Capítulo 8: tus miradas se convierten en poesía...

3 2 0
                                    




Habían pasado ya varios días desde su llegada al lugar; pero solo uno desde que Gabriel llegó a su mente atrayendo la vida a ese cuerpo grácil títere complaciente del viento, la música y la poesía.
Esperó impaciente el momento de ver de nuevo aquellos ojos grises, inescudriñables como aquellos mares impíos que ocultan un lecho de pérdidas.  Para acortar la espera náyade tomo una siesta que se prolongo hasta el ocaso; al despertar, vio por la ventana la misma mesa con la misma indumentaria predispuesta al anhelado reencuentro.
Se recogió el cabello con movimientos habilidosos, cubrió su cuerpo con un vestido violeta de terciopelo; y camino hasta la laguna, no pudo evitar emocionarse al ver a Gabriel entrar con un ramo de rosas azules, que puso en sus manos.
Al observarlas náyade no pudo encontrar ni una sola espina, en su lugar, encontró pequeños cráteres sobre el tallo.
Náyade: – les quitaste las espinas
Gabriel: – las despojé de ellas…pues tenia miedo de herirte con mi regalo en lugar de curarte con mi intención. No podría concebir que de mi obtuvieras pena y dolor, Mi princesa.
Náyade sintió que su interior se llenaba de un calor acogedor al escuchar estas palabras.
Náyade: - gracias, nunca nadie había tenido un gesto tan hermoso antes, de hecho, ésta el la primera vez que alguien me regala rosas a causa de mi hemofilia, sabes, solo un pinchazo y me desangraría.
Gabriel: - es una pena que las rosas se hayan privado de estar entre tus manos por tanto tiempo.
Náyade le devuelve la mirada
-¿Por qué tiemblas? Preguntó Gabriel
Náyade: - desde mi niñez, y por mi seguridad, me habían habituado a no acercarme a las rosas, y, aunque dentro de mí, el deseo de tocarlas apremiaba, hoy que las tengo en mis manos, me perturban, pues prevalecen trazas de mis temores.
Gabriel se pone de pie y reclinándose sobre la mesa toma una rosa, girándole frente a sus ojos dice:
- las rosas carecían de espinas en el principio de los tiempos, pero con el pasar de los siglos, tuvieron que convertir sus hojas en espinas para no extinguirse, ya que todos deseaban tenerles, arrancándolas, marchitándoles,  pues su  enigmática belleza  eran su maldición.
Con la rosa azul reflejada en las pupilas Gabriel toma delicadamente la muñeca de náyade, y apretando su mano, le hace sostener la rosa por largo tiempo.
Gabriel: - algo similar sucede con los humanos, todos son virtuosos al momento de su nacimiento, pero con el tiempo se ven en la necesidad de crear caparazones espinosas que les protejan de las adversidades, lamentablemente no se dan cuenta de que algún alma pura y bien intencionada, verá mas allá del filo y la petrificación corpórea, deseando acercarse a esa esencia intima. Y lo hará, lastimándose con unas espinas que no fueron puestas allí con ese propósito.

- Tus miradas se convierten en poesía mientras me hablas. ¿Qué me has hecho, acaso también me arrancaste las espinas? Pregunta náyade acercando su mano al frió guante negro, dejando caer la rosa sobre la superficie de la laguna cristalizada.

-Gabriel: Eres tan bella, tan perfecta, como si fueses el espejismo que mi mente ha creado para consolarme, si tuviera una mascara idéntica a mi amor soñado, seguro encajaría en tu rostro empavonado con tu largo cabello.
Náyade resiente al tacto de Gabriel y se pone de pie
Náyade: -¡No lo hagas! , no te atrevas a mentirle a un corazón que se desquebraja con cada latido, no lo hagas, no te atrevas a encender las estrellas en la mas tenebrosa de las noches, si al irte, vas a apagarlas. No me obligues a tomar los narcóticos de tus ojos y tu cuerpo, no estoy dispuesta a volverme adicta a ellos.
Gabriel: - No lo haría... jamás
Náyade: Entonces… ¿como puedes jurarle amor a una extraña?

Gabriel: - sabes bien que al corazón no le toma mucho tiempo entregarse; solo le basta un instante para quebrarse y una eternidad para olvidar.
Y si mi corazón me miente hoy que digo que te amo me encargare de castigarlo por este crimen, le confinare al destierro o si así lo prefieres, lo asesinare el día en que no te pertenezca mas. Al fin y al cabo a mí ya no me servirá.
Náyade gritó entre sollozos: -Quien eres, en que maldito instante le deje a mis sueños incluirte en ellos; porqué conoces los conjuros que convierten a mi corazón en esclavo, ¿quien te los ha revelado?
Gabriel la tomo en sus brazos y le susurró:
-Los tenía escritos en la piel desde antes el tiempo moldeara tu silueta en el espacio.


la Laguna de bataviaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum