Día 17, semana 3.

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     En conclusión, mis padres quisieron aprovecharse de mi condición de que no recordaba todo lo que me hicieron para enmendar sus errores... Sí, no sabía que pensar.

     "No hay nada que pensar. Olvídalos. No necesitas personas como ellos en tu vida" fue lo que me dijo el chico pelinegro mientras me ayudaba a hacer mis estiramientos esa mañana.

     El 'aún sin nombre' —como le había puesto, pues no se había presentado (y yo no sentía pena por preguntar)— me había acompañado a mi sesión de terapia y fue testigo de mi rompedera de cabeza, ya que lo llené de preguntas e intenté entender.

     «Quizás debería hacerle caso y olvidar a mis "padres"» me dije, y luego pensé: «La vida es una mierda».

     Me reí de mi propio pensamiento porque pareciera que estaba citando la línea de aquella serie adolescente que veía por la televisión puesta en mi habitación.

     Hablando de esta, el desconocido dirigía mi silla de ruedas hacia ella. La terapia había terminado y yo miraba con curiosidad los pasillos por los que pasábamos a pesar de que ya me sabía de memoria aquel recorrido.

     Para cuándo la silla de ruedas estuvo frente a mi camilla, no me sorprendió el como el pelinegro me levantó al estilo nupcial con facilidad para ponerme en ella pues había hecho lo mismo a la hora de ir a la sala de terapia.

     Agradecí el traer puestos unos pans y no sólo la bata que comúnmente llevo porque si no hubiera sido así, mi trasero en ese momento estaría al aire.

     Hablando de eso, se preguntarán: ¿Te cambiaste frente a él como lo hice con Jimin? Pues... no. Él se mostró tan respetuoso que hasta salió del cuarto para darme privacidad.

     Era... extraño. Él me daba mucha intriga.

     No quité mis ojos de él al momento que acomodó mis piernas y las cubrió con la sábana blanca. No dejé de observarlo aun cuando él puso otra almohada en mi espalda y se sentó frente a mí hasta que consideró que yo ya estaba cómodo.

     Tal y como el día de ayer, trajeado, él me miró con intensidad sin decir palabra y... Por raro que parezca no me incomodaba. Era como ¿Reconfortante? no podía describirlo. Porque cuando mis ojos de topaban con los suyos, yo no podía alejar mi vista. Cómo una plática silenciosa.

     Y quizás sólo van dos días desde que está aquí, pero ya podría decir que el chico era realmente muy, pero muy callado.

     A tal grado que me casi festejé cuando me preguntó luego de un rato de estarme observando:

     —¿No vas a preguntar mi nombre?

     —Me da algo de vergüenza preguntar —confesé.

     —No tiene por qué. Tienes que preguntar, no recuerdas nada.

     Alentado, le sonreí mordiéndome el labio inferior. —Entonces, ¿Cuál es tu nombre?

     —Jungkook.

     «Jungkook» repetí en mi mente.

     —Recuerdo que mi madre comentó que tú eras mi amigo de la infancia.

     Él asintió pensativo luego de leer lo que había escrito.

     —Taehyung, es verdad que te conozco desde que tengo siete años, pero somos más que amigos.

     «Oh-Oh. Alerta, alerta. No me digas que...».

     Casi con mano temblorosa escribí: —¿Amigos con derechos?

     Sus comisuras se alzaron, regalándome una vista de su sonrisa. Y maldita sea. Era la primera vez que lo veis sonreír y era una vista malditamente preciosa.

     —Eres mi pareja, Taehyung.

     «¡Noo! ¡No puedo ser un infiel!» lloriquee.

¿No me recuerdas? || VharemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora