capitulo 2 [parte 1]

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{capitulo dos} parte I

Regresar a Italia sería como reabrir heridas del pasado. Recordando a mi mamá y al estúpido de Lorenzo. Y volver a preocuparme por mis senos.

Ademas tenía una vida de lo más perfecta en USA. Bueno, quizás no era la más perfecta del mundo pero era realmente genial.

Yo era, por fin, la líder de las "animadoras" de la escuela (y no, no éramos porristas, ni hacíamos nada parecido a una rutina de las suyas. Nosotros éramos una especie de cuadrilla de danza, pero nos llevaban a bailar a los partidos siempre). Y tenia un amigo muy sexy que últimamente estaba siendo más que un amigo, mucho más.
Y Dios, estaba desesperadamente enamorada de él.
Pero, no importaba si mi vida era bonita, buena y genial, no importaba si Graham estaba a punto de ser mi novio, no importaba nada, yo tenía que hacer todo lo que mi papá dijera.


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—De verdad, papá... ¿Por qué tenemos que vivir aquí de nuevo? —susurré, sintiendo un gran peso en el pecho. Y me refiero a uno grande, de esos que no se van fácilmente. De esos que te sacan las lagrimas de una manera dolorosa. De esos que te rasgan el pecho.

—Esta es nuestra casa, ____—respondió mi papá con una mueca. Podía apostar cualquier cosa a que él estaba sintiendo en el pecho lo mismo que yo—. A mí me duele igual o más que a ti estar aquí. Pero lo pasado es pasado y nosotros tenemos que seguir adelante sin mirar hacia atrás ni un segundo.

—lo sé, lo siento —suspiré y cerré mis ojos un segundo, tratando de serenarme.

Se supone que ya lo superaste, _____. Deja de chillar como animal.

El coche se estacionó justo frente a la puerta y el conductor se bajó a sacar nuestras maletas.

Mis ojos se llenaron de amargas y pesadas lagrimas inmediatamente, justo en el momento que entré a mi viejo hogar y el típico olor a limón me recibió. Era demasiado para mi.

Mi vista vagó por toda la casa, todo seguía exactamente igual a cómo nosotros lo dejamos ese día, excepto por el cuerpo y la sangre de mi madre en la sala.
Mi mente se puso a recordar un montón de cosas, podía ver todo pasando frente a mí, como si yo fuera una intrusa viviendo desde un tercer ojo.

Recordé a mi mamá limpiando la casa con los audífonos puestos, cantando a todo pulmón con su voz bonita y bailando al rededor mientras sacudía los muebles.

Recordé a mi papá uniéndose a su canto con una voz fea y desafinada y tomándola de la cintura para bailar. Luego volteándola y besando sus labios de una manera hermosa. Mi papá era un hombre totalmente diferente con ella.

Recordé cuando tenía cinco años y me robé tres kilos de limones del refrigerador y me encargué de exprimirlos todos en los sillones y en el piso de la sala.
Mi mamá me quería regañar pero le ganaba la risa y no podía. Después decidió que el aroma a limón le gustaba y me agradeció por hacer que se diera cuenta.

Recordé cuando yo, mi mamá y las gemelas nos sentábamos en el sillón frente a la televisión acurrucadas y mirábamos programas de chismes mientras comíamos
cochinadas y platicábamos de todo. Ella era otra de nosotras.

Recordé cuando le conté a mi mamá que Lorenzo me dejó aquel trauma, sollozando como loca, y cómo ella me dijo que algún día mis senos iban a crecer tanto que estarían más desarrollados que todo su cerebro.
Y sí, tenía mucha razón. Ahora mis senos eran grandes, mucho más que su cerebro inexistente.

Recordé el día en que entré a mi casa y encontré el cuerpo de mi mamá tirado en la sala bajo un charco de sangre.

Recordé cómo me tiré sobre ella y cómo le supliqué que no muriera...

Estallé en lagrimas de repente y jadeé fuertemente buscando el aire que se me había escapado. Caminé sin fuerzas hacia el punto exacto donde ella estaba tirada y me dejé caer ahí.

Yo había esperado encontrármela cantando como siempre, bailando por ahí, cantando o lo que sea; en cambio la encontré casi muerta. Sus ojos aun no se cerraban por completo y su mano se movía un poco, pero cuando me vio llegar se dejó morir, simplemente dejó de luchar.

El peor dolor del mundo es ver a la mujer que te dio la vida perder la suya.

No había notado que mi padre estaba tirado a mi lado abrazándome hasta que empezó a frotar mi espalda; me aferré a su cuerpo con todas mis fuerzas. Ni siquiera podía respirar, el dolor era demasiado abrasador, su presencia aun se sentía demasiado real. Si cerraba mis ojos iba a poder escuchar su dulce voz a lo lejos.

Ella era tan hermosa, siempre tan llena de amor para todos, siempre con una sonrisa sincera para el que se acercara a ella. Siempre tan dispuesta a dar todo por mí.

Y yo no pude dar nada por ella. 

—Mi niña —murmuró él con su boca pegada a mi cabello—. Yo también la extraño, a mí también me duele recordarla.

—No quiero estar aquí —sollocé—. Duele mucho...

—¿Qué diría ella si te viera llorando así después de tantos años?

—No lo sé —mentí. Lo escuché suspirar.

—Claro que lo sabes, los dos lo sabemos.

—Ella... Diría algo como: Por dios, ____ ya supéralo. Todos tenemos que morir, todos lo haremos y no tienes porque estar triste, niña tonta, tu sonrisa es demasiado bonita como para que no la estés luciendo todo el tiempo. Pon un poco de música y ponte a bailar. Eres joven y extremadamente hermosa—. Reí un poco entre lagrimas. Eso seria exactamente lo que ella diría. Dijo algo muy parecido cuando mi perro murió—. Y después ella me cantaría esa canción... Cielito lindo.

—Oh, claro. Ella siempre te cantaba esa canción cuando llorabas.

—Ella siempre me cantaba...

—¿Cómo iba? Ojalá no te exploten los tímpanos, pero era... Aaaaay, ay, ay, ay... Canta y no llores... Porqué cantando se alegran, cielito lindo, los corazones...

Reí ante su voz de siempre, fea y desafinada, y me empecé a relajar en sus brazos escuchando cómo me cantaba.

Algo tenia esa canción que siempre me había calmado. Era el español, mi mamá siempre hablaba en español sin importarle en que lugar estuviéramos. Y tenia una voz tan bonita, ella podría haber sido cantante si quisiera.
La mejor de todas.

Dejé de llorar y sonreí. Mi papá tenia razón. A ella no le gustaría verme llorar, se ponía realmente triste cuando lo hacía, probablemente estaba en el cielo,
susurrando esa canción para mí y quejándose de lo estúpida que me veía, llorando por algo tan simple y real como la muerte.

ρeω, ρeωDonde viven las historias. Descúbrelo ahora