Capítulo 12

629 40 11
                                    

Narra Margo:

Viernes, 26 de marzo.

«¡Y ya anda con otra! Cómo puede hacerlo», pienso, mientras observo con tristeza.

Roberto se encuentra con una chica pelirroja. Ella asiste a varias clases conmigo, pero ni siquiera conozco su nombre. Él le coquetea y le mira a los labios, se evidencia que lo hace a pesar de los cinco metros de distancia que me encuentro de ellos. Trato de ignorarlos y de seguir mi camino, actúo como si no hubiera visto nada.

Esto me ocasiona ganas de llorar, al igual que deseo de golpearlo y maldecirlo por haberme ilusionado de una manera tan agria. Últimamente siento un resentimiento en mí, un rechazo total, y se me hace difícil continuar con este dolor dentro de mi pecho.

Había pasado casi una semana desde que cortamos nuestra relación. De manera constante trago grueso al verlo con diferentes chicas durante cada día de clases. Parece que disfruta de su soltería y que siempre la espero, además, se le nota que no me extraña. Por el contrario, yo lo extraño más que nunca: sus besos, sus abrazos, sus caricias, las palabras cursis que me susurraba cerca de mi oído y hacía que se me erizaran los vellos de mi cuerpo.

«¡Qué estúpidos somos cuando estamos enamorados!», me burlo sin ganas al recordar aquellos hechos. Pero a pesar de mi sarcasmo sin gracia, lo que me ocasiona de verdad son deseos de llorar sin descanso.

Extraño pasar las tardes junto a él, mientras realizábamos las tareas; bañarnos en la piscina de su casa y ver películas hasta las altas horas de la madrugada. Me hace falta irnos muy temprano caminando a clases, para así andar de manera pausada mientras observábamos las calles desiertas, donde apenas las personas despertaban para un nuevo día.

También anhelo su mirada callada que ocasionaba un remolino de emociones en mi corazón, dejándome sin palabras y llevando a un silencio entre ambos; y sin olvidar su sonrisa que complementaba tan maravilloso momento incomprendido. Pero ahora me doy cuenta que así como me miraba a mí, lo hace con las demás.

Duele la realidad, y arde mucho más en las entrañas cuando la persona que te había elevado hasta el cielo, ahora te haya tirado de una batazo.

No debe de importarme lo que haga o deje de hacer, más aún si a él le da igual mi existencia. Todo cambia, él, y ahora me toca a mí. «La vida continua», debo de tenerlo en mente. Me duele mucho, pero, por muy grande que sea la herida, llegará un momento donde sane.

Camino cerca de donde se encuentra Roberto, lo más rápido posible para pasar desapercibida. No quiero llamar la atención y que Roberto, o alguien más, note que he observado la escena. Me siento vulnerable, pero no deseo dejarlo en evidencia.

—Y tú sabes cómo se utiliza a las mujeres a la conveniencia del hombre —dicen en el grupo, donde a parte de la chica, hay dos chicos más. Esa voz me parece conocida, y enseguida sé que se trata de Roberto—. A las mujeres tontas se les usa y luego se desechan. Lo malo es que después andan llorando como unas bobas.

Los tres se ríen con fuerza, al igual que Roberto. Trato de ignorarlos y de no hacer ninguna reacción que me deje en evidencia. Sé que ese comentario va conmigo. Lo que no puedo creer es que Roberto diga que me ha utilizado y que ando llorando por él. Me parece un asco de persona. ¡Cómo no me pude dar cuenta antes!

Acelero mi paso y me dirijo hacia el baño de mujeres más cercano. Me adentro en el cuarto de baño y me desahogo. Comienzo a llorar todo lo que me contuve ahí afuera, tanto antes como en el momento que he visto a Roberto. Lloro como si hubiera almacenado millones de lágrimas, que de alguna forma manifiestan el dolor que estoy sintiendo.

Continuo llorando hasta que escucho la puerta del baño abrirse y entran un par de chicas; entre ellas, la que estaba abrazando Roberto.

—Aquí huele a mocosas —dice la pelirroja, mientras se ríen. Abre el grifo y se lava las manos, sin dejar de mirarse en el espejo. Por mi parte, trato de secar mis lágrimas con disimulo, mientras actúo como si me encuentro maquillando mi rostro.

Fuego entre mis venasWhere stories live. Discover now