Al llegar, mi padre me guio hasta mi nueva recámara, la cual era casi diez veces más grande que la del orfanato. Se sentó en la cama y habló conmigo por largas horas acerca del futuro, de su trabajo y de muchas cosas más, entre ellas, mi madre.

- Quiero que entiendas Vitya, que tu madre es una omega muy especial – dijo con calma.

- ¿Por qué es tan especial? ¿Es porque la amas?

El soltó una pequeña risa y miró por la ventana que ahí había.

- No tienes ni idea de lo mucho que la amo hijo.

- Lo sabía.

- Pero hay algo que no sabes y debes saber – habló cortante – ella jamás va a poder tener hijos.

- ¿P-Por qué? – pregunté inocente.

- No puede, su cuerpo... Es muy delicado.

- ¡Yo protegeré a mamá! – dije enérgico.

Él me cargó, abrió la ventana y me subió a su hombro. Podía ver un panorama espléndido desde allí arriba.

- Pronto hijo mío, todo este mundo podrá ser protegido por ti y solo por ti – comentó – Todo es solo cuestión de tiempo.

Pasó el tiempo y empecé a adaptarme a aquel lugar, así como también a los nombres que me colocaban. Mi madre me decía "Vitally" y mi padre "Vitya" ¿Por qué? En ese momento no me importaba mucho eso, mas ahora sé la razón: querían que me olvide de quién soy yo.

Los únicos que me llamaban por mi nombre real eran mi mayordomo y mi hermano menor. No obstante, evitaban hacerlo cada vez que mi padre estaba cerca, le tenían mucho miedo.

Mi hermano era un omega de procedencia asiática, en realidad él había sido una especie de regalo de un mercado negro para mi padre. Era menor que yo por cuatro años, adorable y débil, y su nombre era Seshari. Teníamos ambos el pelo largo hasta los codos por órdenes de mi madre.

Crecimos codo a codo, estudiábamos las mismas cosas y compartíamos profesores. Fue así hasta que yo cumplí once años y él, siete respectivamente. Un día después de mi cumpleaños, todo cambió: Las clases, la habitación, la ropa y los acompañantes.

Fue entonces cuando descubrí dónde estaba realmente: La Bratva.

Era una mañana nublada, sin aves cantando ni mucho movimiento en la mansión. Seshari no aparecía por ninguna parte, y mi mayordomo tampoco. Estaba con mi madre, ayudándola a acomodar algunos documentos de sus socios. Todo estaba bastante tranquilo hasta que un guardia me escoltó a la habitación de mi padre.

Me dejó en la puerta totalmente solo. Di dos pasos y toqué con cuidado. No me respondían. Volví a tocar, esta vez más fuerte.

- ¡Padre, he venido a verlo! – hablé levantando mi voz – ¿Puedo pasar?

- Cuando quieras – respondió él animoso.

Él casi nunca estaba feliz ni animado, excepto cuando estaba con mi madre. Se me hacía extraño aquel accionar tan alegre... Hasta que vi la razón.

Un cuchillo atravesaba el pecho de mi mayordomo, quien yacía tendido en el centro de la sala, mientras que Seshari estaba arrinconado en una esquina con largos latigazos en la espalda.

- ¿P-Por qué...? – tartamudeé – ¿¡Por qué has hecho esto!? – grité mientras corría hacia mi hermano.

- Vik... – enmudeció de inmediato. Se puso de pie con las piernas temblorosas y agachó su cabeza justo cuando me coloqué en frente – Hermano – susurró lloroso.

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