D i e z

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Noviembre 02, 2017.

R A C H E L P R I C E.

Después de caminar un par de cuadras desde mi apartamento, entro en mi cafetería favorita de la ciudad.

—¿Cómo estás, Julia?

Julia en definitiva es la señora más tierna que conozco. Ésta cafetería me enamoró en cuánto me habló por primera vez.

—Rachel, cariño, me alegro de que hayas venido.

Me acerco al mostrador y le doy un abrazo sobre la barra.

Los ojos verdes que se esconden detrás de sus gafas me observan con cariño y por un segundo me siento tranquila.

—Han traído más de éstas galletas que te encantan, cariño.

Sonrío. Lo ha recordado.

—Fantástico, ¿podría comer un par con una taza de café? Por favor.

Ella asiente repetidamente.

—Ve a sentarte, en seguida pido que te los lleven, Rachel.

—Gracias Julia. Eres increíble —le guiño un ojo.

Voy hacia mi asiento favorito en el balcón. Justo a un lado de la barda.

Observo los autos pasar en el camino, veo el movimiento de las ruedas y el sonido del burbullo de la gente que se encuentra en la calle.

Soy sorprendida por una voz—. Tú café y las galletas.

Cierto chico castaño las coloca sobre la mesa. Frunzo el ceño, nunca lo había visto por aquí antes.

—Tú debes ser Rachel, ¿no?

Se siente frente a mi. No digo nada esperando una explicación.

—Yo-claro, pensarás "¿quién es éste? De seguro es un acosador" —habla atropelladamente, parece reflexionar sus palabras porque inmediatamente se corrige—. Digo, no —niega—, eso salió mal.

Ladeo mi cabeza con una mezcla de curiosidad y diversión.

—Empecemos de nuevo —se aclara la garganta—, Julia es mi abuela; me llamo Chris.

—Tienen los mismos ojos —acoto.

—Si, algo así como herencia familiar —sonríe—. Yo... ella me ha mandado —alza las palmas.

Con eso entiendo todo.

Recordatorio mental: hablar con Julia.

—Claro, sólo que yo... estoy esperando a alguien —trato de no sonar descortés.

Abre la boca pero la voz que escucho no es la de él.

—Ey Rachel, lamento llegar tarde —se queda callado en cuanto ve qué hay alguien más en la mesa.

—La espera se acabó —murmullo.

—Yo... vengo a pedir la orden.

Creo que todos notamos que ésta ya está sobre la mesa.

—Por supuesto, la suya —señala a Matt y se levanta como resorte.

—Estoy bien, gracias.

—Claro, yo... me voy.

Cuando se aleja, dejo que la risa que contenía salga.

—Lo has espantado —apunto.

Él bufa cuando toma la silla de frente y la pone a un lado mío.

—Al parecer no puedo dejarte ni un minuto sola, ¿no es así?

Creo que lo ha dicho en broma, pero el tono tosco que ha usado provoca mis dudas.

Oh no, amigo, no haremos eso.

—Ey, aquí... —no acabo.

—Lo siento. Sólo que traigo un par de cosas en la cabeza.

Asiento y doy un sorbo a mi café para evitar contestar la respuesta que no tengo.
Está caliente, y eso ayuda con el invierno asentándose en la ciudad.

Unos labios presionan mi cuello unos segundos después. Mi corazón deja de palpitar por un microsegundo, o al menos así lo siento. Mi piel reconoce su toque y no puedo evitar que un suspiro salga de mi boca. Puedo sentir su sonrisa contra mi piel, y el frío ocupa su lugar cuando para enderezarse.

Aunque no debería de pensar esto, me he ido acostumbrando a la sensación que produce en mi, no obstante, mi corazón no parece querer lo mismo.

Regreso mi mirada al camino reprimiendo las emociones.

—¿Llevabas mucho esperando?

—Acabo de llegar —aunque es una mentira a medias.

—Uhm —su brazo rodea mis hombros atrayéndome a él. Dejo que lo haga antes de abandonar mi mundo de expectante y girarme hacia él.

—Te extrañé —su nariz roza mi cuello.

—Quizás yo también lo hice —admito.

Quizás no debería.

Los recuerdos vuelven a mi como una avalancha. Vamos, ¿quién no lo extrañaría después de esa noche?

—¿Deberíamos repetir?

—Deberíamos hacer más que repetir lo de anoche.

—Vaya, alguien quedó deseosa de Matthew.

—No acabas de decir eso —niego—, definitivamente no acabas de decir eso.

Él ríe, después yo me uno a sus risas.

—Quizás más tarde.

Su mano acaricia la palma de la mía haciéndome cosquillas.

—¿En mi apartamento?

—No dudaste ni un segundo, ¿eh?

Río entre dientes.

—O quizás no.

—Oh no, ya te metiste en la boca del lobo, cariño.

Y por la sonrisa lobuna que me da, sí, creo que eso fue justo lo que hice.

Ese día obtuve una señal, una señal que no vi, pasó frente a mi gritando y no lo hice; o quizás si, y la dejé ir. Lo único que sé ahora es que aún de haberlo hecho, no hubiese cambiado absolutamente nada.

¿Quieres ser mía?Where stories live. Discover now