T r e i n t a

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Enero 13, 2018.

R A C H E L P R I C E.

—Quiero enseñarte a alguien.

Esas fueron las palabras que me dijo para atraerme hasta su casa.

Lo más sensato es que hubiese dicho que no, pero sería una falacia ya que en este momento me encuentro tocando a su puerta.

Tan pronto abre, envuelve su brazo en mi cintura y me pega a su pecho, e inmediatamente atacó mis labios. Enredé mis manos en su cabello y atraje sus labios lo más cerca posible de los míos.

Sentí una sonrisa formarse en sus labios y lo separé.

—¿A qué se debe la felicidad? —la sonrisa se me había contagiado.

—Ven —me jaló por la mano y reí mientras lo seguía, hasta que llegamos a una sala, de aquellas modestas, no muy grande, colores oscuros y parecía cómoda, pero la sonrisa se volvió en una confusa cuando caí en cuenta que ahí se encontraba su padre. Así que fruncí el ceño sin entender del todo que hacía ahí.

Su padre me dirigió una mirada conciliadora y ambos me invitaron a seguirlos hasta el sillón. Eiden se acomodó en medio y me jaló a su lado, a su otro lado estaba su padre.

—¿Querías presentarme a tu padre? —susurré.

—En realidad... no —dijo antes de mover algunas cosas en la computadora frente a nosotros, hasta que se encendió.

En ella apareció una niña, quizás de unos ocho o nueve años, más parecida a mí que a Eiden, quien un segundo después la presentó como su hermana. Castaña y de ojos verdes, me pregunté de dónde habían venido sus rasgos hasta que caí en cuenta que probablemente serían de su madre. Entonces otra duda surgió en mi cabeza, ¿dónde estaba su madre?, ¿le había pasado lo mismo que a la mía?, ¿había muerto?

—Emma... —la voz de Eiden era un roto susurro, aún más que cuando cantó aquella canción en el roast.

No entendía del todo que hacía ahí, así que entrelacé nuestras manos y le di un apretón.
Pareció querer recuperarse por un momento, su nuez de Adán bajó cuando tragó. Parecía querer mostrarse fuerte.

Aquella niña en la pantalla, con los ojos cristalinos, le sonrió a su padre y a su hermano, quienes estaban del otro lado con los rostros desencajados tratando de mostrarse fuertes ante su pequeña hermana.

—Hermanito... —su dulce voz habló—, papi...

Entonces su mirada cayó en mi. Le sonreí amigablemente, y creo que vió algo en mí porque iba a decir algo, pero fue interrumpida por la voz de Eiden.

—Emma... ¿te acuerdas de la chica de la que hablamos?, ella es Rachel.

Entonces ella hizo lo que menos esperarías de una niña que había sido arrebatada de las manos de su familia y la cual estaba en un orfanato esperando el proceso de un juicio que seguramente no terminaría bien; sonrío.

Una sonrisa verdadera, mostrando todos los dientes, aunque le faltara uno en medio.

Aquel gesto me llenó de ternura y le sonreí de vuelta.

—Soy Emma —su manita se estiró hasta estar frente a la cámara y la sacudió para saludarme efusivamente.
Le regresé el saludo.

—Soy Rachel.

—Lo sé —movió la cabeza asintiendo—, ¿cómo te está tratando mi hermano?

No pude evitar reír. Porque si, esa era la pregunta más inadecuada para este momento.

—Pues... —alargué.

Y ella inmediatamente puso sus manos en cadera, a punto de regañarlo.

—¡Eiden!

Y seguí riendo—. No, no. Me trata de maravilla —ahí volteé a mirar a Eiden, quien nos devolvía una mirada ensoñadora a ambas. Sus ojos brillaron por un segundo.

Una parte de mi se emocionó, pero otra parte se cayó en pedazos y quiso evitar pensar en profundo aquella reacción.

—¡Se ven tan lindos juntos! —la emoción de Emma me regresó a la realidad. Porque se veía muy tierna ahí, pensando en nosotros cuando éramos lo menos importante ahora mismo.

Desde ese momento la admiré profundamente, porque Eiden tenía razón, ella era demasiado fuerte para la vida.

—Emma, cariño, ¿cómo estás tú? —quiso saber su padre, siendo cauteloso al hablar.

La expresión de Emma cambio por un ligero segundo, un mísero segundo donde su rostro se desencajó, sin embargo, una sonrisa nostálgica lo reemplazó rápidamente.

—Los extraño.

—También te extrañamos muchísimo, princesa —esta vez fue Eiden.

—Estamos intentando sacarte de ahí, no tardarás mucho en regresar con nosotros.

Aquello era cierto, estaba consciente de que el regreso de Eiden a los estudios habían sido exclusivamente para eso. Desconocía del todo la situación, pero lo único que sabía era que lo hacía para demostrarle a la corte que no eran ningún peligro para Emma.

—¿Crees en las casualidades?

—Creo en el destino. La vida me ha enseñado que lo que está predestinado a suceder, sucederá. Sin importar qué.

Él asintió.

—¿Entonces es el destino el que quiso que nos conociéramos?

Una sonrisa fina se formó en mis labios.

—Para bien o para mal, si, eso creo. Quizás el destino quería que hubiese alguien ahí para mi para cuando sucediera lo de mi padre o quizá el destino quería que tuvieses tú a alguien mientras pasaba lo de Emma. Así que si, la respuesta es si.

—¿Y crees que el destino nos saque de esta?

Hice una mueca y desvíe la mirada hacia enfrente. Me tomé unos segundos hasta que respondí.

—No lo sé —susurré.

Entonces él me miró y asintió, también mirando hacia al frente.

Cuando me lo contó aquella vez que nos encontramos, casi tenía ganas de ir a la corte y gritarles. Si bien era cierto que no tenía mucho de conocerlos, sabía que no eran malos. Eran de esas cosas que sabías a costa del tiempo, porque el tiempo no te definía nada.

—Emma, ¿estás comiendo bien? —ella asintió, determinada, con una sonrisita en los labios, imitando a un soldado—, ¿estás durmiendo bien? —ella volvió a asentir.

—¿Tú prótesis?

Entonces Emma se descubrió la pierna, subiéndose el pantalón que llevaba y pude ver el metal en el lugar en el que debería haber estado su pierna.

Mi corazón dolió y dolió más cuando con su diente faltante nos regaló otra sonrisa suya y nos levantó el pulgar—. Bien.

Ahí supe que el destino en ocasiones era demasiado duro.

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