Obedecí al hombre fornido, quién me acompañó a lo largo de este estrecho pasillo tal y como había prometido, caminando por delante de mí hasta que se detuvo al alcanzar la última habitación del corredor. Este rincón guardaba cierta peculiaridad, pues a diferencia del resto, era escaso el número de puertas ubicadas en la misma sección.

-Perdón, ¿No cree que el señor Hemmings estará algo ocupado? Supongo que al estar en su habitación querrá algo de... Privacidad, no es mi intención molestarle.- Detuve al guardia de seguridad, quién negaba con la cabeza, mientras una de sus cejas comenzó a arquearse en señal de interrogación.

-Luke está ocupado con tonterrías, muchas tonterrías.- Afirmaba el hombre, mostrándose apenado tras reconocer aquello, gesto que llamó especialmente mi atención. ¿De qué hablaría el europeo cuando se trataba de las tonterías de Luke?

Negó con la cabeza y procedió a retirar la llave del bolsillo de sus jeans negros para poder abrir la puerta.

El segurata abrió la puerta fuertemente, con desfachatez, en un gesto veloz.

Pero jamás imaginé toparme con la sucia e inesperada imagen imagen que se revelaba tras esta.

Al fondo de la habitación, una mujer de cabello largo, dorado y de apariencia sedosa se hallaba sentada sobre el regazo del cantante... Desnuda. La mujer ascendía y descendía simultáneamente, en un repetido movimiento de vaivén que no parecía tener la intención de cesar. A su vez, unos estrepitosos gemidos que repetían el nombre del artista en una voz aguda tomaban posesión de su aliento, exhalando el aire hasta provocar que su boca se seque, gritando, una y otra vez, como si la voz de la joven hubiese sido apoderada por el hombre sentado bajo ella, a quién le rogaba entre súplicas desesperadas que no se detuviese bajo ninguna condición mientras todo el cuerpo de la muchacha comenzaba a estremecerse, rozando el clímax que subía desde la superficie de sus muslos ahora temblorosos hasta su zona más íntima.

Bastó con el transcurso de varios escasos segundos para que el rostro del artista apareciese al torcer ligeramente su cuello para que su mirada quedé en dirección a la puerta.

Era incapaz de asimilar su belleza.

Durante mis clases de literatura, la profesora siempre enfatizaba la inerte belleza que caracterizaba al arisco personaje Dorian Gray, de a la aclamada novela del escritor Británico Oscar Wilde, atribuido a su obra más conocida, El retrato de Dorian Gray. Dónde se narraba la transición de un hombre que recordaba a aquella figura utópica de un príncipe azul que contaba con cualidades como la belleza, la amabilidad, la ternura, la eterna juventud... a un ser monstruo que acabaría adaptando el pecado y la actitud arbitraria del mismo Satanás, jefe de los infiernos; pero eso sí, envuelto entre la eterna lucha porque su rostro continúe luciendo impoluto tras el paso de los años.

Pero estoy segura que ni el mismísimo Dorian Gray habrá seducido a cualquiera con tan solo una mirada.

Su cabello ondulado, claro y desordenado descendía en su rostro como cascadas de oro cuyas corrientes recorrían la cuenca de un río paradisiaco, sus labios se veían gruesos y rosados, como pétalos de una rosa que acababa de florecer en la primavera más linda, su nariz era firme, puntiaguda, delicada... Cómo si hubiese sido pulida por el mismo Bernini...

Pero nada logró seducirme más que sus ojos azules.

Sobre el lienzo de sus ojos teñidos del color de una noche colmada de estrellas, lograba divisar la forma en la que sus pupilas se ensanchaban hasta abarcar la superficie de su iris. A través de ellos pude contemplar de forma nítida el pecado que le personificaba, el pecado que fundía al rubio en una eterna satisfacción emitida bajo sus feroces gruñidos y aquella penetrante oscuridad que caracterizaba su mirada.

Pero fue en este mismo instante cuando caí en la cuenta de que él me estaba observando a mí.

No resultaba molesto ante mi intimidante presencia; mientras que la chica continuaba haciéndole el amor, el artista se detuvo para recorrerme con aquellos ojos azules que tanto habían llamado la atención. Me observó desde pies a cabeza, parándose un largo rato en mis caderas, mis pechos... Hasta que finalmente alzó la mirada, conectando sus ojos azules con los míos desde la distancia y hecho esto humedeció sus labios.

Tomé aire despacio, comenzando a sentir bajo mi piel un rubor que conquistaba mis mejillas, las cuales se habían tornado a un color rojizo.

-P-perdón, no v-volveré a molestarle s-señor Hemmings- Balbuceé aquella disculpa antes de caminar con velocidad hasta le puerta de salida y cerrar esta de un golpe, acompañada aún del hombre de mediana edad, quién había sido también testigo de aquello que transcurrió ante nuestros ojos, con la diferencia de que él no lucía escandalizado, o al menos no de la forma en la que yo lo hacía.

-Amico cochino- concluyó el europeo del este antes de comenzar a reír y tras ello me miró, a mí, cuyo rubor había sido extendido por todo su rostro.- Tu carra's un poemma.-Bromeó de nuevo.

Y no, no le quitaba la razón, pues aquella inesperada escena había aflorado sensaciones extrañas dentro de mí.

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HOLA.

Primer capítulo de la novela, estoy: emocionada.

uwu

¡Gracias por leer!

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