Capítulo 28

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Narra Margo:

Jueves, 24 de junio.

Me gusta escuchar el ruido de los platos y cubiertos cuando un grupo de personas comen. Se me hace placentero ver o imaginar cómo las personas conviven mientras almuerza o cenan. Me pregunto: «¿qué conversarán? ¿cuál es la comida? ¿están comiendo en una mesa o dispersos en una sala? ¿cómo se ubican?». En este momento escucho el leve sonido del cuchillo que utiliza mi abuela para cortar una rebanada de pan, veo el plato que mueve mi abuelo para colocar su sopa en el espacio y el tenedor que deja reposar mi madre sobre su plato. Me gusta tener la oportunidad de oírlo y de verlo cuando mi familia almuerza unida.

—¿Me puedes pasar la salsa de tomate? —me pregunta mi madre al frente de mí. Se la paso sin decir nada—. Muchas gracias.

Después de dos días de que nos dieron el Informe Psicológico de mi madre, la dieron de alta. Recuerdo que aquel día llegamos temprano para esperar la orden de los médicos para darla de alta. Contratamos a un chofer para que el traslado fuera más fácil para ella y para nosotros, y estuvimos parte de la mañana esperando con ansias. A eso de las 10:00 a. m. una enfermera nos indica que ya podíamos retirar las pertenencias de mi madre de la habitación y que ella ya estaba lista para salir. Con frenesí, nos levantamos y fuimos a ayudar.

Mi madre se veía mucho mejor. Ella sonreía y estaba muy feliz de volver a su hogar. Se notaba que había ganado peso y su piel se veía más saludable, con brillo y con fuerza.

Cuando mi madre llegó a su hogar, la emoción fue inmensa. Lloró incluso por el frenesí. Recorrió cada lugar de la casa con nostalgia. Se evidenció que si extrañó su hogar. Aquel día mi abuela preparó una cena especial para celebrar el regreso de mi madre; mucho más sana, renovada y dispuesta a enfrentarse a la vida. Esa noche comimos pizza, compramos gaseosas y una torta de chocolate, la preferida de mi madre. Desde aquel momento todo ha sido satisfactorio en mi hogar.

—¿Te gusta el arroz? —le pregunta mi abuela a mi madre, dejando el tenedor a un lado y tomando del vaso de jugo de melón para beber.

—Sí, es delicioso con el toque de cebolla —asegura mi madre, contenta.

—Y a ti —Mi abuelo se dirige a mí. Él está a mi lado y observa mi plato—, ¿te gusta?

—Demasiado —afirmo con una sonrisa—. Mi abuela debería de cocinarnos más seguido.

—¡Claro, como yo no lo hago tan rico! —expresa mi madre con simpatía.

—Obvio que sí —le digo, apenada—, pero no tanto como mi abuela.

—Tranquila —interviene mi abuela con tranquilidad—. Lo haré más seguida ahora con ustedes.

Mis abuelos se quedarán unos meses más con nosotras. No sé cuánto tiempo con exactitud, pero sí lo harán por un período. Luego de la hospitalización de mi madre y de enterarnos lo que pasó, mis abuelos fueron a denunciar al jefe de mi madre. En un inicio, cuando mi madre estaba mal emocionalmente, no quiso denunciar por miedo, pero luego, cuando mis abuelos lo hicieron, estuvo de acuerdo. Mi madre fue a testificar y ahí, cuando tuvieron un respaldo, la policía tomó cartas en el asunto. Después de la denuncia, nos enteramos que el señor tenía otros cargos encima que no procedieron, pero el de mi madre lo tomaron en serio y ahora, como consecuencia, tiene que pagar un tiempo en la cárcel y lo van a destituir. Él va a pagar por el acoso laboral, abuso sexual e intento de violación, además de los otros cargos que tuvo con las mujeres que también fueron víctimas. A los cuatro nos contenta mucho que pronto va a estar detrás de las rejas y va a pagar las consecuencias de sus actos. Al final todo lo que se hace en la vida se paga con la misma moneda.

Fuego entre mis venasWhere stories live. Discover now