E p í l o g o

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Febrero 14, 2020.

R A C H E L P R I C E.

Era curiosa la forma en la que el mundo solía avanzar. Aún cuando no te encontrabas lista lo hacía, ignorando tus peticiones a gritos y dejándote ahí varada mientras giraba. Era lo maravilloso, porque una vez que la vuelta pasaba, caías en cuenta de que te mentías a ti misma, pues estabas lista. Y ahora el mundo no daba vueltas más, eras tú la que giraba y el mundo se quedaba quieto.

Los meses habían pasado con rapidez: primero cuatro, luego ocho, luego un año. Hasta que dejé de contar.

¿Cuál era el punto de contar los días como si hacerlo marcara una diferencia?

Mi vida estaba pasando, así que aquella noche de agosto, resurgí de las cenizas del recuerdo de mi misma atrapado en mi memoria.

El aroma de aquel chico de cabello negro se había impregnado en mi ropa, y por más imposible que fuera, aún en mis recuerdos vivía, tan presente como si hubiésemos estado juntos ayer.

Su sonrisa en la oscuridad de mi mente se guardó en un rincón junto al amor que había descubierto que tenía para darle.

Eiden Cage...
No conocí más de él desde aquel día.

Aquel chico de ojos azules y flequillo negro que había llegado a mi mundo justo antes del que caos estallara se había ido y solo había quedado su recuerdo prisionero de mi memoria.

La memoria... aquella que nos permitía recordar, misma que nos mantenía prisioneros a la espera.

Se había esforzado en mantener ese amor —el cual se consumó a basa de momentos y no de tiempo—, vivo hasta que ya no lo estuvo más, hasta que una tarde desperté y me di cuenta de que ya no me acompañaba en cada paso que daba.

Conocí a alguien más, salí con él y luego ya no lo hice.

Trabajaba aún y me encantaba ver cada generación entrar por la misma puerta de la que yo había salido una vez. Lo amaba, de verdad.

Poco después volví a ver a mi padre. No me saludó. Tampoco lo hice yo. Solo nos observamos, tal como los extraños que éramos. Supongo que no me reconoció, aunque un destello resplandeció en sus ojos antes de que se diera vuelta y regresara por el camino por el que vino. El abuelo llamó, me contó que estaba teniendo más momentos lúcidos que oscuros. Se encontraba mejor cada vez, me alegré por él.

Ciertas cosas tomaban su tiempo y aunque sintiésemos que durarían para siempre, no lo hacían. Cuando no te dabas cuenta ya solo te limitabas a observarlas en retrospectiva.

Al contrario de los cuentos de hadas —del que estaba muy lejos de ser—, no todo había salido bien después del caos.

El arcoíris no salió.
Pero tampoco lo hizo la tormenta.

Existían cosas buenas y malas en cada uno de mis días. Pero eran aquellas cosas malas, esas que te destruían un poco, y que te hacían dudar en seguir; las que te daban el valor de hacerlo.

Aprendí a verlas como un puente. Un puente hacia el destino, hacia las cosas buenas. Aquellas cosas simples que ahora valían millones, como lo era ver el sol salir a derretir la nieve después de un frío invierno,

Aquellas cosas simples, como lo era ver a tu mejor amiga sonreír sentada frente a ti, mientras tomaba un café y leía el periódico en tu cafetería favorita.

Ella era mi familia. Ella y aquel rubio risueño que cruzaba la acera hacia nosotras en ese momento, lo eran. Estaba segura de que mi madre, dónde sea que estuviese, estaba feliz por que los tenía a, y eso era jodidamente mil veces mejor que un suficiente.

¿Quieres ser mía?Where stories live. Discover now