, su cabello negro y su tez pálida revelaban su descendencia nórdica. El joven le inspiraba confianza, axial que inicio una conversación con él.
-discúlpame por el incidente de esta tarde.
A lo que el joven contestó:
- no te preocupes, no me hubieses podido lastimar aunque ese hubiese sido tu deseo.
Náyade: - Mi nombre es náyade
El joven le clava los ojos en el rostro.
-Fraile Nathan.
Nathan advirtió el asombro de náyade.
Nathan: - náyade, traduce “hada del bosque” ¿cierto?
Náyade: - Aja…
Dijo mientras sentaba a la joven inerte.
-¿me permites? Dice náyade mientras retira el rosario de cristal del cuello de la mujer.
Nathan: - no te va a contestar.
Náyade: - ¿por qué?
Nathan: - Mila es una monja de clausura, una profesa anacoreta.
¿Cómo describirla? una joven asceta, misógina, penitente, solitaria, ermitaña.
Náyade: - ya entendí.
Nathan: - es una lastima que sus votos de silencio le impidan expresar lo que debe estar sintiendo en este momento.
Náyade: - votos de silencio… ya veo, no será problema; encontraremos la forma de comunicarnos. ¿No es así? Mila.
Dijo mientras levantaba el rostro paradójicamente desconocido de la novicia. Lo que vio a continuación la impresiono en gran medida. La joven, de tez canela incrustaba sus sublimes ojos color ocre, veteados por pigmentos dorados y un aro del mismo color en el contorno del iris; delineados por unas largas pestañas negras. Su mentón y sus mejillas armonizaban con su simétrica contextura. Náyade jamás había visto este prototipo de facciones.

Nathan: -exótica, ¿no lo crees? Para mi también fue una sorpresa. La casta de esta mujer es única. Esos ojos, ves como las vetas casi de oro se contraen al contacto con la luz. Simplemente extraordinario

Náyade: - sabes si puede ver…
Nathan: - el color del iris no afecta la visión ¿No es así Mila?
La joven asiente con la cabeza.
Náyade retira prenda por prenda, el portentoso hábito negro. Hasta solo quedar el manto que cubre la cabeza. Lo retira con cuidado, al hacerlo, el largo cabello cenizo de Mila se desenvuelve sobre su espalda. Náyade le pone de pie. Y lanzando una mirada excluyente a Nathan, levanta la bata blanca que cubre las piernas de Mila.
Nathan: aunque quisiera no puedo dejarlas a solas. Estoy aquí con la única misión de cuidarla y vigilar que no rompa sus votos de silencio. Aunque no lo veo necesario, desde que la conozco no ha pronunciado ni una sola palabra, hace ya tres años.


Náyade escuchaba atenta los comentarios sarcásticos de Nathan, era alguien agradable, no podía negarlo, tenía una imagen diferente de los religiosos, imagen que Nathan alteró completamente
Náyade se arrodilla para desatar las sandalias de cuero de Mila. De pronto, ve que algo gotea sobre la baldosa, levanta la mirada. Horrorizada pierde el equilibrio y cae a los pies de Nathan, quien de inmediato intenta levantarla.
Tocan la puerta, es el ama de llaves.
Náyade se pone de pie, y le ordena que traiga agua caliente, alcohol y toallas, cuando el ama de llaves pregunta para qué, náyade le señala el muslo derecho de Mila que sangra a borbotones, con la piel destrozada aprisionada dentro de un silicio de bronce.

La indignación de náyade no se estancaría tan rápidamente como la sangre en las heridas auto inflingidas de Mila.
Al vendar la pierna náyade sentía como nacía el cariño por su pobre prima que había sido victima del cinismo y el abuso de su propia fe.

Estando ya solas, Mila en muestra de su gratitud, se despoja completamente de sus vestiduras, haciéndole ver a su prima el alto grado de confianza que se había ganado con su acto de misericordia. Náyade ató el corsé verde, mientras Mila sostenía su cabellera a la altura de la nuca. Para terminar, náyade le entrega el broche de oro que había encontrado junto con las zapatillas cafés en la caja de recuerdos de su madre. Mila lo miró conmovida e intentó devolverlo. Pero náyade, lo arrancó de su mano, y lo prendió de su cabello.
Náyade observo a su prima, que parecía otra luciendo aquel majestuoso atuendo. La falda satinada le cubría hasta los pies, el encaje se entallaba en su busto, y el broche de rosas negras brillaba en su cabello azabache que se prolongaba hasta arriba de sus rodillas.
Nathan abre la puerta: -es hora.


la Laguna de bataviaWhere stories live. Discover now