Capítulo 19

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Narra Gustavo:

Miércoles, 26 de mayo.

En la mañana de hoy me he levantado justo a tiempo para darme una ducha y vestirme. Tengo clase a las 9: 00 a. m. y todavía tengo tiempo suficiente e incluso para desayunar en casa. Mientras me estoy colocando mi pantalón, escucho la voz de mi padre afuera, en el pasillo.

—Buenos días, Ismael —dice, al parecer en una llamada de teléfono, con un tono de voz de prepotente y audible—. Te llamo para avisarte que el vuelo que viene de Rusia llegará mañana a las 3:00 a. m. —Se queda un momento en silencio. Me termino de preparar para irme a la escuela, pero no me puedo marchar antes de que acabe la llamada—. Tienes que estar preparado y mandarlos a todos a buscar la mercancía, antes que lo pillen los guardias —advierte, severo—. Está bien. Hoy iré a hablar con él y mañana paso en la tarde para canalizar lo que trajeron. ¡Deben de ser 600 kilos de cocaína! —asegura con emoción, aunque, por mi parte, no puedo evitar sentirme preocupado—. Nos irá bien. Adiós. —Finaliza y escucho los pasos distanciándose.

Siento como mi sangre hierve y me urgen descargar el exceso de energía de mis manos. Es un hombre despreciable por estar metido en negocios ilícitos. Siempre supe que mi padre es capaz de esto, y mucho más, pero nunca tuve la imaginación abierta a que ocurriera.

Salgo de mi habitación hecho una furia para buscar a mi padre. No puedo tolerar más sus actos crueles. No sabe a la cantidad de personas que está perjudicando, incluyéndome a mí, con su falta de escrúpulos.

—¡Eres un desgraciado! —le expreso con rabia cuando me lo encuentro en medio de la escalera, mirando su teléfono celular—. ¡Estás metido en el barro!

—¿Qué dices? —pregunta con hostilidad. Me mira menospreciando mi presencia.

—¡Estás esperando un vuelo de Rusia que trae como mercancía cientos de kilos de cocaína! —le aclaro, mientras mi madre se aproxima a la discusión. Él se sobresalta y enseguida se enfurece.

—¡Cállate, idiota! —me pide, molesto y sin paciencia— No te metas en dónde nadie te ha llamado.

—Entonces si es cierto —reflexiono, sin ánimos de seguir gritando.

—No es tu problema —manifiesta con rabia.

—Debes de escuchar a tu padre —me pide mi madre con sumisión—. Vamos, Gustavo...

—No puedo creer que lo apoyes. Apuesto que ya sabes de esto —le digo, cansado de tanta falsedad. Por primera vez me siento agotado y herido de todo lo que pasa en mi hogar. Las mentiras, las burlas, el menosprecio y de la corrupción en la que está metido mi padre.

—Él lo estaba planeando...

—¡Ya basta! —grita el señor— No debemos de darle explicaciones a un niño.

—Tienes razón —concuerdo con él, porque estoy agotado de los conflictos y de que nunca acierte con ellos—. No me debo de meter ni me tienen que dar explicaciones. Lo único que les digo —expreso, bajando mi tono de voz y conservando la calma— es que un día me iré de esta casa, seré independiente, no tendré nada que ver con ustedes y todo lo que han construido traerán sus consecuencias.

—Gustavo, no digas eso —me suplica mi madre, iniciando el llanto.

Me retiro del lugar, tomo mi mochila y bajo las escaleras, sin decir nada y sin expresar, con mi lenguaje corporal, algún tipo de emoción, sólo indiferencia. El señor se ha quedado callado, al igual que mi madre, pero ésta última no puede evitar manifestar tristeza y decepción, aunque no me importa.

Me retiro de mi casa en silencio. Estoy muy molesto para expresar algo o detenerme a hacer otra cosa, sólo deseo irme para la escuela y despejar mi mente de los problemas de mi hogar.

Fuego entre mis venasWhere stories live. Discover now