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Julio

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Julio. Año 2000.

Los días posteriores y mi último mes en esa escuela fueron de lo peor. Una bola de hipócritas que decían estar conmovidos por la situación, pero que al mes se olvidaron y el pequeño "homenaje" que hicieron frente a su casillero ahora estaba tan olvidado y desatendido. Me daba rabia de ver que nadie hizo nada y yo podía hacer algo.

Era tan inútil e invisible y ahora estaba más sola que nunca.

Uno de los últimos días que estuve, estaba caminando por el pasillo cuando dos chicas pasaban junto a mí.

—Oye, ¿Escuchaste el rumor de la muerte de Matthew? —"murmuró" una—. Dicen que lo hizo porque ya no tenía opción, iba a morir de todos modos.

—¿Por qué? ¿Qué pasó?

—Dicen que tenía esa enfermedad que se contagia entre hombres que tienen relaciones con muchos otros. Ya sabes, esa que mató al cantante de esa banda famosa hace nueve años.

—¡Qué horror! Al menos hizo algo bueno por la sociedad. —Ambas empezaron a reírse.

No sé qué me pasó, pero en ese instante llegué a mi límite y me abalancé contra una de ellas para golpearla con toda mi rabia y frustración acumulada. Obviamente, ella no se quedó de brazos cruzados y me acusó con los directivos. Mi madre tuvo que venir por mí y juro que ha sido de los peores momentos de mi vida.

Ya que quedaba menos de una semana para el término de clases, decidieron no expulsarme. Cuando regresamos a casa, esperaba que mi madre me golpeara y me gritara como siempre, pero me sorprendió verla demasiado tranquila y dijo que nos sentáramos en la sala.

—Mi madre falleció hace unos días y me dejó su casa en Los Ángeles, así que nos mudaremos allá —dijo firmemente—. Ya no soporto seguir aquí.

Sabía que lo decía más por ella. Luego de la muerte de Matthew, su madre... terminó cayendo en el alcohol y su reputación se fue por suelos, al igual que su comité.

No quería alejarme del lugar que una vez compartí con mi mejor amigo, pero también sentí que era necesario comenzar de cero.

Ahora estamos llegando a nuestra nueva casa. Debo admitir que nunca había venido aquí, la abuela solo nos visitó un par de ocasiones y al principio creí que era la madre de mi padre, pero resultó que no.

Es una casa fría, vieja y desatendida, pero desprende una extraña sensación rústica y familiar. Estoy segura de que, con otros muebles, una pintura más colorida y las ventanas abiertas, sería un hogar acogedor, pero jamás me atrevería a decírselo a Mamá.

Mi habitación está justo hacia el árbol del patio delantero, estoy segura de que puedo trepar en él, pero no me veo capaz de escapar de aquí. Me miro al espejo y noto cada una de las cosas que mi madre siempre dice de mí: mi piel pálida como un muerto, mis ojos azules como el hielo, mi cabello tan claro que ya parece el de una abuela y mi cuerpo sin forma.

Perdóname, AmigaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora